José Luis Chilavert, el guardián camboyano

“Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, no es el Loco ni el Pato es el famoso Luis Chilavert”, bramaba la Gloriosa en los tablones de la cancha de Atlanta, aquella tarde de febrero de 1985 que San Lorenzo goleó 4 a 0 a Nicanor Otamendi de Mar del Plata.

Podría explicarse la ovación si fuera el reconocimiento a una trayectoria, pero no; ese era recién el primer partido oficial del formidable arquero paraguayo defendiendo el arco azulgrana. Estaba naciendo un ídolo.

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Chilavert había mostrado sus credenciales el mismo día de su debut, unos días antes, en el torneo de verano. Fue un empate 0-0 con Boca, donde se reveló como un arquero sobrio, confiable y seguro. Todo lo difícil lo hacía fácil. Otra cualidad sorprendente fueron sus saques del arco; pateaba y la pelota llegaba hasta el área rival, lo cual explica su posterior suceso como ejecutante de tiros libres. Pero el “ADN Chilavert” apareció un par de días después. Tras el partido con Otamendi por la primera fecha del Torneo Nacional, prosiguió el torneo de verano (siempre prolija la organización de AFA). San Lorenzo empató 1-1 con River. Fuimos ganando hasta el minuto 42 de la segunda etapa, cuando hubo un penal para ellos. El Beto Alonso, histórico verdugo del CASLA, acomodó la pelota pero el joven y desconocido paraguayo salió del arco y le susurró algo al oído. Alonso, un tipo con el ego tan grande como su trayectoria, no se bancó que un ignoto lo verduguee en público y reaccionó mal. La pelota terminó adentro, pero empezamos a vislumbrar que ese pibe de 18 años tenía una tremenda personalidad. Lo confirmó 48 horas más tarde: en el último partido del cuadrangular de verano, contra Independiente, se dio una circunstancia similar. San Lorenzo ganaba 1 a 0 y hubo un penal para el Rojo. Marangoni, figura señera del fútbol nacional en los ‘80 se dispuso a ejecutarlo. Chilavert le habló al oído pero redobló la apuesta: le acarició la cabeza. “Maranga” se lo quiso comer: lo corrió hasta adentro del mismo arco. También terminó en gol, pero el ambiente deportivo argentino comenzó a hablar de José Luis Félix Chilavert González.

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Su contratación fue un hallazgo. Si bien pese a su juventud ya era titular en Guaraní de Asunción (también lo había sido en Sportivo Luqueño donde enfrentó a Independiente por la Libertadores ‘84) San Lorenzo lo fue a buscar por haberse destacado en el Sudamericano Sub-20 disputado en enero del ‘85 en su país natal. Paraguay fue subcampeón, detrás de Brasil, donde brillaron el goleador del certamen, un tal Romario y el mejor jugador del torneo, un tal Paulo Silas (Brasil luego también ganaría el Mundial de la categoría disputado en Rusia y Silas volvería a ser elegido como el mejor del campeonato). Alfredo Lantarón, vice del club, fue a buscarlo personalmente a Paraguay y consiguió traerlo a préstamo, con una opción de compra de 127.000 dólares. El martes 12 de febrero de aquel año, Chilavert llegó a Buenos Aires por la mañana. Y esa misma tarde entrenó por primera vez en la Ciudad Deportiva de San Lorenzo de Almagro.

