La leyenda de Los Camboyanos, los campeones sin corona

Por Víctor Gabriel Pradel.

“Qué silencio, qué silencio, es una joda de San Lorenzo…”, entonaba la marea azulgrana que invadió la interminable tribuna visitante de la vieja cancha de Independiente, la soleada tarde del 7 de septiembre de 1986. El público local, mudo, contemplaba la impotencia de sus hombres, incapaces de quebrar la heroica resistencia de aquellos 11 gladiadores. Consumada la victoria, los jugadores del Ciclón arrojaron sus camisetas como ofrenda para esa multitud enloquecida que no paró jamás de alentarlos. Ninguno de los afortunados testigos de ese mágico momento lo sabíamos, pero en ese preciso instante estábamos asistiendo al nacimiento los Camboyanos. Era el comienzo de un mito, el inicio de una leyenda, que el tiempo no hace más que agigantar.

Pero la turbulenta semana previa impedía presagiar ese final feliz. Setenta y dos horas antes la situación era muy distinta. Nito Osvaldo Veiga, sabio entrenador, cultor del fútbol ofensivo, había finalizado su contrato con San Lorenzo. A la hora de renovar el vínculo le exigió a los dirigentes que, antes de pagarle a él, primero arreglen los contratos de los jugadores y les salden la deuda por los premios: no habían cobrado un solo peso (en esa época “austral”) por los puntos obtenidos en las 8 primeras fechas del campeonato. La Comisión Directiva, encabezada por el ex presidente, Enzo Zoppi, no le dio ninguna solución y San Lorenzo se quedó sin técnico, para enfrentar en Avellaneda a Independiente, por entonces puntero del torneo.

Los jugadores no entrenaron ni jueves, ni viernes, ni sábado. Ese día, Nito Veiga pasó a despedirse del plantel. Dio una charla técnica y le pidió a sus ex dirigidos que jueguen por la gente. Y vaya si lo hicieron. El domingo, San Lorenzo presentó 11 jugadores titulares, 5 suplentes y ningún DT. Esa función la cumplió el arquero suplente, el querido Rubén Cousillas, idolatrado por la hinchada por encarnar el prototipo del «jugador-hincha». Mucho antes de recorrer el mundo como ayudante técnico de Manuel Pellegrini, el Flaco ya la tenía clara en cuanto a la táctica y la estrategia. Mandó a la cancha este equipo: Chilavert; Malvárez, Marchi, Luongo, Jorge García; Alul, Giunta, Fabián García, Siviski; Hernández y Perazzo. Ese mediocampo combativo iba a presentarle una dura batalla a Giusti, Marangoni, Bochini y Reinoso, responsables del circuito de fútbol ofensivo propuesto por el Rojo.

El partido fue tremendamente emotivo. Independiente intentó tomar la iniciativa pero los nuestros jugaron con el alma. No regalaron un centímetro. Lucharon en todos los rincones de la cancha. Chilavert, con una actuación descomunal, ahogó una y otra vez el grito de los locales. El imbatible arquero además tuvo tiempo de mandar a los vestuarios al delantero rival Franco Navarro. Así se fue la primera etapa. En el segundo tiempo, a los 18 minutos cambió el partido. El Ruso Siviski disputó y le ganó una pelota a Marangoni en el campo de San Lorenzo. Desde allí metió el bochazo largo para la corrida de Hernández. Pino desbordó por la derecha y tiró el centro pasado. Dentro del área apareció Perazzo, el goleador, capitán y líder futbolístico del equipo. La salida desesperada de Islas no pudo evitar el letal cabezazo de Walter, que le cambió el palo al arquero y provocó la explosión de miles de cuervos eufóricos.

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Independiente se vino al humo. Los cuatro del fondo aguantaban y rechazaban absolutamente todo. Y cuando no podían rechazar, atrás se agigantaba la enorme figura de Chilavert, donde morían los vanos intentos locales. Por las dudas el Flaco Cousillas reforzó la heroica resistencia con el ingreso de dos hombres de marca para seguir peleándolas todas. El Chino Zandoná entró por el Turco Alul y Raúl Oyola por Blas Giunta, que se fue lesionado; había dejado la vida y una ovación acompañó su salida. Arriba el gran Walter Perazzo, la figura del partido, alcanzaba para asustar con su sola presencia a los hinchas de Independiente, que en silencio se resignaban a morder el polvo de la derrota. Pobres de ellos. Tampoco sabían que esa tarde estaban viendo nacer a los Camboyanos.

Llegó el pitazo final de Lamolina. El puñado de gladiadores se acercó a la tribuna, ofrendó sus camisetas a la hinchada, que los bañaba en aplausos. El pacto de amor estaba sellado.

