Ángel Bernuncio: «Para mí, San Lorenzo es sagrado»

Primera parte de la entrevista con el ex jugador del «Ciclón», que rememoró su paso por el club, la emblemática etapa de los «Camboyanos» y el deseo de concretar definitivamente la Vuelta a Boedo.


Hincha, juvenil, alcanzapelotas, jugador de Primera División, entrenador de Inferiores e integrante del Senior, un largo listado que evidencia la interminable relación de Ángel Bernuncio y San Lorenzo. Además, por sobre todas las cosas, «camboyano». Un hombre que supo vivir las peores épocas de la institución, como el doloroso periplo por diferentes estadios ante la ausencia de la casa propia, pero nunca hizo mella en su pasión. Esa pasión atravesada por incontables anécdotas que sólo lograron reforzar el sentimiento azulgrana.

Primera parte de la entrevista con el ex jugador del «Ciclón», que rememoró su paso por el club, la emblemática etapa de los «Camboyanos» y el deseo de concretar definitivamente la Vuelta a Boedo.

¿Cómo fue que llegaste a las inferiores de San Lorenzo? ¿Es cierto que desestimaste, ya desde chico, la opción de ir a Boca?

Sí, yo soy de zona oeste, del lado de San Justo, y cerca de donde vivía estaba el club La Maderera Don Bosco, donde había un señor que manejaba a los chicos y los llevaba a probar en cancha de once a los equipos de Primera o de la B. Había ido a jugar un partido a “La Candela”, donde entrenaba Boca, pero no me dijeron que iban a llamarme. Después, el entrenador me preguntó si quería ir a jugar contra Vélez, All Boys o San Lorenzo, que fue el que elegí y donde había un entrenador que fue de los mejores que tuve en Inferiores, el “Gallego” Fernández. Apenas terminó el partido, se acercó, habló conmigo y me pidió que vaya. Yo vivía muy lejos, no teníamos auto y era difícil que la familia acompañe. En otros amistosos, el mismo DT de Boca me quiso convencer para llevarme ahí, pero yo decidí ir a San Lorenzo aunque tenía más de dos horas de colectivo contra las cuarenta cuadras de distancia que tenía con Boca.

En tu época de Inferiores, San Lorenzo no tenía estadio, ¿Fue difícil transitar esa etapa?

Yo viví esa parte siendo muy chico, pero tengo un recuerdo de una vez que me tocó ir a alcanzar pelotas al Viejo Gasómetro con el “Chapulín” Marasco, que se trajo una pelota “Pintier”. Acordarme de todo eso me produce emoción, me tocó no tener cancha en Inferiores, en Reserva, en Primera, no sabés lo que se sufrió. El hincha de San Lorenzo es muy particular por lo vivido, por lo sufrido, porque se acomodó a todo. Tiene un sentido de pertenencia que no lo tienen muchos, es un sentir distinto. Yo alcancé pelotas mucho tiempo, escuchaba a la gente cantar y no lo podía creer, parecía que estabas en un corso o en una fiesta.

¿Además ibas a la cancha como hincha?

De chico no tanto porque hacía cualquier cosa por ir a alcanzar pelotas, era increíble. Me acuerdo que volvía de la cancha con las medias llenas de monedas que tiraba la gente, era vivir el partido bien desde cerca, estabas ahí, escuchabas al árbitro, los jugadores. Tengo un montón de historias lindas, tanto de alcanzapelotas como de ir a la cancha de más grande.

¿Siempre jugaste en la misma posición en Inferiores?

Mi categoría, la 65, fue la que más contratos hizo cuando llegamos a profesional, aunque no todos llegaron a mantenerse en Primera División. Cuando llegué a los 11 años, el equipo estaba armado. Yo jugaba de ocho, por derecha, pero con el tiempo me fui acomodando en cualquier lugar para poder jugar. Tuve al “Toto” Lorenzo de entrenador, uno de los mejores que vi, y había que pelear el puesto, tengas diez o veinte minutos. Te tenías que mostrar, era dificilísimo y más si competías con un jugador grande. La camiseta no se presta, si la tengo yo, me la tenés que pelear para jugar, así nos criamos y para eso nos preparamos. Tengo anécdotas impresionantes…

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¿Por ejemplo?

Iba todas las mañanas a la casa de Walter Perazzo, le preparaba el desayuno y él me llevaba en auto a San Lorenzo. Era el goleador del momento, una persona impresionante, pero lo despertaba y le hacía el mate.

Antes era diferente el trato de los juveniles con los referentes del plantel, muchos dicen que era complicado, ¿Te sentís identificado con esa afirmación?

