“Te doy mis ojos”: la historia de Walter Lo Votrico, el hincha que mira a través del alma

Un repaso por la vida de un emblema  de “La Gloriosa”. Su amor por San Lorenzo y su obsesión por volver a tener el estadio en Avenida La Plata, donde todavía siente al Viejo Gasómetro.


“Sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos”… Si alguien lo sabe, es Walter Lo Votrico, el hincha de San Lorenzo que recorrió todos los medios, años atrás, al hacerse viral un video suyo en la tribuna, el día de la histórica remontada del “Ciclón” ante Newell’s en el Nuevo Gasómetro que mantuvo con vida la ilusión de continuar en Primera División.

Los caprichos inexplicables del destino lo obligaron a sortear una serie de obstáculos a lo largo de su vida, que jamás pudieron alejarlo de su amor azulgrana: desde la pérdida de la visión a los 22 años, hasta un ACV en 2015. Pero siempre se levantó y siguió, con la tenacidad que caracteriza a los cuervos y cuervas.

En diálogo con Proyecto Boedo, Walter rememoró sus primeros años ligados al club y su obsesión por volver a tener el estadio en Avenida La Plata, donde todavía recuerda los tablones y agradece jamás haber visto al supermercado que ocupó los terrenos durante tanto tiempo.

Un repaso por la historia de un emblema  de “La Gloriosa”, porque “sólo entiende mi locura quien comparte mi pasión”, dicen, y tienen razón.

¿Cómo nació tu pasión por San Lorenzo?

Toda mi familia es cuerva desde siempre, mis dos abuelos, mi padrino, tíos, papá, mamá y mis hermanos José y Sergio, hasta el día de hoy compartimos la misma pasión. Imaginate, desde que tengo uso de razón nació. Nos juntábamos en la casa de mi abuelo, comíamos ravioles y nos íbamos todos juntos a la cancha. Nosotros siempre estuvimos cerca, íbamos caminando por las calles de adoquines. Me acuerdo de los caballos, el olor a chori, los vendedores de gorros, banderas y vinchas… recuerdo un partido de 1972, que me comí un reto porque quería un banderín con el nombre de todos los jugadores, que hoy conservo en mi mini museo, y a mi viejo lo volví loco para que lo compre. Tanto rompí las pelotas que lo hizo (Risas). Hoy vale oro, esas cosas quedan marcadas.

Hablemos un poco de tu vida personal, ¿Podés contar cómo fue que perdiste la visión?

A los 22 años fue. Mi viejo murió en 1980, mi vieja se empezó a sentir mal y con mi hermano mayor nos hicimos cargo del negocio, la famosa zapatería Sarli, los dos muy pendejos y después de una serie de disgustos familiares. A los 6 años ya había perdido la vista del ojo derecho, después de una operación que salió mal, pero continué con mi vida prácticamente normal. En 1981 empecé a estudiar fotografía porque era algo que me gustaba y porque hacía falta un sólo ojo (Risas). Trabajé mucho tiempo y seguí con el negocio, hasta que en 1986 empecé con un pico de presión de glaucoma, aunque ya desde el final del año anterior había empezado a ver nublado y con complicaciones. El último gol que vi fue uno de Walter Perazzo contra Argentinos Juniors desde mitad de cancha en Atlanta. Cuando volvió el fútbol en 1986, ya no veía, ya tenía una nube adelante. Yo estaba en la lucha, fui a todos los oculistas pero era una época en la que no existía tanta tecnología, cada vez veía un poco menos, hasta que en agosto me mandaron a  hacer una tomografía computada que costaba una fortuna y me dijeron que había que operar urgente. Cuando salí, ya estaba todo el nervio óptico deteriorado, veía solamente una nube blanca, sólo distinguía si había sol o no, o si me apuntaban de frente con una luz muy fuerte, nunca más una forma. Después, en 2010, se me atrofió la córnea y me tuvieron que hacer otra cirugía, ahí ya quedé viendo todo negro.

