Crónica de un orgasmo azulgrana: a 28 años del título más deseado

Por Víctor Gabriel Pradel.


“No habrá ninguna igual, no habrá ninguna…todas murieron en el momento que dijiste adiós”

Hago mías las palabras del poeta Homero Manzi. Era quemero pero no importa, total festejamos en la esquina que lleva su nombre. Su pluma describe fielmente lo que fue la noche del 25 de junio de 1995 en Rosario. No habrá ninguna igual, no habrá ninguna. Lo supe cuando terminó aquella jornada. En el mismo momento que dijo adiós sabía que no iba a volver a vivir nada semejante. Nunca más. Hoy, 28 años después, todavía lo puedo asegurar. Entre copas y campeonatos luego festejamos siete títulos más. A pesar de la obsesión por la Libertadores, el grado de locura, enajenación y furia demencial que se vivió en el estadio de Central no se repitió en la final de la Copa. Nada se compara a estar veintiún años sin salir campeón. Veintiún largos, interminables, insoportables años que murieron esa noche. El campeonato del ’95 será eternamente, por siempre y para siempre, el más festejado, el más soñado, el más deseado…

San Lorenzo necesitaba un milagro para romper el maleficio. No solo había que ganarle a Central en Rosario; también había que rezar para que Gimnasia pierda de local contra un deshilachado Independiente. “El diablo todavía no pasó por La Plata”, les dijo el Bambino a los jugadores. Héctor Rodolfo Veira, el Gran DT, una semana antes comenzó a ganar el partido. No sólo fue un brillante técnico y estratega; también era un tremendo motivador. Invitado al programa “Fútbol de Primera” lanzó una arenga pública que quedó en la historia: “La gente de San Lorenzo ha hecho todo con sacrificio; se ha ido a la “B”, ha vuelto a Primera “A” con sacrificio, no ha tenido estadio, ahora tiene un estadio; y hay que tener fe, hay que tener ilusión. Por eso yo quiero que vayan 25, 30 mil personas, con alegría, en familia a Rosario. Y si se da, se da y si no se da, mala suerte…”

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Pero se dio. Y cómo se dio. El milagro ocurrió. El diablo no solamente pasó por La Plata; también metió la cola. El Bambino tenía razón. Solo se equivocó en una cosa: no fuimos “25, 30 mil personas”. Fuimos más. Treinta y cinco mil cuervos invadimos, copamos, tomamos por asalto el Gigante de Arroyito, ocupando el 75% de su capacidad, en una movilización impactante, conmovedora, sin precedentes en la historia del fútbol argentino. Muy temprano por la mañana la ruta 9 ya estaba teñida de azulgrana. No había un solo vehículo circulando en dirección a Rosario que no luciera una bandera de San Lorenzo. Durante las 4 horas que duró el viaje, en la combi que me trasladaba el comentario recurrente era que íbamos detrás de una utopía. Después del robo de Castrilli contra Vélez los cuervos teníamos la sensación que nadie quería que San Lorenzo salga campeón. Pero también la certeza que romper ese himen significaría un punto de inflexión. Hay momentos en que la historia se acelera, en que todo se define por sí o por no, en que los destinos se tuercen en un lugar, en un acontecimiento y en una fecha. Esa noche debía cambiar la historia. Al llegar a la ciudad, el cálido recibimiento de los “canallas” preanunciaba que el viaje sería épico e inolvidable. Había gente de Central en la calle aplaudiendo el paso de los micros, autos y camioneta que traían a los hinchas de San Lorenzo. Al grito de “Rosario y el Ciclón, un solo corazón”, saludábamos sacando los brazos por las ventanillas, cual si fuésemos estrellas. Al llegar a la cancha, las colas para entrar a los distintos sectores eran interminables. Era tan inmensa la marea azulgrana proveniente de todos los rincones del país, que el micro que traía a los jugadores tardó una hora en ingresar al estadio.