BONO

Otro hit de la Gloriosa en aquel Nacional ’85 era: “Ya pasaron 13 años, sos campeón por tradición, volveremos a dar la vuelta, como en el ‘72”, en alusión a aquella regla que indicaba que debía pasar esa cantidad de años para lograr un título. Pero esa vez se cortó (y para siempre). Eran épocas de vacas flacas para San Lorenzo. El club estaba sumido en una profunda crisis económica e institucional, era imposible pagar el pase definitivo de Chilavert. Pero como siempre, la gente iba a bancar todo. En un hecho inédito en la historia del club, se organizó una colecta para juntar el dinero. Era común entrar a la tribuna y encontrar mesas donde se vendían los bonos en la módica suma de 1 Austral (quien esto suscribe compró varios de esos papelitos). Así fue como, en otro de sus hitos, la hinchada de San Lorenzo logró comprar un jugador. Tras esa muestra de afecto inmensa parecía que el vínculo entre la gente y el joven guardameta guaraní sería eterno. Él respondía con magníficas actuaciones y la hinchada se lo reconocía con cálidos aplausos. Hasta que llegó el primer cortocircuito. Estamos en 1986: desde el comienzo del año los Cuervos palpitan con sed de venganza el descenso de un Huracán cada vez más comprometido con el promedio. Por eso se escuchaba en las tribunas una “sugerencia” para los jugadores: “Yo te quiero San Lorenzo, yo te quiero de verdad, quiero perder con Platense y que se vaya Huracán”. Los Calamares peleaban en el fondo de la tabla con los Quemeros; así llegaron esa noche a la cancha de Atlanta, pero ya en el segundo tiempo, San Lorenzo estaba 3-1 arriba. La barra le pedía a Chilavert que deje pasar alguna pelota; él, con gestos, les hacía saber que eso no iba a ocurrir, por supuesto. Entonces se escuchó una variación en la letra de la canción dedicada al paraguayo: “Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, no es el Loco ni el Pato es el ortiva Luis Chilavert”. Dos goles de Platense, el último sobre la hora, decoraron el 3-3 final. Y la cosa no pasó a mayores.

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Y fue en ese mismo 1986, que nacieron los Camboyanos, el último equipo amateur de la historia del fútbol profesional. Exactamente el 7 de setiembre. San Lorenzo enfrentaba al por entonces poderoso Independiente, en Avellaneda. En la semana previa se había ido el entrenador, Nito Veiga. Esa tarde se encargaron de la dirección técnica dos jugadores: el arquero suplente, Rubén Cousillas y el capitán Walter Perazzo. El equipo no concentró por falta de pago y entrenó por su cuenta. Pero en el verde césped dejó la vida: Chilavert sostuvo el cero con atajadas memorables y en un contragolpe fulminante, Perazzo, con una inolvidable palomita, convirtió el único gol del partido. Fue tal la locura desatada, que los jugadores arrojaron sus camisetas a la tribuna en señal de agradecimiento. Había comenzado un idilio, una comunión total entre la gente y ese conjunto de inoxidables guerreros que no cobraban, se bañaban con agua mineral, pero increíblemente ganaban y pelearon el campeonato hasta el final. Pero ese día, además del bautismo de guerra de los Camboyanos, también nació la mala fama de Chilavert. En una acción intrascendente del juego, descolgó un centro y ante la carga del delantero peruano Franco Navarro, le aplicó un tremendo codazo. Navarro salió de la cancha en camilla, con fractura del tabique nasal. De nada valieron las explicaciones del arquero. El ambiente del fútbol ya hablaba de su mala intención. Días después, El Gráfico juntó a los protagonistas para una recordada nota, en la cual Chilavert dijo que se asustó al ver a Navarro tendido… “es que al verte creí que habías muerto. Tiré la pelota al corner y te quise levantar, pero tenías los ojos para atrás” (¡!).

1988 iba a ser su último año en el arco del Ciclón. Y hubo varios acontecimientos para recordar. El 13 de marzo, en un partido para el infarto, San Lorenzo le empató agónicamente a Banfield en su cancha, 2-2. Esa tarde Chilavert pateó su primer tiro libre en la Argentina. A los 40’ del segundo tiempo perdíamos 2-0; sobre la hora descontó Zacarías y el referí Biscay dio 10 minutos de adicional! Ojo, eran justificados, ellos no pararon de hacer tiempo, las pelotas que caían en su tribuna nunca volvían (hablando de esconder pelotas, no es un detalle menor que el DT de Banfield esa tarde era el mismísimo rey del tiki-tiki, Angel Cappa). San Lorenzo buscaba desesperadamente el empate cuando hubo un tiro libre al borde de área. La tribuna nuestra explotó al grito de “Chilavert, Chilavert”, lo cual envalentonó al paraguayo que se cruzó toda la cancha para patear. Se acomodó como para romper el arco, pero sacó un débil tirito que se estrelló en la barrera. En el rebote, disputó la pelota y la tiró al lateral. En la síntesis de “El Gráfico”, el periodista José Luis Barrio se refería así a la actitud del arquero: “Un disparate. Con una demagogia que cada vez gusta menos en este país (sic) desequilibró a su equipo y dejó mal parados a su técnico y a sus compañeros con una decisión  absolutamente insólita y poco profesional”. Lo que se dice un visionario. De todas maneras, en la última bola del partido el Turco Ahmed empató agónicamente de cabeza. Otra página digna de los Camboyanos.