Mirá también: “Roly” Escudero, el jugador de la gente: “Soy quien soy gracias a San Lorenzo”

Hace poco también tuviste otras complicaciones de salud…

En el 2015 tuve un ACV, perdí la memoria de largo plazo y la cognitiva, la de corto plazo. Por desgracia y por suerte fue sólo eso, como tengo una historia de haber hecho deporte, el coágulo hizo fuerza y se destapó. Esa fue la secuela que me quedó, antes me acordaba todas las formaciones pero ahora se me complica. Además, eso dificultó una de mis salidas laborales porque yo hacía shows, cantaba en bares y peñas, y a partir de ese momento me costó muchísimo acordarme las canciones nuevas, me cortó las piernas. El último disco que grabé lo tuve que hacer con mi productor diciéndome la letra al oído con una cucaracha.

Esta faceta artística tuya no es de las más conocidas…

Trato de no mezclar, no muestro mucho de mi vida personal en las redes y casi todo salta de ahí, pero canté en muchas peñas de la Subcomisión del Hincha, en eventos de Peñas del club. De hecho, el día de Avenida la Plata, el 1 de julio, canté en el escenario, aunque salté como un canguro porque tenía una histeria impresionante encima y me pidieron que agite (Risas).

Volviendo al tema de cuando eras chico, ¿Cómo lograste sobrellevar la pérdida de la visión de un ojo a tan temprana edad?

Ahora se habla mucho del bullying pero yo lo viví toda la vida. Desde los 6 años que veo mal, tengo una anécdota en San Lorenzo que es tragicómica: en un momento dijeron “todo el mundo a la pileta, el último es cola de perro”, así que yo apunté a la pileta y me tiré un clavado… resulta que esa no era (Risas). Estaba vacía y me hice mierda mal, tuvieron que llamar a mi vieja porque me reventé la nariz contra el fondo. Yo celebraba no haber terminado último pero salió mal (Risas).

Mirá también: José Luis Chilavert, el guardián camboyano

Ninguna de las cosas que te pasaron logró alejarte de San Lorenzo…

No. Cuando perdí la visión y salí del hospital, me habían dicho que no me podía hacer mala sangre, pero jugaba San Lorenzo contra Boca. Yo les había contado que mi enfermedad era la cancha, quería saber cuándo podía volver, pero no me dejaban ni escuchar el partido. Igualmente, lo hice. Perdimos 3 a 0, una bronca tenía, peor disgusto no me podían dar (Risas).

¿Una de tus mayores alegrías fue el campeonato de 1995?

Ese torneo lo seguimos todo, teníamos un equipazo y el “Bambino” era Dios para nosotros. Lo de Rosario parece que fuera una fábula, porque arrancó toda una procesión desde la madrugada. Nosotros nos fuimos en caravana en tres coches, era increíble la cantidad de gente. Yo ahí ya no veía pero todos decían que era una locura. Del partido me acuerdo del penal, nos queríamos matar pero seguíamos con posibilidades. El gol de Independiente lo gritamos como uno nuestro, era impensado, y cuando vino el de San Lorenzo fue una fiesta. Era llanto, llanto y llanto. Yo sólo había sido campeón cuando era muy chico, sacando el campeonato en la B, se vivía de una manera totalmente distinta.

Después participaste del homenaje al cumplirse 20 años de ese campeonato, hasta metiste un gol…

Lo viví como algo tan emocionante como el título mismo. Era un día que se sentía gris, lloviznaba. Cuando me vio el “Flaco” Passet me abrazó y le dije que le quería patear un penal. Me dijo que sí, me acomodó la pelota y fue hasta el arco. Escuché todos los murmullos y me agarraron unos nervios terribles. Pateé, fue gol y hasta lo gritó la gente (Risas). De la locura que tenía di una vuelta carnero, una payasada.

Si tuvieras que elegir un ídolo, ¿Quién dirías?

El “Gringo” Scotta es mi mayor ídolo. Ese señor que usaba el 7 en la espalda es el que me enseñó a patear a mí cuando iba a la colonia de San Lorenzo. Los pibitos jugábamos ahí, por el Viejo Gasómetro, hasta que en un momento abrían las puertas de la cancha, donde estaban entrenando los jugadores, y nos hacían patear, a mí me tocó el grupo del “Gringo”. El primer partido después de eso le clavó un zapatazo a Boca y yo decía “ese es el que me enseñó a patear a mí” (Risas).

