Del fútbol al Stand Up, la historia de Matías Ortiz: “Me sirvió para construir humorísticamente mi pasado”

El ex jugador de San Lorenzo rememoró su paso por las Inferiores del club, su llegada a Primera y las idas y vueltas de su carrera hasta su desembarco en el humor, en una nueva etapa de su vida.


Matías Ortiz cumplió el sueño del pibe: después de transitar todas las Divisiones Inferiores en San Lorenzo, llegó a debutar en Primera División para comenzar su carrera como futbolista. Pero la vida le tenía preparadas varias sorpresas, que lo obligaron a reinventarse una y otra vez a lo largo de su trayecto por el profesionalismo. Una vez retirado, el ex mediocampista encontró un nuevo camino, lejos de las canchas -aunque, según dijo, jamás colgará los botines mientras haya algún picado donde despuntar el vicio- y cerca de los escenarios, tras conocer y enamorarse del Stand Up.

En diálogo con Proyecto Boedo, Ortiz rememoró sus experiencias, reflexionó sobre la situación de los futbolistas y relató su desembarco en el humor, el medio que le permitió amigarse con su pasado.

¿Cómo fue que llegaste a San Lorenzo?

Llegué en pre novena, estaba veraneando en Villa Gesell y había un señor que armaba partidos en la playa. Ese hombre iba sombrilla por sombrilla, juntaba nenes y después de jugar les decía a los padres que podía llevarlos a probar a algunos clubes.  A mí primero me llevó a Boca, que estuve dos meses y me dijeron que no. Después me llevó a San Lorenzo, que estaba “Pepe” Rodríguez, y en esos primeros seis meses arranqué con el discurso que me acompañó toda la vida: “Lo vamos a fichar, tiene condiciones, pero es chiquito”. Sin estar fichado, fui a entrenar hasta novena, que estaba el “Tano” García Ameijenda, y ahí fue cuando entré definitivamente a las Inferiores.

En Proyecto Boedo contamos lo sucedido en la Copa Dallas, en la que tuvieron muchísima exposición, ¿Cómo recordás esa experiencia?

Fue mi primera salida del país, tenía 19 años y fui el único categoría 78 que pudo viajar de un gran plantel que teníamos, porque nací en noviembre y era sub-20. Anécdotas tengo miles, compartí habitación con el “Pipi” Romagnoli, que teníamos una gran amistad y era mucho más chico porque es 81. Él extrañaba mucho a los padres, se quería volver y yo le decía, “¡dale, Pipi, estamos por jugar una final!”. Lo más divertido es que él tenía el número 24 y yo el 10, era una falta de respeto (Risas). Fue muy lindo porque Roberto Mariani había armado un selectivo de sexta, quinta y cuarta, y lo hacía entrenar en la Ciudad Deportiva, por lo que ya nos empezábamos a codear con los que a futuro iban a ser grandes figuras de San Lorenzo, como el “Chino” Saja, Omar Gallardo, el “Pipi”. Fue una muy buena experiencia y un gran reconocimiento cuando volvimos, que dimos la vuelta en el Nuevo Gasómetro.

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Encima se definió por penales, con el “Chino” Saja como gran protagonista…

Definió Seba, que creo que fue cuando empezó a hacerse cargo de los penales porque yo no lo tengo presente haciéndolo en las categorías menores, no se usaba tanto que los arqueros pateen. Para muchos fue el inicio de una carrera profesional y para otros es un recuerdo que quedó como el primer título internacional que ganó San Lorenzo en Inferiores. Hoy tenemos un grupo de WhatsApp, que lo armó Cristian Ruggeri y es “La Cicloneta”, donde estamos los jugadores que pasamos por el equipo. Con carreras distintas, todos coincidimos en algo: lo más lindo del fútbol es hasta que firmás el primer contrato, porque después empieza a ser un trabajo.

Ya después pasás a ser parte de la maquinaria del fútbol…

Además era una época donde el fútbol era otra cosa, había caudillos, te tocaba sentarte en un vestuario con Oscar Ruggeri, “Pipo” Gorosito, Paulo Silas… No sabías si saludar o no, si pedir permiso, decir gracias. Era algo totalmente distinto.

Muchos nos han contado que antes, al llegar a Primera División, había que lidiar con un trato complicado por parte de los referentes,  ¿Te pasó?¿Creés que es algo que cambió con el paso del tiempo?