Con el paso del tiempo la leyenda creció. Esos hombres se encargaron de alimentarla. A la semana siguiente a aquel partido fundacional con Independiente, asumió como técnico, Tito Carotti, un hombre de la casa. Comenzó una campaña asombrosa. Los Camboyanos pelearon el campeonato ‘86/87. Faltando 6 fechas iban punteros. Lamentablemente el título se escapó en forma increíble. Hubiese sido una proeza, pero era complicado si al mismo tiempo no les pagaban lo que les correspondía, se bañaban con agua mineral y ante las huelgas de los empleados de la Ciudad Deportiva (por falta de pago también) se iban a correr solos a los bosques de Palermo. Incluso Perazzo, el capitán, en una gestión personal llegó a pedir prestada la cancha de Deportivo Español para entrenar. Literalmente jugaban por la gente. Por la camiseta. Esas mismas camisetas de las cuales a veces ni llegaban a completar un juego entero y debían jugar con modelos diferentes.

A fines del ’86 cambió la dirigencia. Asumió Fernando Miele. Pero los problemas económicos continuaron. En 1987 pasó fugazmente como DT Bora Milutinovic y tras su huida vino el Bambino Veira. Y con su llegada el espíritu camboyano encontró su propio ADN: el Bambino reinventó una y otra vez el equipo. No importaba que cambien los protagonistas; los que llegaban de afuera se mimetizaban con el fuego sagrado de los que ya estaban. La esencia era la misma. De las inferiores del club se promovieron jóvenes valores, como Bernuncio, Ahmed, Frutos, Moner, Calbanese, Tempone, Labarre, Aguilar, Monarriz, Rojas y Docabo. Para el torneo ‘87/88 se incorporaron Zacarías, Riquelme, Romano, Tedini, Nannini, Larraquy, Omar Jorge. San Lorenzo fue subcampeón, ganó la Liguilla en una inolvidable final contra Racing (improvisando a Siviski y Ortega Sánchez como delanteros) y clasificó a la Libertadores después de 15 años. Lamentablemente, en ese momento emigraron Chilavert y Perazzo. Con ellos en el equipo (y Siviski, que tampoco pudo estar) los Camboyanos hubieran conquistado el máximo certamen continental. De todas maneras, llegaron a la semifinal de la Copa Libertadores 1988, un trofeo que pudieron y debieron ganar, con un plantel al que se sumaron nombres como Pogany, Coloccini, Rifourcat, Ferreyra, Villarreal, Bello, Lentz, Castagneto y la inigualable dupla Gorosito y Acosta

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En el campeonato ‘88/89 la mística continuó. El equipo clasificó para la Liguilla y en la final humilló a Boca. El lapidario 4-0 quedó para siempre en la historia. Por el golazo del Beto, la deslumbrante actuación de Pipo y la impotencia de los jugadores xeneizes en el campo y de su hinchada en las tribunas: incapaces de soportar la vejación abandonaron en masa el estadio de Huracán mucho antes del final del partido. Y así como los presentes el 7 de septiembre de 1986 ignorábamos estar ante la génesis de un mito, quienes asistimos a la antológica goleada contra Boca desconocíamos que era la última hazaña de los Camboyanos.

Fue el 22 de junio de 1989. Esa tarde el gran Lucho Malvárez, el hombre que bautizó a ese grupo de hombres legendarios, vistió la camiseta de San Lorenzo de Almagro por última vez. Es un acto de justicia considerar aquel broche de oro, como el acto final de un ciclo glorioso e irrepetible en la historia del club:

«Sentado un día en el vestuario le digo a Marchi que estaba al lado mío: Turco ¿sabés qué? Nosotros parecemos guerreros, camboyanos, vivimos en el lodo, vivimos en los problemas, en los quilombos. Ese camboyano que se tira en la selva y que quiere pelear y va al frente siempre; creo que nosotros somos eso, Los Camboyanos».

