Por Víctor Gabriel Pradel.
Me preguntaron cómo jugaba Gorosito. Podría resumirlo solo en 3 palabras: Pipo la rompía. Pero como mi interlocutor pertenece a la Generación 2.0, se me ocurrió utilizar una analogía mucho más actual. Si Gorosito fuese futbolista hoy, en la era de la Internet, todos los partidos se harían GIFs con sus lujos, tacos y pisadas. Tendría más memes que los Simpsons.
Una noche de 1983, San Lorenzo goleó 4 a 0 a River, en la cancha de Vélez. Los de Nuñez presentaron una alineación de juveniles, porque sus profesionales estaban en huelga. El hiper-ofensivo equipo que dirigía el Bambino Veira (a la larga sub-campeón de aquel Torneo Metropolitano) no tuvo contemplaciones con los pibes de River. Pero a pesar del abultado resultado a favor del Ciclón, varios se fueron de la cancha preguntando quién era el número 5 que tenía la camiseta de la banda roja, un flaco de rulos que la tenía atada. Se llamaba Néstor Raúl Gorosito.
Hizo todas las inferiores en River como volante central, con características de juego y no de corte. Pero al ser promovido a primera, Labruna lo puso de 8. En ese puesto lo encontró Veira cuando asumió como DT de River, en 1984. En un equipo que salió campeón de todo, plagado de estrellas, Gorosito se ganó un lugar y era el primer cambio, ya sea como volante por derecha o por izquierda.
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Su nombre ya era reconocido en 1988, cuando vino a San Lorenzo. A mediados de aquel año, se anunció un mega canje: Chilavert y Siviski iban a pasar a River y Goycochea y Gorosito, mano a mano, llegarían a Boedo. Un problema físico del entonces arquero de la Selección Argentina, hizo fracasar el trueque. Cuando estaba todo cocinado, se cayó la operación, pero Gorosito ya había debutado con la camiseta azulgrana, por la Copa Libertadores, entonces se adquirió su pase definitivamente.
En un guiño del destino, volvía a ser dirigido técnicamente por el Bambino Veira. Pero los primeros partidos no anduvo bien. Lo ubicaron como volante por la izquierda. Debía hacer un sacrificio corriendo por el costado, haciendo un ida y vuelta para el cual no estaba capacitado. Eso conspiró contra su rendimiento. No respondía a las expectativas y comenzaron algunos cuestionamientos.
Hasta que en una práctica Veira lo puso de 10. Y la rompió. Empezó a jugar como titular en esa posición. Se movía libremente, sin responsabilidades para la marca y se hizo dueño del equipo. No solo era la manija; en aquel primer torneo convirtió 20 goles y fue el goleador del campeonato. También fue el nacimiento de la dupla letal que formó con su compadre futbolístico, el Beto Acosta, autor de 15 tantos en el mismo certamen.
Su nivel superlativo le permitió ser transferido al fútbol europeo. Su último partido fue en la humillante goleada 4-0 a Boca en la final de la Liguilla ’89. Esa tarde se recibió de ídolo. Se fue de la cancha envuelto en el amor de la gente que cantaba: “Si lo venden a Pipo, no vamos a llorar, si lo venden a Pipo, no vamos a llorar, porque Pipo, porque Pipo volverá”.
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Y por supuesto volvió. En 1992. Jugó hasta el ’94, cuando Miele lo vendió otra vez, ahora a la Universidad Católica de Chile, donde se reencontró con el Beto Acosta. Después reeditaron la dupla en el Yokohama Marinos de Japón. De allí regresó Pipo por tercera vez al Ciclón, en 1996 (el Beto lo hizo en 1998, para compartir su último ciclo juntos). En 1999 Néstor Gorosito jugó su último partido como futbolista de San Lorenzo. Retornó a la Católica, donde terminó su carrera en el año 2001. Su exitosa trayectoria incluye también tres pasos por la Selección Argentina, donde fue convocado por tres entrenadores diferentes: Bilardo, Basile y Passarella y se dio el lujo de ganar la Copa América del ’93, el último título hasta hoy de la albiceleste.
¿Pero cómo jugaba Gorosito? Los hinchas de San Lorenzo que tuvieron la fortuna de disfrutarlo en una cancha no tienen dudas: es el jugador más talentoso de por lo menos los últimos 40 años, distinción compartida para muchos con Silas (Paulo de características distintas, por supuesto).
Básicamente era un armador de juego, el eje del equipo, el estratega que movía los hilos. Todas las pelotas pasaban por él. Todos los movimientos ofensivos nacían de su mente. Pero a la creación la adornaba con flores. Todo en él era virtuoso: elegante, sutil, inteligente, tenía un guante en su pie derecho y una cancha en el cerebro.
Era capaz de meter un pelotazo de 40 metros en el pecho de un compañero con la precisión de un reloj. Su pegada prodigiosa, le permitía poner el balón donde quería, ya sea con pelota parada o en movimiento. Su extraordinaria visión panorámica le permitía encontrar a un compañero desmarcado para habilitarlo, siempre limpiando la jugada.