Mirá también: Claudio Zacarías, el Camboyano que volvió de la muerte

Casi que creciste en el Viejo Gasómetro, ¿Cómo viviste la pérdida del estadio?

Yo soy de la popular porque me gusta, no me saquen de ahí. Pero al Viejo Gasómetro íbamos a la platea que estaba al costado con toda la familia. Así fue un montón de años, hasta que se dejó de jugar ahí. Yo no sé qué tanto nos dimos cuenta de que no íbamos a volver más, en ese momento no me cayó la ficha de que lo habíamos perdido para siempre, eso lo sentí con el paso de los años. Como no existían las redes sociales, no nos enterábamos de nada, pensábamos que íbamos a volver. Además, las tribunas de madera siguieron estando un tiempo, pero cuando lo empezaron a  desarmar, fue terrible.

¿Qué estarías dispuesto a prometer para volver a tener el estadio en Avenida La Plata?

La verdad que no tengo nada prometido, no sé qué voy a hacer. En la Copa Libertadores rompí todas mis cábalas. Entraría de rodillas, arrastrándome, llorando, no sé, lo importante es volver. Recordar a mi viejo, mi abuelo, las cosas que viví de chico, los tablones mismos. Como no veo, yo me imagino lo último que vi: la cancha, el tablón. En mi memoria visual quedó el Gasómetro. Mirá que cosa más loca te voy a decir, por suerte nunca vi al Carrefour. El día que recuperamos el predio, era como si fuera un día de partido de los 70. La cancha, para mí, estaba ahí. Fue muy loco, volví a sentirlo. Cuando esté el estadio de cemento, totalmente distinto, a mí me va a seguir pareciendo que está el de madera.

¿Qué significa San Lorenzo en tu vida?

Es todo, mi vida directamente se basa en lo que pasa con San Lorenzo. Siempre que pasé momentos feos, San Lorenzo me terminó dando alguna alegría como “recompensa”. Imaginate que yo me casé en 1994, hicimos la fiesta y al otro día fuimos los dos a la cancha en traje y con el vestido. Encima perdimos con Platense 2 a 1, el día del gol de Diego Díaz (Risas). Tengo miles de anécdotas, no sabés lo que extraño la cancha ahora.

Mirá también: La Vuelta a Boedo, esa gesta que me enseñó a luchar

Hablando un poco de actualidad, ¿Cuánto afectó la pandemia de coronavirus a tu vida cotidiana?

La cuarentena me partió al medio, se me bloquearon todas mis salidas laborales. Encima son rubros que no van a volver en un largo plazo. Yo soy masajista y mi consultorio está en la casa de mi mamá, que tiene 89 años. Olvidate que entre alguien, primero porque nadie quiere venir y segundo porque yo no puedo ser irresponsable y exponerla a ella. Hasta los hijos, cuando le llevamos cosas, entramos un metro, dejando las zapatillas afuera, y la saludamos de lejos. Te querés matar, la tenés ahí y no la podes abrazar, es muy difícil. Yo me hago el rudo y ella también, pero a mí me dan ganas de llorar. Tiene 89, uno no lo quiere pensar y trata de ser positivo, pero son 90 días que la tengo a mi vieja encerrada en su propia casa…

Sin la posibilidad de trabajar, ¿Tenés algún tipo de ayuda para sobrellevar este momento económico?

También tenía otras salidas laborales, «changas», como cantar en bares o clubes, y trabajaba en el estudio de grabación de mi productor haciendo arreglos musicales, pistas a pedido, algo que me ayudaba a redondear un ingreso mensual. Ahora perdí todo eso por un plazo larguísimo. Yo no tengo pensión por discapacidad, renuncié para dedicarme a lo que había estudiado. Había conseguido trabajo en blanco, así que en ese mismo momento la di de baja. Ahora, con todo esto, quedé desamparado…

Por Federico Giannetti

Mirá también: Martín Saric, un trotamundos vestido de azulgrana: “San Lorenzo es mi casa”

3 comentarios

Deja un comentario