Una anécdota los pinta de cuerpo entero: antes de un recordado triunfo ante Temperley en el sur, un domingo tórrido e infernal, en los vestuarios, Leonardo Madelón se lamentaba por el calor inaguantable, agobiante, insoportable. Claudio Gugnali le dijo: “Mejor. No sólo quiero que haga calor ahora. También que llueva en el entretiempo y truene en el segundo. Si nosotros andamos mejor cuando peor está todo…”

Este tipo de relatos fueron forjando la leyenda. Pero es justo y necesario enaltecer futbolísticamente a Los Camboyanos. En las diversas reencarnaciones de ese proceso, no sólo se vio un grupo de leones aguerridos que mordían en todos lados, trababan con la cabeza y dejaban la vida en el verde césped. Junto al espíritu combativo de guerreros inoxidables como Lucho Malvárez, el Turco Marchi, el Turco Alul, Claudio Zacarías, el Topo Riquelme, Blas Giunta o el Flaco Rifourcat y un arquero de una personalidad avasallante como José Luis Chilavert, también había jugadores de calidad: un zaguero de galera y bastón como Osvaldo Coloccini, mediocampistas dúctiles como Leo Madelón y Rubén Romano, un volante de tremenda dinámica como el Ruso Siviski, un enganche hábil y cerebral como el Beto Ortega Sánchez, un eximio ejecutor de tiros libres como Rolando Barrera, wines picantes como Pino Hernández o el Pájaro Tedini y sobre todo, un goleador formidable, de enorme categoría técnica como Waltergol Perazzo. Ni hablar de Pipo Gorosito y el Beto Acosta, por supuesto.

Los Camboyanos nos regalaron tardes inolvidables, con momentos de buen fútbol y también ganando partidos (varios clásicos, esos que la gente no olvida nunca más) con la tradición del estilo histórico de San Lorenzo: atacando, yendo al frente, llevándose a los rivales por delante, con dignidad, con coraje, con valentía. Como un auténtico Ciclón.

Por eso la conmovedora comunión que existió entre la hinchada y aquel grupo de gladiadores no se repetirá nunca jamás. “Éramos una prolongación de la gente en la cancha”, sentenció alguna vez Darío Siviski. Y la gente recibió ese mensaje. Por esa razón se identificó tanto con el equipo y lo siguió fiel y orgullosamente por todas las canchas (en esos años San Lorenzo no tenía estadio propio, un detalle no menor).

Lucho Malvárez no sólo clausuraba el lateral derecho. También fue autor de frases descomunales: “Hoy jugamos para comprarle el yogur a los pibes y el churrasco a la señora”. Por supuesto tenía razón; pero los Camboyanos no solamente jugaban por el yogur y el churrasco. Además jugaban por amor. Por amor a la gente, por amor a la camiseta, por amor a los colores. 

La sociedad exitista instaló que para quedar en la historia hay que salir campeón. Es mentira. Los Camboyanos no ganaron ningún título oficial. Pero ni falta les hizo. Fueron campeones sin corona. Y aun así, su mítico nombre y su leyenda están por siempre y para siempre flotando en la memoria popular…


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12 comentarios

  1. […] Convirtió varios goles en clásicos, esos que quedan para siempre grabados en la memoria del hincha. Los hizo de derecha, de izquierda, de penal, hasta uno de tiro libre (a Temperley) y varios de cabeza. Este aspecto hay que destacarlo porque el mismo Perazzo en sus inicios reconocía tener una falencia en el juego aéreo, pero fue puliendo su técnica y terminó marcando 14 tantos de cabeza. Algunos espectaculares, como las palomitas a Gimnasia de Mendoza y a Platense y uno inolvidable, en la cancha de Independiente, cambiándole el palo a Islas, la tarde que nacieron los Camboyanos. […]

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  2. […] Los Camboyanos habían ganado la Liguilla y clasificaron para la Copa Libertadores después de 15 años de ausencia. La fantástica dupla debutó en la primera fecha de la fase de grupos, en un empate 0-0 contra Newell’s en Rosario, el miércoles 6 de julio de 1988. Ya desde las primeras prácticas, demostraron tener una conexión futbolística especial. […]

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  3. […] A mediados de 1986 fue contratado por San Lorenzo de Almagro, a instancias del entrenador Nito Veiga, que lo pidió insistentemente. Con la camiseta azulgrana debutó el 13 de julio, por la primera fecha del torneo 86/87, en un empate 1-1 contra Central, en la cancha de Boca. El Ruso rápidamente se ganó la titularidad como volante por la derecha. Pero (tal como sentenciara luego el gran Lucho Malvárez) San Lorenzo en ese instante, literalmente era Camboya. El club, hundido en una crisis institucional y económica, se caía a pedazos. Solo dos meses después del debut de Siviski, Nito Veiga renunció a su cargo, antes de enfrentar a Independiente en Avellaneda. San Lorenzo afrontó ese partido sin director técnico. Los jugadores no habían visto una sola moneda por los premios de los puntos ganados hasta ese momento. Pero en una conmovedora demostración de amor propio y respeto por la camiseta, aquellos gladiadores jugaron por la gente y se llevaron una épica victoria. Habían nacido los Camboyanos. […]

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