Es verdad, si eras un poco inteligente mirabas, esperabas que se sienten los demás y recién ahí te sentabas vos. También me ayudó el carácter, yo era respetuoso, pero si me jugaban fuerte, también jugaba fuerte. Me tocaron grandes personas igual, me acuerdo del “Chino” Coudannes, terrible jugador, “Tomate” Pena, gran central, algunos que los más chicos quizás no los conocen demasiado.

¿Tenías modelos a seguir dentro del club?

Sí, porque te ayudaban, algunos más que otros pero lo hacían. A su vez, era competencia, porque el jugador ve venir al que sube. Había un respeto terrible, pero lo creaban los mismos futbolistas. Lo que se dice ahora de que se perdió el respeto, lo comparto hasta ahí, porque cuando vos trabajás en cualquier lugar, de lo que sea, el respeto lo creás vos. Si le falto el respeto a mi compañero, se lo falto a la gente. Hace falta mucha experiencia y mucha cintura para jugar en Primera y para lograr que te vean.

¿Qué es lo que falta cuando los jugadores que tienen condiciones no llegan a explotar?

Muchas cosas, como el carácter, saber jugar, adaptarse, tener sentido de pertenencia… Yo te cuento lo que nos pasaba a nosotros, a los que fuimos llegando al club: en San Lorenzo jugabas un clásico de Inferiores y si la gente notaba que no estabas a la altura, que no pedías la pelota, no había excusas. Hoy dicen que se necesita tiempo, pero los jugadores tienen que cumplir, de ahí para arriba. En los clubes grandes, como nuestro San Lorenzo, en el primer partido tenés que jugar entre 6 y 7 puntos. Si venís y jugas un 9, estamos hablando de otra cosa, aunque tenés que mantenerlo. Pero no podés rendir 3 puntos, el que viene no puede venir a probar…

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¿Qué recordás del torneo Proyección 86?

El técnico ponía a los más grandes y yo no jugaba. Voy a contar algo que nunca he contado públicamente: jugábamos en cancha de Vélez y estaba citado, el equipo iba perdiendo y no me ponían, así que estaba re enojado. Cuando fui al vestuario, vino el DT y me dijo para conformarme: “Mañana andá a la mañana, que vas a entrenar con la Primera”. Iba de relleno, obvio, y se lo dije. Igual era una felicidad, fui a la práctica y cuando estaba haciendo fútbol me llamó el “Bambino” y me dijo que tenía que empezar a trabajar con ellos. Mirá que cosa loca, me vio y quedé en Primera División. Tuve muchas idas y vueltas pero ya estaba instalado, hasta que me tocó el Servicio Militar. Viví tantas cosas y luché tanto para jugar, que lograr vestir la camiseta del club que amás es impresionante, es un placer totalmente distinto.

Qué difícil debe haber sido retomar luego del Servicio Militar…

Terminé yendo al sur, en Río Gallegos, y cuando vine después de seis o siete meses, era un  desastre. Había perdido el ritmo, creo que se había ido el técnico… Vine con un peso totalmente distinto, así que entrenaba a la mañana, a la siesta y a la noche, solo, para ponerme bien. Más adelante, debuté en un partido amistoso y después empecé a jugar, hasta que me fui a Deportivo Morón.

En tu regreso a San Lorenzo, tuviste como DT a Bora Milutinović, ¿Qué podés contar de él?

Sí, fue un técnico que me ayudó muchísimo a ordenar mi vida, a ser profesional. Por algo dirigió cinco Mundiales consecutivos. Estuvo poco tiempo pero tuve mucha cercanía con él, iba a la Ciudad Deportiva y se sentaba en el bar a escuchar lo que hablaba la gente, tenía esas cosas, era una persona bien despierta. Además, me dio la posibilidad de jugar en un momento en el que no era nada fácil. Aprendí mucho, me regaló un libro en un viaje en micro, y yo me empecé a reír. “Tus zonas erróneas”, era, así que le pregunté si me estaba queriendo decir algo (Risas). Me dijo que me iba a ayudar a ordenar mi vida, y así fue.

¿Cómo era ser un «camboyano»?

Era un momento muy difícil de San Lorenzo, porque económicamente estaba realmente mal, al nivel de entrenar en invierno con musculosa. Mucho se nombra el tema de que no había agua caliente para bañarse, y es verdad. Los más grandes empujaban a los más chicos y viceversa. El profe Weber tenía como característica que si vos no entrenabas bien, no estaba contento nunca, lograba que llegáramos más temprano para hacer pesas. Éramos un equipo duro, pero vivimos cosas feas, como que nos avisen que fuéramos el martes a cobrar a la sede, llegar y que nos digan que no había nada…

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¿La unión del grupo fue vital para convertirse en ese equipo emblemático?