Yo creo que estaría muy bueno poder recuperar ese respeto que había. Hay que entender que el fútbol es por año, vos el contrato que vas a pelear es en base al rendimiento que tuviste y para un jugador de 28 o 29 años, que venga un pibe y te quiera sacar el puesto es complicado. A mí me tocó convivir con el San Lorenzo de Veira, de Basile, concentrar con esos jugadores de experiencia, y los respeté y respeto mucho. Sé que eso se perdió porque tengo amigos técnicos que me cuentan que no tiene nada que ver con lo que era antes, el adolescente respeta menos, no tiene tanto compromiso, y el futbolista que tiene una trayectoria tiene que ser escuchado. Cuando vos lograbas esa conexión, ellos te enseñaban un montón. Ahora, empezaba el entrenamiento y te levantaban culo para arriba cinco metros (Risas).

¿Te pasó algo así en una práctica?

El cuádriceps del «Balin» Bennett era igual que todo mi cuerpo, era como entrenar con el increíble Hulk (Risas). Y me pasó con “Pancho” Rivadero en un entrenamiento, que recibí por derecha y le tiré un caño. Cuando fui a buscar la pelota me pegó un tremendo codazo en la pera, caí y se me acercó… en esa época se usaba el “oso”, que te iban a dar la mano y te la sacaban. Bueno, le di la mano, me la sacó y me dijo: “Tirame de nuevo un caño y te vas a tu casa en silla de ruedas”. No le tiré un caño nunca más a nadie, el siguiente que hice fue la semana pasada creo (Risas).

Es difícil manejar esa presión de querer mostrarse para ganarse un lugar el domingo y a la vez tratar de que no se enoje ningún referente…

De grande entendí que también era una prueba de personalidad. Había chicos que además de mostrar algo distinto en la cancha, tenían este tipo de personalidad, como el “Pipa” Estévez, Mirko Saric, Félix Benito o Morel Rodríguez. En esa situación, Mirko o el «Pipa» se agarraban a piñas con «Pancho» o lo mandaban a pasear, pero yo tenía un poco más de distancia, de respeto, que creo que en parte fue lo que no me permitió hacer más carrera en San Lorenzo. Más allá de que en mi puesto había muchos jugadores, como Lussenhoff, que jugaba de cinco, Primo, Rivadero, Galetto, el «Chapa» Zapata, el «Chacho» Coudet… No había lugar, aparte era un plantel que venía de pelear campeonatos, muy amplio, enriquecido. Muchos de mi categoría y de la 79 habremos jugado cerca de 200 partidos en Reserva, no había espacio para subirnos.

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¿Y cómo fue el momento de dar el salto?

Todas estas noticias me las daba Roberto Mariani, que llegó cuando yo pasaba a sexta división porque antes estaba Ricardo Calabria. Hasta séptima yo había jugado muy poco y en la lista de diciembre, estaba dentro de los que quedaban libre. En las vacaciones me llamaron y me dijeron que nos teníamos que presentar todos porque había cambiado la dirección técnica y nos quería ver. Nos presentamos en enero, en la primera práctica se lesionó Leandro Zárate, que era el ocho titular, así que me puso a mí y anduve bien. En la primera fecha, terminó el partido un sábado y me avisó Mariani que al otro día iba al banco de Reserva contra Boca, en cancha de San Lorenzo. Yo no entendía nada, fue el primer gran impacto que tuve. Cuando llegó quinto año, me tenía que ir de viaje de Egresados, que lo venía pagando mi viejo. Subí y hablé con Mariani, que me dijo: “Ortiz, esto es fácil, vos estás jugando en Reserva… Si te vas a Bariloche, lo más probable es que cuando vuelvas no juegues ni en quinta”. Llegué a mi casa y le dije a mi viejo que se meta el pasaje en el orto (Risas). No me fui nada, solamente quería jugar al fútbol.