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Un par de meses después, en la primera semana de junio, se produjo otro incidente con la barra, pero mucho más grave: en un entrenamiento, la cúpula integrada por Poli, Madera y el Panadero, apareció en el vestuario, con una fotocopia entregada por el mismísimo Fernando Miele, donde se detallaban las exigencias económicas del plantel para jugar la Liguilla Pre Libertadores. Los jugadores reaccionaron ante el apriete pero recibieron unos golpes. Entonces Chilavert enfrentó a los 3 caracterizados hinchas, quienes (según cuentan los testigos) se llevaron la peor parte. Al partido siguiente (frente a Vélez paradójicamente) Chilavert dividió a la tribuna azulgrana: la barra lo insultó todo el partido mientras el resto de la gente lo aplaudía y coreaba su nombre. El compromiso de los Camboyanos con la camiseta de San Lorenzo era tan grande y tan noble que finalmente ganaron esa Liguilla. Fueron 2 recordadas finales ante Racing. Épico triunfo 2-0 en Avellaneda y derrota en Liniers, 0-1, que alcanzó igual para lograr el objetivo. Ese 26 de junio de 1988 fue el último partido de José Luis Félix Chilavert custodiando el arco del Ciclón, al cual defendió en 122 oportunidades. Y se fue dejando su sello: lo echaron por agredir a un rival. El equipo quedó con 8 jugadores, lo cual hizo más heroica aún la clasificación de San Lorenzo para disputar la Libertadores después de 15 años.

En agosto de 1988 se acordó una mega transferencia: Chilavert y Siviski pasaban a River en un trueque por Goycoechea y Gorosito, que llegaban a San Lorenzo. Los cuatro jugadores entrenaron en sus nuevos clubes, pero imprevistamente, Goycoechea no pasó la revisación médica y la operación se cayó definitivamente. Como Pipo ya había jugado para San Lorenzo se quedó; Siviski estuvo colgado pero meses después volvió a vestir la azulgrana; Goycoechea se fue a Colombia y Chilavert fue contratado por el Zaragoza de España.

En 1991 regresó al país. En abril de ese año estuvo 20 días entrenando en San Lorenzo. Incluso declaró en la revista “Mi San Lorenzo querido”: “En el único equipo que puedo jugar en Argentina es San Lorenzo”, pero insólitamente Miele no lo contrató. Según contó tiempo después, quiso saludar al Profesor Weber, ex preparador físico cuervo, que en ese entonces trabajaba en Vélez. Llamó por teléfono a ese club, pero en vez de Weber le pasaron con el presidente Gámez, quien lo convenció de jugar en Liniers. Así, de esa manera fortuita, cambió para siempre la historia de Vélez Sarsfield.

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Si bien en un primer momento recibió muestras de gratitud, el idilio entre la hinchada de San Lorenzo y Chilavert se fue deshilachando progresivamente a medida que se sucedieron los enfrentamientos. Una noche de 1992, desde la tribuna del Ciclón volaron petardos repudiando la actuación del juez Abel Gnecco que nos estaba robando alevosamente y el paraguayo aprovechó para teatralizar la situación. Tal vez por eso al partido siguiente, los silbidos fueron más que los aplausos. Pero todo se terminó de pudrir en Mar del Plata, en el torneo de verano de 1995. Hubo un tiro libre para Vélez y Chilavert cruzó toda la cancha para patear. Su remate violento fue rechazado por Passet pero tras el rebote Flores convirtió. Chilavert volvió hacia su arco, donde estaba justamente la gente de San Lorenzo, gritando el gol mientras agitaba su puño de frente a la tribuna. Los insultos fueron generalizados. Y recrudecieron sobre el final del partido, cuando fue expulsado por agredirse mutuamente con el Cabezón Ruggeri, su eterno archi-rival.