Mirá, en un momento empezamos con el tema de los almuerzos en el vestuario. Primero nos quedábamos los utileros, algún otro más y dos jugadores, hasta que se empezó a hacer más grande por el olor a comida que había… Se sumaron los de La Plata, después se quedaron el “Bambino” y el profe. Era ir a entrenar y matarse de risa toda la práctica, pero también nos sacábamos chispas sin que nadie se enoje o se pelee. Íbamos  a jugar los partidos y se los hacíamos muy difíciles a los contrarios, además de que teníamos gente que jugaba bien, otros que hacían goles, que pateaban tiros libres. Creo que fue el equipo que más se asemejó a lo que un hincha de San Lorenzo quiere. Yo noto que la hinchada va, acompaña, sigue, y muchas veces recibe poco, por eso creo que los de esa época agradecen tanto a los “Camboyanos”. Nos empujábamos para que no se quede nadie, había mucho compromiso.

Hablando del vestuario, vos estuviste en Córdoba el día del atentado a Claudio Zacarías, ¿Qué recordás?

Me acuerdo todo. Zacarías es un loco divino, iban a patear y ponía la cabeza. Pero ese día, antes del partido con Instituto, tiraron una bomba y él estaba haciendo la entrada en calor. Se tapó la cabeza y le cayó el vidrio en el brazo, fue una locura. Después de esa explosión, nosotros esperábamos más. Me acuerdo que los doctores trataban de parar la hemorragia y no podían, vimos cosas que uno no se las va a olvidar nunca. No fue peor porque hubo un poco de suerte y porque estaba el “Negro” Mendoza con el resto de los médicos del club. Fue muy triste porque Zacarías intentó volver a jugar pero nunca se recuperó bien. Cada tanto nos vemos hoy por hoy, es un personaje bárbaro.

¿Es cierto que en un momento te fue a buscar Huracán y rechazaste la opción de vestir esa camiseta?

Estaba jugando por el 20% en San Lorenzo, había dirigentes que no querían que juegue. Yo quería firmar con el club, tener la oportunidad de poder vivir del fútbol, porque estaba en Primera pero nunca gané mucho dinero. En esa ocasión, se acercó alguien a la Ciudad Deportiva a hablar conmigo. Yo respeto mucho a Huracán porque los clásicos hacen al fútbol más grande, pero aunque no la estaba pasando bien en San Lorenzo, les dije que no. En ese momento, Miele era el presidente y estaba enojado conmigo por lo que le contaban los que trabajaban con él. Después de eso, con el tiempo, me lo encontré en el Nuevo Gasómetro, le toqué el hombro y le dije algo, un poquito cargado y agresivo que no voy a repetir, pero al final le aseguré que cada vez que entre a ese estadio, le iba a estar agradecido. Yo viví las épocas feas y para mí fue volver a tener casa propia. Se rió y me respondió que teníamos que hablar, charlamos un poco y pudimos recomponer la relación.

¿Cuáles fueron tus sensaciones cuando pateaste el tiro libre en Argentinos Juniors y corriste a festejar el gol con tu hermano Alejandro, que estaba de alcanzapelotas?

Fueron un montón de sensaciones, cuando hablo de mí, también hablo de mi familia. Una anécdota: yo tenía en ese momento un 128 bastante viejito, dejaba la llave en el vestuario y entrenaba. Un día vinieron los utileros y me dijeron que cuando hiciera fútbol mirara para el fondo. Cuando lo hice, estaba mi hermano con todos los compañeros en mi auto, aprendiendo a manejar (Risas). En ese gol se me cruzaron todas esas cosas vividas.

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Alejandro era la joya de Inferiores, ¿Considerás que lo llevaron bien en San Lorenzo teniendo en cuenta que debutó tan joven?

Alejandro jugó siendo muy chico, fue al juvenil, a los 14 ya estaba en la Primera… Tuvo una vida muy apresurada, yo no busco ningún culpable, pero con tanto tiempo trabajando en el fútbol veo que hay poca gente preparada, como veo menos personas aún que se preparan para elegir a quienes van a acompañar a los chicos. Sacando lo de mi hermano, a veces se le da a manejar un auto a alguien que no tiene registro. En el caso de Alejandro, eligió cómo vivir a muy corta edad, y el fútbol te da y te quita mucho. Hay que saber convivir con eso. Le llegó todo muy rápido y la vida tiene cosas que no entendemos, pero tenía unas condiciones distintas.

