Nueve cuervos muertos en la cancha de River: la tragedia de 1944

Por Víctor Gabriel Pradel.


El 2 de julio de 1944 (24 años antes de la tristemente célebre puerta 12) el mismo estadio Monumental fue mudo testigo de una catástrofe. 80.000 personas abarrotaban el estadio de River Plate, donde el local, puntero del torneo, recibía al tercero en la tabla, San Lorenzo de Almagro, por la 12º fecha del campeonato.

El match fue arbitrado por el juez más importante (y a la vez polémico) de la época, Bartolomé Macías. San Lorenzo desde el comienzo mismo se lanzó a la ofensiva. A los 4 minutos de juego el defensor de River, Vaghi, le cometió una doble infracción dentro del área a nuestro delantero Mariani; primero le aplicó un puntapié, pero como no pudo detenerlo lo sujetó violentamente del brazo. Macías omitió la pena máxima pese a las vehementes protestas de los jugadores azulgranas. Un minuto después Rinaldo Martino abrió el marcador con un soberbio disparo que hizo explotar a la multitud de cuervos que coparon la tribuna Centenario alta.

A los ’35, el árbitro empleó en nuestra área la rigurosidad que no tuvo en la de River y sancionó una supuesta infracción de Zubieta al Charro Moreno. El penal fue ejecutado por Loustau en forma desviada. Pero a los ‘43 Labruna consiguió el empate, resultado con el que finalizó la primera etapa.

La segunda parte tenía un trámite parejo pero Macías se encargó de inclinar la cancha para nuestro lado. Colombo le quitó el balón a Muñoz, quien desde atrás le pegó una patada alevosa que mereció la expulsión, pero el juez dejó seguir, como también lo hizo en varias oportunidades más, ignorando el juego brusco de los jugadores de River.

A los ‘33  Pedernera puso en ventaja a los locales. El Ciclón salió con urgencia en busca de la igualdad y a los ‘36 Fizel ingresó al área, remató y el defensor riverplatense Bermúdez, rechazó el balón con su mano, en otro evidente penal que Macías tampoco cobró. De nada sirvieron los reclamos, el hombre de negro hizo el gesto que la pelota rebotó en el muslo del jugador local. Y el resultado ya no volvió a modificarse: el partido terminó con la victoria de River por 2 a 1. Tras el pitazo final, Bartolomé Macías, increpado por los jugadores de San Lorenzo, huyó a los vestuarios.

Al mismo tiempo, en la tribuna visitante la hinchada azulgrana enardecida por el robo descarado, desató un espiral de incidentes. Un grupo nutrido de cuervos clamando venganza, salió por una de las bocas de acceso y bajó por las escaleras hasta llegar a un descanso donde había una puerta que supuestamente comunicaba (mediante un pasillo) con el vestuario del árbitro.

Al parecer, los hinchas pretendían derribar esa puerta cuando fueron reprimidos por la policía. Entonces la gente huyó buscando con desesperación la salida, atropellando en esa estampida a quienes ya estaban bajando en busca de la calle. Fue una trampa mortal: aparentemente las puertas estaban cerradas.

La avalancha dejó un luctuoso saldo de nueve muertos (seis esa misma tarde y tres que fallecieron con el transcurso de las horas posteriores) y 70 heridos. Jamás hubo un solo responsable que pague por esas desgraciadas víctimas que terminaron aplastadas y pisoteadas en el cemento.

La lista de muertos es la siguiente: Rafael De Luca (23), José Ramón Díaz (34), Francisco Enrique (15), Alberto Gerione (17), Carlos Latrechi (17), Alberto Martínez (17), Vicente Pintado (14), José Alfredo Prado (26) y Alberto Ratti (22).

Cabe suponer que como las víctimas estaban en la tribuna visitante, eran todos hinchas de San Lorenzo; aunque era común en esa época que un espectáculo de esa naturaleza sea presenciado por hinchas neutrales también, pude certificar dos casos puntuales y sus conmovedoras historias que merecen ser recordadas:

Vicente Pintado, de sólo 14 años, el más joven de los muertos, había ido a la cancha con un vecino, que le pidió permiso a sus padres para llevarlo; y Rafael De Luca, de 23, socio y ex boxeador de San Lorenzo de Almagro, que desde muy chico aprendió a amar al club y llegó a representar los colores azulgranas sobre un ring. Le decían “Toribio”, vivía en la calle La Garza al 1.1000 y esa tarde fue a la cancha acompañado por dos primos-cuñados, quienes también resultaron heridos. Hacía sólo ocho días se había casado.

Su madre y su joven esposa declararon a la Revista “El Ciclón”: “Nosotras le decíamos que no fuera a la cancha, pero él insistió diciendo que era muy bravo el partido. Que lo dejáramos ir. Que volvería muy temprano. Pero ya ven que no vino…”. Su amor por San Lorenzo pudo más y allí estuvo alentando a sus jugadores como siempre lo hizo. Pero fue lo último que hizo. Dejó la vida en el frío cemento de River Plate.

Al otro día sus restos fueron velados en la calle Balbastro 543, donde una gran cantidad de personas se acercó a despedirlo. Tanto River Plate como San Lorenzo enviaron sendas ofrendas florales. La tragedia no fue silenciada por nuestro club. El velatorio de Rafael fue pagado por el CASLA y estuvo presente el presidente Enrique Pinto junto a la Comisión Directiva. El féretro, a pulso, fue trasladado por las calles adyacentes, pasando frente a la sede y el Gasómetro. El cortejo fúnebre dio una vuelta por Avenida La Plata y regresó al estadio, en cuya entrada principal estaban también varios jugadores de San Lorenzo junto al director técnico Orth.

Finalmente se colocó el ataúd en la carroza que lo trasladó al Cementerio del Oeste (actualmente el de Chacarita). El mismo lugar donde fue a encontrarse con Jacobo Urso…

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