Con ese precedente, se caía de maduro que en el próximo encuentro iba a ser repudiado. Lo fue. Y con justa razón. San Lorenzo llegó a la cancha de Vélez como puntero del Clausura ’95, acompañado por una multitud enfervorizada. Desde muy temprano la tribuna visitante explotaba. Por eso muchos, en el entretiempo del partido de reserva, presenciamos asombrados una bizarra escena. El arquero apareció “vestido de civil” en el campo de juego. En medio de una estruendosa silbatina, el polémico José Luis se acercó a la parcialidad de Boedo. Fue recibido al grito de “Olé olé olé Passet Passet”; su respuesta fue gesticular con su dedo índice, señalándose a sí mismo, diciendo que él era el número 1. Entonces bajó el grito hiriente: “Ahí está, ahí lo ven, al paraguayo que le dimos de comer”. Su reacción fue tan insólita como censurable: sacó de su bolsillo una billetera y se puso a contar el dinero delante de la gente. Semejante provocación originó una avalancha en la tribuna que dejó varios contusos y heridos. Aquella noche terminó mal para San Lorenzo: un arbitraje bochornoso de Castrilli, que anuló un gol legítimo de Silas, tras un error de Chilavert a quien se le escapó la pelota de las manos, nos hizo perder el partido y puso en peligro el campeonato. Por suerte dos semanas después en Rosario se hizo justicia.

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Al año siguiente se escribió un capítulo más de esta historia de desamor, pero con Oscar Ruggeri en el papel de vengador azulgrana. Ambos ya se habían distanciado siendo compañeros en Vélez y luego chocaron en algún Argentina-Paraguay. Fue otra noche en Liniers. Sobre el final del match, en un corner el arquero escupió al zaguero internacional quien se quedó cerca del área con sed de revancha. Vio la oportunidad cuando Chilavert salió innecesariamente del área con la pelota en los pies. El Cabezón desde atrás le tiró una patada memorable, antológica, criminal. El paraguayo lo vio venir y saltó evitando el contacto. Dos segundos más tarde hubiese terminado en el hospital. En ese mismo instante el Bambino Veira reemplazó a un Ruggeri totalmente descontrolado y enceguecido. Y acuñó otra de sus frases célebres: “Cuando llegó al banco, quise calmarlo. Y lo abracé. Fue como abrazar la bomba atóoooomica, nene”.

Hasta 2006 Chilavert fue el arquero más goleador del mundo. Hizo 54 goles jugando para Vélez. Pero jamás le pudo convertir a San Lorenzo. Tuvo una chance inmejorable, el 5 de octubre de 1997, pero el Flaco Passet le atajó un penal en forma brillante. Fue en el Pedro Bidegain, el mismo estadio que él contribuyó indirectamente a su construcción con los 550.000 dólares que pagó el Zaragoza por su pase y por los 50.000 que donó de su bolsillo para que pongan una plaqueta de bronce (“con esa guita Miele puso un azulejo; ¡el más caro del mundo!” ironizó después).

La ultima vez que se cruzaron los caminos de San Lorenzo y Chilavert fue en el 2000. Habían pasado 15 años del primer encuentro entre ambos y muy lejos había quedado aquel muchacho paraguayo que llegó en silencio y se ganó el amor de la gente.

Tras su retiro, las pocas veces que lo consultaron sobre San Lorenzo declaró con respeto. Pero llamativamente nunca le preguntan por sus años en la institución que le abrió las puertas en Argentina (excepto para hablar de su pelea con la barra, claro). Chilavert terminó prisionero de un personaje que él mismo construyó en base a una frase: “Tu no has ganado nada”. Ese mantra que nunca se cansó de repetir solidificó su leyenda. En su campaña en el club, la estadística dice eso: San Lorenzo no salió campeón, no hizo ningún gol y el único tiro libre que pateó pegó en la barrera. Pero ese detalle no impidió que los Camboyanos hayan grabado su nombre en la historia sin haber logrado ningún título. Quedaron en la memoria popular, lo cual no es menos importante que una copa circunstancial. Por alguna extraña razón, el paso de José Luis Chilavert por San Lorenzo de Almagro es minimizado por algunos y directamente ignorado por otros. Pero existen también aquellos que no lo olvidamos; los que durante tres años y medio disfrutamos las atajadas descomunales de un joven arquero en su total plenitud, al que no le hacía falta volar, que descolgaba centros con facilidad y era imbatible en los mano a mano. El que hacía fácil lo difícil. Para muchos el mejor de los últimos 50 años.

El Chilavert de San Lorenzo era tan bueno, que fue mejor que el de Vélez. Y es a ése a quien hoy queremos recordar. Al que le puso un candado al arco del Ciclón. Al guardián de los Camboyanos…

Por Víctor Gabriel Pradel

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15 comentarios

  1. Hola. Soy Martín de la peña de Madrid. Hace un mes escribí una nota sobre Chilavert en San Lorenzo. El personaje del que hablaño no soy yo, es un tocayo

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