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Dentro del mismo, las tribunas comenzaron a poblarse rápidamente. Al comenzar el partido de reserva, que San Lorenzo y Central empataron 1 a 1, la bandeja inferior de la popular que da a la calle Génova, ya estaba abigarrada. Pronto siguió el mismo camino la bandeja superior. Desde los parlantes bajó el siguiente mensaje: “Invitamos a la parcialidad de San Lorenzo a ocupar la popular local”. No era un partido en el Vaticano. Era la fiesta entre dos hinchadas unidas por una amistad histórica, que había comenzado en 1958, excedía a las barras y años después lamentablemente por imperio de algún extraño código se terminó. Pero aquella fue una noche de complicidad entre cuervos y canallas. Abundaron camisetas, gorros y banderas de Central en las tribunas ocupadas por la gente de San Lorenzo y viceversa. “Me parece que el Lobo no sale campéon, me parece que el Lobo no sale campeón, sale el cuervo, sale el cuervo sí señor”, cantaban solidarios los rosarinos; “Central, Central, Central”, era nuestra devolución de gentilezas. Y las cuatro tribunas se unían para el clásico “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es de Newell’s y Huracán”, uno de los hits más entonados en esa gélida noche de frío polar. El viento helado que venía del río Paraná era impiadoso. Cuatro grados bajo cero marcaba la sensación térmica, pero al momento de salir el equipo el estadio era una caldera.

Un imponente y majestuoso telón azulgrana (donado por el sponsor Cablevisión) de 98 metros por 45 cubrió completamente las dos bandejas visitantes. Un trapo de similares dimensiones con los colores de Central hizo lo propio en la popular local. El recibimiento para San Lorenzo fue apoteósico. “Yo soy del barrio de Boedo y siempre te voy a seguir, aunque juegues en cualquier cancha, contigo yo tengo que ir, por eso te aliento esta noche, te llevo en el corazón, la hinchada quiere el campeonato quiere ser campeón…” clamaba la multitud, bajo una lluvia de papeles y un impresionante despliegue de pirotécnico de petardos y bengalas que se prolongó varios minutos. Miles de brazos se agitaron al son del histórico grito de guerra “El Ciclón, el Ciclón, el Ciclón”, que se enganchó con otro viejo clásico, el “San Loreee, San Loreee, San Lorenzo, San Loree…” al ritmo de la marcha peronista; para rematar con una vieja plegaria mezcla de deseo e ilusión: “Sí sí señores yo soy de Boedo, sí sí señores de corazón, porque este año desde Boedo, desde Boedo, salió el nuevo campeón”.

Eran exactamente las 18.25 hs. del domingo 25 de junio de 1995, cuando Roberto Ruscio dio el pitazo inicial en Rosario. En La Plata el partido había comenzado unos minutos antes. San Lorenzo salió a ganar el campeonato apenas rodó a la pelota. Habían pasado 60 segundos nada más cuando Biaggio encaró y fue derribado en la puerta del área. Netto ejecutó el tiro libre y su violento bombazo obligó a Abbondancieri a volar para desviar el balón al corner. Cinco minutos después Silas metió un centro que se fue cerrando y salió cerca del ángulo superior derecho. En el tercer corner ejecutado en los primeros minutos, Silas la puso en la cabeza del Pampa, que le dio de pique al piso y la pelota salió apenas alta; y a continuación un centro de Escudero encontró sorpresivamente a Ruggeri en posición de centrodelantero y cuando iba a definir, Bayón lo cruzó providencialmente para salvar su valla. Después hubo un lapso donde Central emparejó, pero la más clara, nítida y peligrosa la tuvo San Lorenzo en los pies de Claudio Darío Biaggio: Monserrat colocó un gran pase hacia la derecha buscando la entrada del goleador del Ciclón, que la tocó por sobre la salida de Abbondancieri. La pelota viajaba inexorablemente a la red, pero el Colorado Lussenhoff, en un esfuerzo extraordinario la sacó sobre la línea cuando la multitud de cuervos aclamaba el gol.

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Pero el grito contenido, atorado, atragantado, explotó definitivamente a los 41 minutos de juego. Y el responsable no fue ninguno de los 22 jugadores que estaban en el Gigante de Arroyito. Dos minutos antes hubo una falsa alarma y se gritó un imaginario gol de Independiente que nunca existió. Esta vez sí, la noticia era real y el alarido fue infinito: Javier Mazzoni, en la cancha de Gimnasia había convertido un gol histórico por el cual aún hoy, 26 años después, le seguimos agradeciendo. Nos olvidamos del frío que calaba los huesos, de los nervios, del temor. Nos olvidamos de todo. “Por eso te aliento esta noche, te llevo en el corazón, la hinchada quiere el campeonato, quiere ser campeón…oh oh”, tronaba en las tribunas mientras los jugadores se iban al descanso. En el entretiempo reinó una tensa calma. Los esfuerzos demostrados por Lussenhoff, Falaschi, Abbondanzieri o Belloso, daban por tierra las versiones acerca que los jugadores de Central no iban a oponer resistencia. El partido no estaba resultando fácil. E íbamos a tener tiempo de seguir sufriendo.

