“Pancho” Rivadero: “El que no tuvo la oportunidad de jugar en San Lorenzo, no sabe lo que se pierde”

El campeón del Clausura 1995 con el “Ciclón” recordó su paso a paso con la camiseta azulgrana, el título en Rosario y su identificación con la institución que lo adoptó hasta el día de hoy.

Las historias de amor no siempre comienzan de la misma manera: en el caso de Claudio Rivadero, su relación con San Lorenzo inició por casualidad y hasta se enteró por la televisión de su posible llegada al club, en el que luego se ganaría el corazón de todos los hinchas.

Campeón del Clausura 1995 de la mano del “Bambino” Veira, “Pancho” se convirtió en una pieza clave del equipo y en un comodín para el entrenador. En diálogo con Proyecto Boedo, recordó su paso a paso con la camiseta azulgrana, el título en Rosario y su identificación con la institución que lo adoptó hasta el día de hoy.

¿Cómo llegaste a San Lorenzo?

Yo estaba en Belgrano de Córdoba y me enteré por la televisión cuando estaba concentrado para  jugar contra Rosario Central. Le hicieron una nota al “Bambino”, que dijo que estaban en tratativas por mí, pero yo no sabía nada. Surgió porque San Lorenzo tenía lesionado a Fernando Galetto y había llegado Daniel Primo, pero se rompió los ligamentos cruzados, y se ve que el “Bambi” le preguntó al “Nano” Areán por mí. Llegué un lunes y el jueves me tocó debutar con Ferro, en septiembre de 1994, pero me expulsaron.

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No fue el debut soñado entonces…

San Lorenzo venía medio a los ponchazos y con Ferro íbamos ganando 1 a 0, pero faltando unos diez minutos me expulsaron y nos empataron, fue rara la sensación. Mirá lo que tiene el fútbol, que mi último partido en San Lorenzo fue en diciembre de 1999, también con Ferro, en su cancha, y ganamos 1 a 0.

En 1994 tuvieron que reponerse a un golpe duro, como fue perder el campeonato con River…

El grupo se repuso porque tenía gente con experiencia dentro del campo de juego y a un tipo capaz de levantarle el ánimo a todo el mundo, como era el “Bambi”. Además, la dirigencia apostó nuevamente por el mismo plantel, fue como una promesa grupal, no se nos podía escapar. Fue algo brillante, el Campeonato del 95 tiene más trascendencia hoy en día que en aquel momento.

Cortaron una sequía de 21 años, hay una generación de hinchas de San Lorenzo que recibió de ustedes la alegría más grande en mucho tiempo…

Antes de la cuarentena, yo iba seguido a jugar a Buenos Aires y me encontraba con gente que me decía eso. Detrás de los chicos que jugaban, los que entraban y los que iban al banco, estaba el trabajo de muchas personas. Quedó muy marcado, con el tiempo queda en la retina, los hinchas lloraban… Sólo los que tuvieron la posibilidad de estar ahí se dieron cuenta de la importancia que tenía lo que habíamos logrado.

¿Qué tan importante fue el apoyo de la gente?

Fue fundamental, nosotros jugábamos con 12. Hoy en día, a cualquier jugador que le preguntás, te dice que quiere jugar en San Lorenzo por la hinchada. Es increíble, ese año nos siguieron a todos lados, ni hablar de cómo nos acompañaron a Rosario, tardamos casi 45 minutos para llegar a la cancha cuando teníamos que haber tardado diez.

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Hablando de Rosario, ¿Cómo fue vivir ese día desde adentro?

Estábamos todos con una incertidumbre terrible por lo que pudiese pasar, no tanto por nosotros, más por el partido en La Plata. El silencio que había en ese colectivo era tremendo, decíamos: “Por Dios, hay que darle una alegría a esta gente”, era impresionante. También Gimnasia hubiese merecido salir campeón, pero la madurez de nuestro equipo hizo que en momentos importantes usemos la experiencia para jugar el torneo. Teníamos a Oscar Ruggeri, el “Pampa” Biaggio, Norberto Ortega Sánchez, Oscar Passet, Paulo Silas, había una base sólida.

Silas te dijo una frase en la concentración que nunca te olvidaste…

Esa noche estábamos comiendo en el hotel, el sábado previo al partido, y se escuchaba sólo el ruido de los cubiertos, todavía tengo ese sonido de fondo. En la mesa estaba Damián Manusovich, Paulo, el “Perro” Arbarello, el “Roly” Escudero y yo. En ese silencio, Paulo me preguntó: “Pancho, ¿alguna vez saliste campeón?”. “No, nunca”, le respondí, y ahí fue que me dijo: “Bueno, mañana va a ser la primera vez”. Te juro que fue la única vez que le pedí a Dios que no ayudase a ninguno de los equipos.

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Hablame un poco del Bambino…

Veira veía muy bien el fútbol y sabía por dónde entrarle al jugador, es un tipo muy inteligente, sabía decirte por dónde se le podía ganar al rival. Los cambios siempre le daban resultado, yo de 18 partidos habré jugado 14, siempre me tenía en cuenta. Una vez, en un entrenamiento, le faltaba un cuatro y me ofrecí para el puesto. Esa semana, con Newell’s, me puso ahí. A raíz de eso, armaba el banco sabiendo que le podía jugar de lateral, de volante o hasta de mediapunta. Lo que más recuerdo fue un día, en un partido amistoso, que hice un gol de chilena y ahí dijo la famosa frase, patentada por él desde hace años, “¡Belleza, nene!”.

¿Cómo nació tu pelea con José Luis Chilavert?

