Gorosito y Acosta: la suma de los talentos complementarios

Por Víctor Gabriel Pradel.


Las cosas más lindas de la vida se hacen de a dos. Y en el fútbol (que es una de las cosas más hermosas de la vida) también. Desde los inicios de este maravilloso juego, los grandes equipos del mundo se formaron con la suma de los talentos complementarios unidos en pequeñas sociedades. Di Stéfano-Puskas o Pelé-Garrincha en el pasado; Ronaldo-Benzemá o Messi-Suárez más acá en el tiempo, son claros ejemplos.

Menotti definió el concepto así: Son jugadores con un mismo concepto futbolístico, pero de características diferentes aunque complementarias que, si se juntan, pueden alcanzar un elevadísimo rendimiento. Todo, por supuesto, en beneficio del equipo”.

Por supuesto, a lo largo de la historia de San Lorenzo, también brillaron varias sociedades complementarias: Pontoni-Martino, O.H.García-Sanfilippo, Veira-Areán, Scotta-Ortiz. Pero hubo una pareja de cracks que trascendió nuestras fronteras: la inolvidable dupla integrada por Pipo Gorosito y el Beto Acosta.

Llegaron casi juntos al club, en julio de 1988. Gorosito era parte de un mega canje: Chilavert y Siviski pasaban a River y Pipo y Goycochea venían a Boedo. Una lesión del entonces arquero de la Selección Argentina hizo caer la operación, pero de todas maneras, el talentoso volante afortunadamente se calzó la azulgrana. El Beto llegó proveniente de Unión de Santa Fe, con la difícil misión de reemplazar al goleador Walter Perazzo.

Los Camboyanos habían ganado la Liguilla y clasificaron para la Copa Libertadores después de 15 años de ausencia. La fantástica dupla debutó en la primera fecha de la fase de grupos, en un empate 0-0 contra Newell’s en Rosario, el miércoles 6 de julio de 1988. Ya desde las primeras prácticas, demostraron tener una conexión futbolística especial.

El Bambino Veira lo advirtió y los puso a los dos de titulares: Gorosito jugó los 90 minutos y Acosta salió a los 20 del segundo tiempo, reemplazado por Víctor Hugo Ferreyra.

En aquella Copa Libertadores 1988, San Lorenzo llegó hasta las semifinales, donde cayó derrotado por el mismo Newell’s Old Boys, acérrimo rival de esos tiempos. Pero fue en el torneo local, el campeonato 1988/89 cuando Gorosito y Acosta comenzaron a romperla. Entre los dos convirtieron 43 goles. Pipo tuvo un nivel superlativo. No solo desplegó su fútbol mágico, también demostró una gran capacidad goleadora. Fue el máximo artillero del certamen, con 20 tantos. El Beto por su parte convirtió 15.

A esa producción hay que sumarle 4 goles más de cada uno, en la Liguilla ‘89. La final es un hito imborrable en la memoria de todos los cuervos.  El equipo de Veira, en una brillante exhibición humilló a Boca, con una actuación descomunal del 9 y del 10. El 4 a 0 final se quedó corto. Para la posteridad queda el golazo de Pipo que abrió el marcador, la infernal volea del Beto que le rompió el arco a Navarro Montoya y el abandono de la hinchada de Boca, escapando de la cancha de Huracán en masa, huyendo del escarnio.

Aquel partido marcó la despedida de Gorosito. Se fue ovacionado por la hinchada, que ya lo había erigido como ídolo, transferido al Tirol de Austria. Acosta se quedó. Solo, sin su socio ideal, aun así convirtió 15 goles más, antes de partir al Toulouse de Francia, en 1990. Volvió al año siguiente y se transformó en el líder futbolístico del equipo, que previamente, de la mano del Nano Areán había ganado la Liguilla ’91.

Esa consagración permitió que San Lorenzo retorne a la Libertadores. Para la edición de la Copa de 1992, Gorosito regresó de Austria. Se reunió nuevamente la dupla magnífica. El destino quiso que otra vez la primera fecha de la fase de grupos el Ciclón se enfrente con el archirrival de esos años, Newell’s Old Boys, en Rosario. Y esa noche Pipo y Beto nos regalaron otra noche de gloria. El histórico 6-0, goleada de visitante nunca igualada entre equipos del mismo país, nos ilusionó. Pero eran tiempos en que la Libertadores estaba maldita para nosotros.