Al menos dio sus frutos, porque llegaste a jugar en Primera…

Cuando empecé a ir al banco, se fue Basile, que yo estaba bien visto por el “Panadero” Díaz, y ya casi no jugaba en Reserva porque habían subido otros chicos. Agarró Ruggeri y me dijo que me iban a dar a préstamo después de firmar mi primer contrato. Me fui a Almagro, que justo se hizo el convenio, y teníamos que hacer un millón de puntos para salvarnos del descenso, pero ese equipo terminó ascendiendo a Primera División. A mí me volvió el mismo fantasma de cuando entré en San Lorenzo: el “Beto” Pascutti me dijo que era chiquito para el Nacional B, que no tenía físico. Me metí en un gimnasio, agarré a un profe amigo y le di a los fierros todos los días. El primer entrenamiento que volví a Almagro me puso de cuatro para los suplentes, se fue la pelota por el costado y no podía hacer el lateral de lo ancho que estaba, si me picaba la espalda le tenía que pedir a un compañero que me rasque (Risas).

Qué difícil llegar a un club y que la bienvenida sea esa frase…

Es que cuando sos profesional, sos un número dentro de un plantel. No solamente depende de si vos andás bien, sino de cómo le va al equipo. Yo empecé jugando los primeros tres o cuatro partidos en Almagro, que perdimos uno y empatamos dos. Hice banco y ganamos 25 de corrido, no tenía lugar ni para cambiarme. Ese año, la preocupación de no jugar, de deprimirse o decepcionarse me dio un cachetazo cuando se suicidó Mirko… Yo soy amigo de Mirko y de Martín, y fue como un llamado de atención. Yo ya sabía que no iba a volver a San Lorenzo y cuando Almagro subió a Primera, me llegaron dos telegramas en casa: quedaba libre de los dos clubes. Vino mi viejo y me preguntó por qué no íbamos a la Iglesia de paso, así ya quedaba libre de pecados también (Risas).

¿Cómo afrontaste semejante momento y lograste reinsertarte en el mundo del fútbol?

Mi papá me dijo que tenía dos posibilidades, o me iba a buscar trabajo o iba a un centro de jugadores libres que manejaba «Coqui» Raffo, que recién empezaba. Yo tenía 21 años y él me bancó para que vuelva a entrenar.

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Mencionaste a Mirko, que hace algunos meses lo homenajeamos en Proyecto Boedo, ¿Cómo era tu relación con él?

Mirko eligió trascender de otra forma para quienes lo conocimos. Hay muchas cosas que ya se hablaron, pero creo que fue un impulso, una decisión mal tomada por un conjunto de situaciones que le tocaron vivir, todas al mismo tiempo. Además de tener una facha increíble, ser un excelente jugador y tener una familia hermosa, era buena gente, divertido, hincha pelotas. Cuando estábamos en sexta mi abuelo me regaló un Renault 6 y me volvían loco, me pinchaban las cubiertas, me escondían las llaves, siempre estaba dispuesto para la joda.

¿Futbolísticamente con quién lo compararías?

De los jugadores que yo vi, el más parecido era Santiago Solari.  Tenía una zancada diferente, llegada al área, era un distinto y tengo los mejores recuerdos de él.

Después del impacto de quedar libre, volviste a entrenar, ¿Y qué pasó?

Me cambió el chip y empecé a tomarle otro gusto al fútbol, a disfrutarlo pero de forma profesional. Había tocado fondo y empecé a levantar, hasta que me contactaron de la Copa Dallas, una persona que conocía a mi tío abuelo que vivía allá y se enteró que había quedado libre. Me consiguió una prueba en Los Ángeles Galaxy, así que lo agarré a mi viejo para pedirle otro préstamo, me subí a un avión y me fui a Estados Unidos. Me probé, el DT me quería pero había vuelto el “Pájaro” Hernández y no había cupo de extranjeros, así que no me pude quedar. Raffo habló con el “Chiche” Soñora y me salió una posibilidad de ir a Tampa Bay Mutiny, donde estaba el “Pibe” Valderrama. Estuve cuatro o cinco meses de prueba y caí preso…

¿Cómo caíste preso?

Me esguincé el tobillo y estaba en el hotel con la puerta abierta para ventilar. Estaba con hielo en el pie, tomando mate, con la yerba en un frasquito en la mesita de luz, y pasó el de seguridad, retrocedió, se me metió en la pieza y arrancó a hablar por el handy en inglés. Cayeron tres o cuatro policías, metieron la yerba en una bolsa y me esposaron, yo no entendía nada. Hasta que pude conseguir a alguien que traduzca, probaron a ver qué era y recién ahí me pidieron disculpas, pero la pasé mal (Risas). Después quedé en Tampa, estuve tres meses y se fue el técnico, así que me volví. A los dos días murió mi otro abuelo y en el velatorio estaba Noray Nakis, íntimo amigo de él, que me invitó a jugar en Deportivo Armenio. Fue una linda experiencia, la primera vez que me sentí futbolista en muchos sentidos.