Cuando jugábamos con Vélez, generalmente no era un partido de fútbol,  era una guerra. De nuestro lado estaba el “Cabezón” y del otro Chilavert y Roberto Trotta. El día que Oscar se le tiró de atrás y yo le dije “partilo”, fue porque Chilavert lo escupió en un córner. En 1998, en el partido, me peleé con Claudio Husaín y desde el arco vino Chilavert. Me decía: “Pégame a mí, qué lo empujás”, porque ya estaba enojado conmigo por haberme escuchado, era la cuenta pendiente. En un tiro de esquina para nosotros, fui al primer palo a peinar la pelota y cuando estaba  llegando al vértice del área chica, vi que él venía con todo, así que lo único que atiné a hacer fue pegarle con la zurda en el mentón. No me vio nadie, pero al otro día salió en la tapa del diario Olé y me suspendieron de oficio.

¿El conflicto siguió o quedó ahí?

Cuando terminó el partido, nadie entendía por qué salió a buscarme. Encima a mí me tocó el doping, que estaba al lado del vestuario de Vélez, así que me puse las zapatillas por si había que pelear, pero no fue. Con el paso del tiempo, me lo encontré en las oficinas de un representante, cuando los dos ya habíamos dejado el fútbol y él estaba bastante gordo. Entré y pensé “chau, acá se termina lo que empezó hace años”, pero no. Me dio la mano y me dijo: “Quedó todo en la cancha”, y ahí nos pusimos a hablar.

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Unos años antes tuviste un encontronazo con Luis Figo y “Pep” Guardiola…

Nosotros fuimos a jugar dos años seguidos la Copa “Joan Gamper”, antes habíamos ido a Roma para jugar con la Lazio, pero estábamos acostumbrado a otra cosa, era todo nuevo salvo para los del plantel que tenían otra experiencia. En un cambio de frente, Sergi, el defensor del Barcelona, se me tiró con los pies para adelante y la pelota salió al lateral. Cuando se la volvieron a dar, fui de la misma forma y ahí se armó el tumulto. Cuando vino Guardiola, obviamente no pensé que me iba a pegar, pero le puse la mano en la cara y lo saqué, que fue lo que salió en la foto del diario. Yo tenía 24 años, ahora digo qué mal que estuve por no haber respetado al rival.

¿Es verdad que tu camiseta valió doble?

(Risas) Después del partido estaba con el “Perro” y yo se la quería cambiar a Robert Prosinečki, así que seguí al croata, lo agarré antes de subir y le pedí que me la cambie. Me la saqué y él se sacó la suya, pero me la dio y se fue caminando sin agarrar la mía, no me la recibió. Cuando salí, lo vi a Abelardo Fernández que venía, así que le pedí que me la dé y la cambiamos. Cuando entré al vestuario, dije: “Muchachos, discúlpenme pero la mía vale dos del Barcelona”.

¿Cómo fue el momento de irte de San Lorenzo?

Fue complicado, había estado cinco años en el club, conocía todos los rincones. Fue la época de Oscar Ruggeri como DT, en ese momento no entendí por qué había hecho un recambio. Se habían ido varios y habíamos quedamos entrenando con la Reserva tres jugadores: el “Chapa” Zapata, Juanjo Borrelli y yo, que nos pusimos “Delfín, Mojarrita y Tiburón”, nos cargábamos entre nosotros (Risas). Con el tiempo, entendí que el recambio estuvo bien, hacía muchos años que estábamos, por ahí ya no dolían tanto las derrotas. Cuando te vas, te das cuenta de dónde estuviste, lo dimensionás y lo ves desde otro lugar. Un día, Alejandro Montenegro, que fue mi compañero en Talleres, me había dicho: “De acá te tienen que sacar con los pies para adelante, lo último que tenés que hacer es irte de un equipo grande”. Cuando llegás a San Lorenzo, lo único que tenés que hacer es entrenar, jugar y rendir, y con rendir me refiero a dejar todo. El hincha te puede perdonar un mal pase, pero no que veas una pelota pasar y no hagas nada para recuperarla. Viví cosas muy lindas, irte es doloroso, pero es fútbol y hubo que aceptarlo.

Si me tenés que nombrar a los tres mejores compañeros que tuviste desde el aspecto futbolístico, ¿Quiénes dirías?

Son muchos. Con Galetto nos conocemos de Talleres y ahora jugamos en un equipo en Córdoba, también con el “Diablo” Monserrat, tenemos otra química. Después, un tipo fácil para jugar era “Pipo” Gorosito, era una cosa de locos cómo simplificaba todo. Con el “Pampa” teníamos el mecanismo que si el amagaba que la venía a buscar, se la tenía que tirar larga, y si picaba era porque la venía a buscar. Son entendimientos, como con Silas, Ortega Sánchez. Son varios, es difícil elegir tres.

¿Qué significa San Lorenzo en tu vida?

Es algo que me va a quedar muy adentro, hoy en día tengo más registro de San Lorenzo que de los demás equipo de mi carrera, sin hablar mal de ninguno. Sumado a que hoy por hoy sigo jugando y viajando con el Senior, todavía sigo identificado y perteneciendo al club, es impresionante. Todo el mundo lo dice, San Lorenzo tiene algo especial que no lo tienen Boca o River, es algo ilógico en el fútbol argentino que un club haya pasado por todo lo que pasó y se reponga, lo sostuvo la hinchada. Cuando hizo falta que la gente saliera a pelear por el club, ahí estuvieron. El que no tuvo la oportunidad de jugar en San Lorenzo, no sabe lo que se pierde.

Por Federico Giannetti.

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13 comentarios

    • tengo el pantalón cuando jugó contra Unión con el Núm 22 en Santa fe ya se iba al micro y lo corrí co mi hijo me lo había prometido en Paraná y cumplió un genio el Panchito

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