Narciso «El Loco» Doval, el Pelé blanco

Por Víctor Gabriel Pradel.


Después de sacar campeón invicto a San Lorenzo, el maestro Tim, creador y conductor de los Matadores, retornó a su país. En 1969 asumió como DT del Flamengo. Los dirigentes del club carioca le preguntaron cuál era el mejor jugador del fútbol argentino, para contratarlo. Buscaban un reemplazo para el genial y legendario Garrincha. El sabio brasileño no tuvo dudas: “El mejor es el que no jugó, Doval”.

Narciso Horacio Doval nació el 4 de enero de 1944 en la Capital Federal, en el barrio de Palermo. Un hogar humilde, con una madre enferma, cuatro hermanos varones y una hermana mayor. Su padre, un gallego dueño de un restaurant, falleció cuando él tenía solo 9 años. Esa desgracia contribuyó a forjar su carácter y su personalidad. Ingresó como pupilo en el Colegio Salesiano de Benavídez, pero no aguantaba la disciplina que le imponían. Se fugaba del instituto para visitar a sus hermanos y jugar a la pelota. Desde muy chico evidenció su talento y habilidad para el fútbol. Los curas eran contemplativos con él, era el crack del equipo en los torneos intercolegiales. Pero su rebeldía, sus bromas y sus continuas fugas acabaron con la generosidad y lo terminaron echando. Con catorce años volvió a su casa, ahora al cuidado de su hermana mayor, ya casada. Finalmente terminó la primaria en una escuela nocturna. Al mismo tiempo la rompía en las canchas del circuito KDT. Allí fue captado por Pancho Angotti, histórico dirigente de San Lorenzo, responsable también del descubrimiento (entre otros) del Bambino Veira. En 1961 lo ficharon en la sexta división y en esa primera temporada ya salió campeón con su categoría. Al año siguiente debutó en primera.

Fue el 11 de noviembre de 1962. No fue el debut soñado. San Lorenzo visitó a River y perdió 4-1. Pero el joven Doval (que jugó como centrodelantero, con Coco Rossi y Sanfilippo de entrealas) mostró su irreverencia y se la pasó cargando al consagrado arquero local, Amadeo Carrizo. Fue su único partido en primera esa temporada. En 1963 apareció dos veces en el primer equipo, frente a Vélez y Gimnasia. El 14 de julio contra los de Liniers, en su cancha, marcó su primer gol. Retornó a la tercera y volvió a salir campeón. Jugando de wing derecho, compartió la delantera con Fernando Areán y Victorio Casa. La gente iba temprano al Gasómetro para ver a esos pibes que la descosían y al año siguiente irrumpieron en primera, de la mano del DT José Barreiro.

En 1964, previo al torneo local, se disputó la Copa Jorge Newbery. Participaron San Lorenzo, Racing, Boca, River, Huracán y Vélez. Los pibes del Ciclón exhibiendo un fútbol de alto vuelo, ganaron el certamen, en forma invicta. El primer partido fue en el Gasómetro. San Lorenzo venció 3-1 a Racing y le dio un baile bárbaro, con una actuación consagratoria de Doval. La pluma de Juvenal, así lo recordó en “El Gráfico”:

“Aquella tarde de Abril de 1964, la gente fue a la cancha de San Lorenzo, a ver las nuevas figuras de Racing: Menotti-Bayo-Maidana. Esa misma gente salió hablando de San Lorenzo y sus pibes. Sobre todo de uno, prácticamente desconocido para los no hinchas de San Lorenzo. ‘¿De donde salió ese Doval? ¡Es un fenómeno!’
Esa tarde, la sangre nueva del Ciclón, le dio un toque de novela a los consagrados de la Academia. Sobretodo Doval y Casa: ‘Siempre jugué por el medio, de insider o centroforward, necesito campo para moverme.’

Esa tarde hizo de todo, era un torero llamando al toro…era el potrero rebosante de picardía y desenfado, ERA EL FÚTBOL hecho amague, pisada, toque claro, pique corto, freno y cambio de dirección…
La ultima carta del semillero famoso, un jugador que quiere ser hombre serio.”
.