En la segunda etapa pasamos por todos los estadíos posibles. En los primeros minutos San Lorenzo tomó la iniciativa; pero Belloso nos dio el mayor susto de la noche: encaró por la izquierda, le ganó en velocidad a Arévalo y dentro del área enganchó para su pierna derecha; tenía la opción del pase a Scotto, pero prefirió pegarle un puntazo al primer palo. Afortunadamente la tiró afuera. En ese momento cambió el partido. Inmediatamente el Bambino movió el banco: sacó al Perro Arbarello y puso a Esteban Fernando González. Tenía el número 16 en la espalda pero en realidad estaba vestido de super-héroe. Iban 11 minutos. El Gallego entró con todas las ganas y en su primera intervención, fue directo a atorar a Jara, a la altura del medio campo sobre el sector derecho. Recuperó la pelota y le hicieron foul. Netto sacó el indirecto, tocó con Galetto que jugó con Silas y éste abrió la cancha con Manusovich. El Ruso buscó a Monserrat que apareció por la izquierda. El Diablo recibió con la marca de Gordillo y Falaschi encima, giró e intentó pasar entre medio de los dos. Falaschi alcanzó a pellizcarla pero la pelota dio en el pie de Gordillo y le quedó a otra vez a Monserrat; cuando se filtraba en busca del arco Gordillo lo tomó de su brazo izquierdo y lo derribó. Roberto Ruscio marcó la pena máxima. El cronómetro marcaba 13 minutos. Carlos Javier Netto acomodó el balón en el punto del penal y se paró frente al arquero con la confianza y la seguridad de los que quieren entrar en la historia. Pero el traje de super-héroe esa noche estaba reservado para otro jugador. Netto buscó romper el arco como hacía siempre, ubicando la pelota unos centímetros debajo del travesaño. Y esta vez su violentísimo disparo se fue a las nubes. “Netto, Netto, Netto, huevo, huevo, huevo”; de las tribunas bajó el aliento de la hinchada buscando levantar el ánimo del volante. Pero volvieron los nervios, el temor y el sufrimiento. Volvieron los fantasmas de los 21 años sin salir campeón. El equipo había acusado el golpe del penal errado.

Hasta que el Roly Escudero habilitó a Monserrat sobre la derecha, quien tras girar metió un centro de zurda al corazón del área. Allí apareció Silas para conectar de cabeza; la pelota iba al arco pero el Colorado Lussenhoff rechazó con gran esfuerzo. El rebote quedó boyando, trabaron Falaschi y Monserrat, ganó el Diablo, sacó un remate de emboquilla y Abbondancieri volando hacia atrás salvó milagrosamente su valla enviando el balón al corner. El reloj marcaba el minuto 32 del segundo tiempo. Era la hora señalada. Paulo Silas ejecutó el tiro de esquina. Desde la derecha le dio con comba hacia fuera. La pelota dirigida al primer palo se fue abriendo. En la línea del área chica saltaron Lussenhoff, Biaggio y González. Pero el Gallego, el que había entrado vestido con el disfraz de super-héroe, se elevó más alto que todos, metió un cabezazo cruzado que entró en el palo opuesto de Abbondanzieri e inició una loca carrera mientras revoleaba la casaca con el número 16. El estadio literalmente explotó. Aquello no fue un gol. Fue un orgasmo colectivo. Los 35.000 cuervos que invadimos Rosario respondiendo la arenga del Bambino, abrimos nuestras gargantas como nunca antes, como nunca después. Fue un sonido brutal, ensordecedor, un alarido sobrehumano. La imagen de Héctor Rodolfo Veira llorando desconsoladamente abrazado al Beto Ortega Sánchez todavía hoy hiela la sangre. Fue tal el nivel de enajenación que el gol se siguió gritando aun después de sacar del medio para reanudar el partido.