Después tuviste un paso por Italia…

Sí, tramité la ciudadanía italiana y me fui a probar suerte. Estaba Andrés Grande allá, que yo lo había conocido entrenando libres, así que me dijo que le dé un DVD con las mejores jugadas a ver si me podía conseguir club en Belluno. Se lo mandé, me comentó que les encantó y me mandaron un pasaje. Llegué, me sumé a la pretemporada y veía que el técnico me miraba raro… A todo esto me habían tomado un test de salto, que fui un desastre, así que la tenía que romper. Después de un par de prácticas de fútbol, me llamó el DT y me dijo: “Argentino, vos no sos el del video”… Me quería tomar un avión e irme (Risas). A los tres o cuatro meses me adapté, empecé a jugar y tuve la desgracia que me rompí los meniscos. Ahí no jugué más pero me quedé en Italia cinco años, de club en club, y a los 30 volví. No digo que colgué los botines porque no los voy a colgar nunca, siempre que haya algún partidito, voy a estar.

¿Y en esos cinco años tuviste alguna otra anécdota?

Pasé por L’Aquila, pero antes volví unas semanas a la Argentina, me puse de novio y ella viajó conmigo de nuevo para allá. Pensó que se iba con Icardi pero venía a morirse de hambre (Risas).  A los dos meses se quiso volver y dije «ya fue, vuelvo yo también». Me vine y a los ocho meses hubo un terremoto que tiró el edificio en el que yo estaba, murieron conocidos y ex compañeros… Fue impresionante.

Ser futbolista es más complicado de lo que generalmente se imagina, ¿Están preparados los jugadores para afrontar las idas y vueltas de la profesión?

No. No es que no te preparás o no te preparan, sino que no existe dentro del fútbol. El técnico necesita que el equipo gane, no preparar a un chico para lo que le va a suceder cuando deje la carrera. Un futbolista es una persona muy diferente al resto, resignás muchas cosas y ese esfuerzo no te garantiza nada. Cuando llegás a Primera pensás que tocás el cielo con las manos, pero te pasan algunas de estas anécdotas que te conté y tenés que volver a resurgir y a renacer, y con suerte podés estar diez o doce años peleando por un contrato para que te alcance para los gastos del auto, morfar y, si tenés familia, darles de comer. Cuando tenés 35 años te jubilás y el mundo ya avanzó, vos no tenés una carrera universitaria y no podés volver el tiempo atrás. Hay un ejemplo muy claro: el «Indio» Gallardo, que en todos los lugares donde estuvo fue figura, venía de una clase muy humilde y supo formarse. Hoy se compró una ambulancia y labura de ambulanciero, formó su familia y cuando le pegás un abrazo, su energía te contagia. Pero el jugador corre con una gran desventaja cuando se quiere insertar en el mundo laboral.

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No siempre se habla del jugador como persona, se lo suele ver como un producto dentro del ambiente…

Los clubes no tienen tiempo en un negocio en el que solo importa el resultado, no hay lugar para la persona. El que recibe apoyo, contención, es el que ven distinto. Los planteles tienen 24 jugadores y hay un técnico… el fútbol debería ser más parecido al rugby y tener cuerpos técnicos más amplios. Cuando a mí me llegaron dos telegramas para dejarme libre, ¿por qué no me citaron y me lo dijeron en la cara? Eso no cambió, ni va cambiar, por eso creo que se modificó la cabeza de los pibes. Tienen menos compromiso porque saben lo que puede suceder el día de mañana. El daño que te puede ocasionar un maltrato a los 18 años te puede acompañar el resto de tu vida si no tenés la capacidad para sobrepasarlo.

¿Cómo fue tu desembarco en el humor?

Fue hace tres años, después de retirado. Siempre fui divertido, de pibe era cargador, encontraba parecidos, me gustaba. Cuando dejé el fútbol, con la poca guita que me traje me puse un negocio que lo tuve 14 años, hasta que me fundí. Tuve que volver a renacer a los 40, que me hice la misma pregunta que cuando dejé el fútbol. Me gusta leer, estudiar, hacer tutoriales, hasta que un amigo me metió a trabajar en una clínica privada que tiene él. Soy partidario de que una tiene que hacer lo que le gusta, porque el resultado va a ser bueno. Hace tres años, mirando Netflix, descubrí el Stand Up y dije «yo quiero hacer eso».