Y así como antes Gorosito había terminado al tope de la tabla de goleadores, Acosta lo emuló y se consagró como el máximo artillero del Apertura ’92. Era el delantero más importante del país y eso despertó el interés de Boca, que en 1993 adquirió su pase en 2 millones de dólares, una cifra astronómica para la época. Pipo se quedó, la siguió descosiendo con otros socios, como el Pampa Biaggio, y en 1994 fue transferido a la Universidad Católica de Chile. Allí se reencontró con el Beto.

Nuevamente juntos, alcanzaron un pináculo espectacular de rendimiento y grabaron sus nombres en la historia del club trasandino, donde hoy son leyenda. Hasta el actual presidente de Chile declaró públicamente que son sus ídolos. En sus correspondientes pasos por la Católica, Gorosito hizo 30 goles y Acosta 92 (en 105 partidos). Además ganaron dos copas, siendo dirigidos por Manuel Pellegrini. La recomendación de ambos, posteriormente, fue decisiva para que el Ingeniero sea el técnico de San Lorenzo. Luego se fueron juntos a pasear su fútbol por Japón, en el Yokohama Marinos.

En 1996 Pipo volvió a San Lorenzo. Al principio insólitamente Aimar lo sentó en el banco, pero en el ’97, con la dirección técnica del Profesor Castelli, formó una sociedad soñada con Paulo Silas. Junto al maestro brasileño derrocharon lujos, tacos, caños y pisadas y le hicieron convertir golazos al Loco Abreu y al Pampa Biaggio. Incluso se repitió la escena del ’89 y la hinchada de Boca volvió a abandonar una cancha, escapando de la vergüenza, en aquel 4-0 en el Bidegain. 

En 1998 regresó el Beto y reeditaron (por última vez) la formidable sociedad. El equipo dirigido por el Coco Basile lamentablemente no pudo coronar con un campeonato (llegó hasta la semifinal de la Copa Mercosur) pero el “9” y el “10” volvieron a brindar tardes memorables de fútbol y goles, como aquella dulce victoria 4-3 a River en el Monumental.

Gorosito finalizó su carrera de futbolista de San Lorenzo en 1999. Volvió a la Católica donde colgó los botines. Acosta se fue a Europa, brilló en el Sporting de Lisboa y en 2001 retornó al CASLA. El técnico era el chileno Manuel Pellegrini. Todo tiene que ver con todo. Finalmente el Beto logró cumplir su sueño de lograr un título con San Lorenzo al ganar la Copa Mercosur y conquistó otro trofeo internacional, la Copa Sudamericana 2002, bajo la conducción de Rubén Darío Insúa.

En 2003 Néstor Raúl Gorosito volvió a Boedo, ahora en el rol de director técnico. Armó un equipo basado en juveniles y con la experiencia del implacable goleador, Alberto Federico Acosta. San Lorenzo fue despojado del título y terminó segundo a 3 puntos del campeón Boca, notoriamente beneficiado por la AFA. Tras ese torneo el Beto se retiró del fútbol. En su partido de despedida, Pipo se calzó nuevamente los botines y quemaron sus últimos cartuchos juntos.

Entre los dos marcaron 193 goles con la camiseta de San Lorenzo. Gorosito hizo 70, siendo el volante más goleador de la historia del club. Acosta convirtió 123 tantos. Lamentablemente no pudieron dar una vuelta olímpica juntos en el Ciclón (en cambio si se dieron el gusto de ser campeones de América con la Selección Argentina en 1993).

Pero todos los cuervos que tuvimos la fortuna de disfrutarlos en una cancha, guardamos para siempre en nuestras retinas sus exhibiciones futbolísticas. Mundialmente hubo otras duplas creativamente geniales. En distintos órdenes de la vida: Borges-Bioy Casares, Gardel-Lepera, Jagger-Richards, Lennon-McCartney, etc…

A propósito de estos últimos, el tiempo que duró la alianza compositiva entre los ex Beatles fue de 10 años. Exactamente los mismos que duró la sociedad Gorosito-Acosta, que arrancó en San Lorenzo en 1988 y terminó en 1998.

Su conexión era dentro y fuera de la cancha, a pesar de tener distinto carácter. Sus características también eran diferentes pero complementarias. Jugaban de memoria y se entendían sin necesidad de mirarse. Pipo sabía dónde estaba el Beto. Y el Beto sabía que Pipo se la iba a dar ahí. Se divirtieron juntos. Y nos hicieron divertir a todos. Talento y potencia. Elegancia y energía. Sutileza y eficacia. Gorosito y Acosta.


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