Esa calidad para pegarle a la pelota le posibilitaba tener todos los golpes. Podía darle seco y fuerte, haciendo que la pelota salga disparada con potencia (como aquel gol que le hizo a Huracán en la cancha de Vélez, venciendo las manos del arquero); o también acariciarla, con rosca, colocándola suavemente (como en la exquisita definición en la cancha de Boca, la mañana del 4 a 3). Así convirtió varios goles de tiro libre y tuvo una eficacia asombrosa para ejecutar penales: en remates desde los 12 pasos, pateó 36 y convirtió 31. Con 86 % tiene uno de los mejores porcentajes de efectividad en el fútbol argentino.
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Gorosito hacía todo simple. A pesar de ser hábil, no abusaba de la gambeta. Largaba la pelota rápido (así evitaba que lo castiguen) y no arriesgaba perderla. Y difícilmente erraba un pase. Jugaba a un toque. Preferentemente con el borde externo de su botín, lo que lo hacía aún más estético. Lo hacía con tanta facilidad que se podría decir que tenía “dos bordes internos”. Como ese golpe de billar que tiró contra Boca, en aquel 4-0 en el Bidegain en 1997, buscando al Pampa Biaggio con tanto efecto, que al capturar el rebote, le quedó servida para mandarla a guardar.
Otra característica de Pipo era devolver las paredes de primera con el taco. Pero no como un lujo estéril e innecesario, sino utilizado como un recurso, para desactivar la marca con un solo toque. Lo mismo sucedía con los caños. No lo hacía para sobrar al adversario, si no para progresar en ataque, como el delicioso túnel que dejó sentado en el césped a Almandoz y terminó con un pase gol, que el Yaya Rossi no pudo aprovechar, una noche en la cancha de Vélez.
Tal vez adolecía de la aceleración y el cambio de ritmo que tenía Silas por ejemplo, pero no le hacía falta correr demasiado; mentalmente siempre estaba un segundo adelantado a la jugada, en su cabeza sabía lo que iba a pasar y si era necesario pisaba el balón, lo ponía debajo de su suela haciendo la pausa hasta que su compañero se desmarque, para después habilitarlo con un toque preciso. Como aquella jugada de antología en la cancha de Gimnasia de Jujuy: con ojos en la nuca presintió que un rival venía directo a robarle la pelota; se frenó, la pisó y su infortunado marcador, pasó de largo como colectivo lleno y cayó de trompa en el verde césped.
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Sus pases filtrados eran puñales, que atravesaban las líneas defensivas rivales. Era más feliz habilitando a un compañero que marcando un gol, pero aún así, convirtió nada menos que 70 goles. Es el volante que hizo más goles en la historia de San Lorenzo (tiene 2 tantos menos que Veira, pero el Bambino en sus primeros tiempos jugaba de delantero). Y de los 70 goles, 7 se los hizo a Boca, su víctima favorita.
Néstor Raúl Gorosito fue el símbolo de San Lorenzo en los 90’. El que ovacionábamos todos los cuervos y el que insultaban algunas hinchadas rivales. De puro envidiosos no más. Pipo no fue un simple jugador de fútbol; fue un virtuoso artista de galera y bastón vestido de azulgrana. Y no le hizo falta salir campeón para hacernos felices a todos.
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[…] Este dibujo táctico fue utilizado por primera vez en la tercera fecha y San Lorenzo consiguió la primera victoria del campeonato al derrotar a Unión 3 a 1. Pero en la cuarta jornada se perdió otro punto insólito. En el clásico en la Quema, Huracán alcanzó un empate milagroso, 2-2, con gol en contra de Biaín faltando dos minutos, en un partido en el cual el equipo de Veira creó no menos de 15 situaciones de gol. La recuperación llegó con dos victorias consecutivas ante equipos cordobeses: 2-0 a Instituto y 3-2 a Racing, jugando como visitante, en el estadio hoy conocido como “Mario Kempes”, en un partidazo que fue televisado en directo. El Ciclón se ubicaba segundo a dos unidades del puntero Independiente, su próximo rival. Pero en un vibrante encuentro cayó derrotado 2-3 pese a cumplir una gran actuación. El siguiente encuentro también fue televisado y terminó en un escándalo. San Lorenzo perdió 0-2 con Newell’s en Rosario, perjudicado notablemente por un viejo verdugo, el árbitro Abel Gnecco, que expulsó nada menos que a 5 jugadores: Biaín, Hrabina, Navarro, Pumpido y Cousillas. El partido finalizó a los 42 del segundo tiempo al quedar el elenco azulgrana en inferioridad numérica. Retomó la senda del triunfo goleando 4-0 a River, que tenía a sus profesionales en huelga y presentó un equipo juvenil donde se destacó un talentoso volante que jugó con la camiseta número 5: su nombre era Néstor Raúl Gorosito. […]
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