¿Trasladaste tus vivencias en el fútbol a tus monólogos o chistes?

Es que cuando lo vi pensé en que quería contar todo esto, pero desde el humor, no desde la nostalgia ni buscando dar lástima. Que se entienda que hay que vivir el minuto, no la vida. El día, no la semana que viene. Empecé a prepararme y acá estoy, cualquier cosa que veo se me ocurre para hacer un chiste o tirar una anécdota, y me sirvió mucho para construir humorísticamente mi pasado, para que no me pese. Me descomprimió mucho.

Eso se nota a la hora de escucharte hablar, que encontraste una manera de procesarlo…

No tengo lugar para malos recuerdos. Y si los recuerdos que tengo son malos, los transformo en graciosos, porque no me interesan. Me acabo de separar hace ocho meses y me sigo riendo, me divierto de las situaciones que me llevaron a la separación, me cago de risa con mis hijos y eso me construye una gran relación con la madre. Si no le das entidad al conflicto, no existe. No podés modificar nada de lo que hayas hecho, pero sí podés ver de qué forma lo querés recordar. Yo soy un agradecido al fútbol por la carrera que tuve. ¿Pudo haber sido mejor? Sí, pero también podría haber quedado libre en Inferiores o podrían no haberme visto en la playa. Hoy la tendencia son los memes, que es reírse de una desgracia, de una situación ridícula.

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¿Y ahí mismo empezaste a dedicarte al Stand Up?

Me mandé, pero esta es la suerte que manejo: en febrero del 2020, dije «quiero subirme al Paseo La Plaza». Tenía un mínimo de venta de 35 entradas, que las vendí en una semana, pero tenía fecha para el 3 de abril… el 29 de marzo cerró el teatro y tuvo que salir a devolver la plata (Risas).

Imagino que esos proyectos seguirán en pie…

A diferencia del fútbol, con esto no estoy apurado. Lo puedo hacer en cualquier momento de la vida que me queda, y esta vuelta sí quiero estar seguro para subirme a un escenario. Pero no de hacer reír, sino del mensaje que quiera dar cuando me ponga a contar anécdotas, chistes y situaciones de vida. Lo estoy trabajando, estudio, leo y trato de estar actualizado.

En tus videos solés ser políticamente incorrecto a la hora de hacer humor, ¿Te preocupa que en algún momento eso te traiga algún problema?

No, lo que digo ya dejó de ser mío, igual que en esta entrevista. Cada uno va a saber si quiere llorar, reírse, que le dé vergüenza ajena, pero ya deja de ser mío. Yo tengo un fin con esto, que es ver sonrisas. Si no lo logro, hay un botón que dice bloquear, dejar de seguir, modo avión, etc., pero es del otro. Lo que sí es mío son mis redes sociales y nunca se puede conformar a todos. Mi abuelo, que fue pastor evangélico, me dijo: “Mirá, para creer en algo, primero te lo tenés que creer vos, es fundamental”. Bueno, yo me creo divertido, gracioso, ridículo, lindo y feo a la vez. Me lo enseñó aquel momento, cuando me subieron a Primera, que por no creérmela me pasó lo que me pasó. Sí siempre respondo y pido disculpas, el orgullo me lo meto en el orto así no considere que me equivoqué, porque sé que le hace bien al otro y yo no pierdo nada en lo absoluto.

Todo vuelve a estar relacionado a tu pasado, a las situaciones que viviste…

El pasado es como un disco rígido, y como generás contenido nuevo, tenés que estar todo el tiempo eliminando recuerdos. ¿Por qué no recordar lo bueno?¿Por qué no reírse de lo malo y transformarlo en algo bueno? Para mí pasa por ahí, pero a veces cuesta mucho avanzar.

Y si te lee un pibe que está dando sus últimos pasos en las Inferiores de un club, ¿Qué consejo le darías?

Que estudie, que no se prepare para ser jugador de fútbol si no para cuando deje de serlo, que puede pasar en cualquier momento.

Por Federico Giannetti

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