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Quedaba aproximadamente un cuarto de hora para el final, pero no se jugó más. El Conde Galetto, figura consular del partido, puso la pelota bajo su suela y comenzó a manejar los hilos. El Bambino mandó a la cancha a Ortega en lugar de Biaggio para tener la pelota. Y el Beto casi se da el gusto de marcar: quedó solo frente al arquero y a pesar de tener a Silas en inmejorable posición para convertir, optó por pegarle al arco pero su remate de zurda se fue desviado. Ortega Sánchez después se redimió con Silas al ponerle un pase estupendo. El crack brasileño enfrentó a Abbondanzieri, lo gambeteó abriéndose hacia su derecha pero el arquero alcanzó a desestabilizarlo y lo obligó a rematar exigido; el tiro de Paulo fue despejado por Falaschi casi sobre la línea. Se cumplió el tiempo reglamentario y Roberto Ruscio dio dos minutos de adicional. Pero nunca se completaron. Una nube de fotógrafos rodeaba al emocionado director técnico de San Lorenzo mientras en el estadio atronaba un viejo clásico que al fin se hacía realidad: “Miren miren qué locura, miren miren qué emoción, ese es el Bambino Veira que vino a Boedo para ser campeón”. Alrededor del perímetro del campo de juego se empezó a llenar de gente, que se descolgaba de las tribunas. Netto ganó una pelota y se la llevó para el costado. Garrone se tiró al piso y la sacó al lateral. Pero ese lateral jamás se hizo. Y el pitazo final nunca sonó. Tal vez haya sido un acto de justicia que ese partido nunca haya terminado, así definitivamente fue eterno. A Gimnasia se le habían acabado los milagros y había perdido en La Plata. ¿Para qué esperar más? Una multitud invadió la cancha. Entre ellos el autor de este relato. Yo fui a la cancha por primera vez tres meses después del último título, el de 1974. Me comí literalmente enteros los veintiún años sin salir campeón. Toda mi vida esperé ese momento. No me importó más nada. Hice equilibrio sobre una chapa que los pibes de la hinchada pusieron como puente, de milagro no me caí en el foso, me tiré de cabeza en el campo, me arrodillé en el césped, arranqué pasto con los dientes y di la ansiada vuelta olímpica. Y por las dudas, la di dos veces.

Veinte días después de la inolvidable noche de Arroyito cumplí mi promesa y caminé 18 horas hasta llegar a Luján. Pero cerré el círculo de esta historia varios años más tarde. Un día cualquiera, mientras viajaba en el subte “B”, al parar en la estación Callao se abrió la puerta para que pasen al interior del vagón algunas caras familiares. Con asombro reconocí a unos cuantos ex jugadores de San Lorenzo. Delante de mí, allí estaban Pedro González, Cocco, Irusta, (¿tal vez Rendo?) y un par más que no presté atención. Porque de todos ellos, yo tenía ojos para uno solo: Esteban Fernando González. Al verlo supe que debía pagar mi deuda. Me acerqué y le dije simplemente: «Gracias, vos hiciste el gol que yo siempre soñé hacer». El Gallego se emocionó, también me agradeció y me abrazó. La escena, épica, sólo duró unos segundos. La lógica indica que iban o venían de alguna reunión de la mutual de veteranos; pero yo estoy seguro que hubo algo sobrenatural. Quién sabe qué deidad azulgrana me los mandó del cielo. Si no, no se explica que tras ese abrazo del alma, inmediatamente se abrió la puerta del subte y el Gallego se bajó.

“Esta puerta se abrió para tu paso”…dice la primera línea de “Ninguna”, el tango de Homero Manzi que dio inicio a esta narración y me sirve también para finalizarla. Esa puerta se abrió para que por ella pasen a la inmortalidad el Bambino Veira, Passet, Escudero, Arévalo, Ruggeri, Manusovich, Monserrat, Galetto, Netto, Silas, Biaggio, González y todos los demás integrantes de aquel plantel de héroes. Honor y gloria eterna para todos ellos. Para los que me regalaron el día más feliz de mi vida

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16 comentarios

  1. […] Campeón del Clausura 95, fue parte del equipo que rompió el maleficio tras 21 años aunque jugara poco. Eduardo Bennett quedó en la historia. Viviendo momentos en cancha como frente a Talleres en Córdoba, cuando el Gallego González le sacó el gol que hubiera sido de él para definir con los tapones y de pique al suelo el partido. Definición poco ortodoxa, como las que solía protagonizar el hondureño. Y quedó en la historia tal vez porque a los cuervos de más de 40 que lo vimos en cancha, recordar su nombre nos inspira una sonrisa. Y no es poco, vaya que no es poco. […]

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  2. […] No sólo fue un brillante técnico y estratega; también era un tremendo motivador. Invitado al programa “Fútbol de Primera” lanzó una arenga pública que quedó en la historia: “La gente de San Lorenzo ha hecho todo con sacrificio; se ha ido a la “B”, ha vuelto a Primera “A” con sacrificio, no ha tenido estadio, ahora tiene un estadio; y hay que tener fe, hay que tener ilusión. Por eso yo quiero que vayan 25, 30 mil personas, con alegría, en familia a Rosario. Y si se da, se da y si no se da, mala suerte…”. Y se dio… […]

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