Cuando jugabas en Mandiyú, te tocó enfrentar a San Lorenzo en el Campeonato de 1995, y hasta Castrilli le anuló un gol a Ruggeri por una supuesta falta sobre vos…

Me dieron la marca de Ruggeri, que lo mejor que tenía era cuando saltaba a cabecear, así que trataba de pelearlo y nos manoteábamos, estábamos a los empujones los dos cuando cobró la falta. Las sensaciones eran muy encontradas, yo sentía que tenía que estar del otro lado, siempre que me tocó jugar contra San Lorenzo, jugaba con algo en el estómago. Me hubiera gustado terminar mi carrera ahí, pero no tenía a nadie que me representara. En un momento se dio para volver y después no, me faltó cintura.

Te pudiste sacar la espina más adelante con el Fútbol Senior…

Sí, y también trabajé en Inferiores. Además dirigí la famosa «Cicloneta», que jugaban solos. Con el paso del tiempo, siempre estuve cerca del club, hasta que Siviski me llamó para que empiece a armar el Senior. Lo agarré y sumé a gente amiga, de confianza. Empezamos a disputar algunos torneos, hasta que Héctor Viesca nos prestó para jugar en San Lorenzo. Ahora Marcelo Moretti está con nosotros, nos juntamos en la Ciudad Deportiva, es una manera de estar cerca y disfrutarlo.

¿Cuál fue el mejor entrenador de tu carrera?

Uff, me cuesta. Lo voy a contestar de esta manera: el “Toto” Lorenzo me flasheó por todo lo que sabía de táctica, de los rivales, te describía todo. El “Bambino” Veira veía antes lo que iba a pasar, me tocó tenerlo en Reserva, en Primera yendo al banco y siendo titular indiscutido, y la motivación que tenía era única. Tuve también a Roberto Saporiti, que manejaba el vestuario como un señor. Además, Bora Milutinović fue impresionante en mi formación, en orientarme.

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¿Los mejores compañeros en cuanto a lo futbolístico?

El “Gordo” Rinaldi, Rubén Insúa, con quien tuve la posibilidad de jugar en Ecuador, Walter Perazzo, José Luis Chilavert, que vi su crecimiento en carácter y como arquero, el “Beto” Acosta, Ortega Sánchez, “Pipo” Gorosito, Silas… Me van viniendo un montón a la memoria.

Nombraste al “Gallego” Insúa, ¿Considerás que se merece una nueva oportunidad como DT de San Lorenzo?

Por supuesto que sí, como también se las merecen otros. Pero me parece que estos últimos estilos de presidentes no se han marcado por buscar entre la gente del club. No quiero ser irrespetuoso ni es una crítica, pero hay estilos de jugadores, de entrenadores, y también de dirigentes. Ahora hubiese sido una oportunidad, pero el rumbo fue tomado para otro lado. Obviamente, deseo que le vaya bien a San Lorenzo.

Después de todo lo que hablamos de los momentos sin cancha propia, ¿Qué significa para vos la Vuelta a Boedo?

Todo sanlorencista, viendo este contexto, tiene que empujar para que se concrete la vuelta. Si queremos estar felices, tenemos que seguir empujando como sea. Es lo que deseamos los hinchas de San Lorenzo y ojalá que se pueda lograr, esto fue una idea de tres, cuatro o cinco locos que empezaron a juntar más personas, y ahora es el sueño de todos.

Si tuvieras que prometer algo, ¿Qué sería?

No sé qué prometer, yo soy mucho de ir con mis hijos, que son fanáticos, y con ellos siento que estoy más en mi casa todavía. Quiero entrar junto a mis hijos, ojalá lo podamos hacer. Es una ardua tarea, difícil, pero hay que soñar en grande porque San Lorenzo es grande. El sanlorencista inventa cosas, los hinchas preparan viandas para darle de comer a los que menos tienen, ¿dónde existe eso? San Lorenzo inspira respeto, si los cuervos se proponen algo, hay que pararlos, eh…

¿Qué significa San Lorenzo en tu vida?

Es fuerte, yo siempre que hago una nota digo que me cuestan algunas cosas. Dejé el fútbol y empecé a trabajar en San Lorenzo, me preparé, anduve por varios países. Cuando hablo del club, me pongo serio, no puedo no decir la verdad. En mi casa no se jode, hay ciertos lugares que para mí son sagrados. Jodé en cualquier lado, pero en San Lorenzo no. A veces me dicen que tengo que ser más sutil, pero yo digo lo que opino. Siempre pido respeto por la institución y por su gente. Te puedo contar una historia…

Adelante…

Me fui por el 20% de San Lorenzo, no hablé con Miele sino con los dos gorilones que estaban abajo, pero me fui peleado. Todos esperaban que yo hable, que salga a declarar cosas, pero si yo decía algo no mataba a uno u otro, mataba a San Lorenzo. En mi casa, yo no creo inconvenientes. Siempre me manejé así y así me voy a seguir manejando.

Por Víctor Gabriel Pradel y Federico Giannetti

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