Las palabras de Juvenal solo tienen un error: aquel partido no fue en abril, sino el jueves 26 de marzo de 1964. Por lo demás, describieron perfectamente las características del promisorio crack azulgrana.

El torneo de AFA del ’64 fue alumbrado por el fulgor mágico de los Carasucias. El Loco Doval, el Nano Areán, el Bambino Veira y el Manco Casa (que todavía no era manco) fueron poesía en movimiento. Fútbol-ballet elevado a su máxima expresión. No salieron campeones, pero a nadie le importó. Aquella juvenil filarmónica azulgrana regaló tardes de gloria, imborrables en la memoria de los cuervos. Hasta los tablones del Gasómetro sonreían divertidos con sus lujos, tacos, caños y gambetas.

En 1965 otro crack se sumó a los Carasucias: Toscano Rendo. Junto a los fenomenales Tucumano Albrecht y Oveja Telch parecía que iban a desfilar por el campeonato. Pero no pudo ser. La ráfaga de ametralladora que destruyó el brazo de Victorio Casa se llevó los sueños, amén de la lesión del Bambino, el cambio táctico que supuso la llegada del Toto Lorenzo a la dirección técnica y la discontinuidad futbolística de aquellos irreverentes jóvenes artistas. El propio Veira lo confesó: Teníamos una gran precisión y queríamos ganar, pero no estábamos preparados mentalmente para salir campeones. De repente, en un día inspirado les metíamos 4 goles a Alemania, ¡eh! Cuando salíamos de gira, les pegábamos cada baile a los equipos más importantes que ni te cuento, pero de golpe nos íbamos del partido”.

Aún así Doval tuvo un año brillante. Fue el goleador del equipo con 11 tantos. Tres sirvieron para ganar clásicos: enmudeció la cancha de Boca con un cabezazo espectacular que le dio la victoria al Ciclón, 1-0 sobre su eterno hijo; y le convirtió uno a Racing para un 2-0 y otro a Huracán para un 4-2, ambos triunfos en el Gasómetro.

En 1967 ya era uno de los delanteros más habilidosos y potentes del país, dentro de la cancha. Pero afuera era un personaje de película. Hasta para su DT, el Toto Lorenzo:

“Una vez, mientras estábamos concentrados en el Hotel Argentino, tomé el ascensor con él. Paró en el primer piso y subió una mujer, extravagante, que tenía un collar de perlas muy llamativo. En un momento, Doval se puso detrás de ella, le apoyó el dedo en la espalda y le dijo: ‘¡Arriba las manos!’. La mujer pegó un grito tremendo. Yo le expliqué que se trataba de un chiste, pero no quiso saber nada. Bajó y se quejó en la administración. Me llamaron, hice el descargo pero le tuve que aplicar al Loco Doval una multa de diez mil pesos. Después bajamos a cenar. En una mesa se sentaban Veira, Doval, Casa, Areán y Carotti. Sí, era una mesa brava. La fulana también estaba cenando. Cada tanto se daba vuelta y lo miraba al Loco, que tenía una facha impresionante. En un momento, Doval le grita desde la mesa: ‘Ni me mirés, ¿eh?, que ya me saliste diez lucas’. Este guacho la seguía cargando, como si nada hubiese sucedido”.

Pero aunque nació para ser deportista, le encantaba entrenar y no fumaba ni tomaba, le colgaron el cartel de “loco”. Y eso le molestaba profundamente: –“Y… si ustedes quieren comienzo a peinarme con gomina. ¿O es que la gente piensa que el grado de locura lo da una peinada más o menos? Y si quieren me olvido de jugar al fútbol. ¿O es que todas mis gambetas son innecesarias y merecen ser llamadas como obra de un demente? ¿Que eso de loco se dice cariñosamente? Si es así yo prefiero que cambien esas manifestaciones de cariño…Cuando dejo tres rivales en el camino me dicen: ‘¡Qué bárbaro! ¡Lástima que sea tan loco!’; cuando hago goles repiten de todos lados: ‘¡Qué golazo hizo el loco!’ Y bueno, para la gente Doval es loco, haga las cosas bien o mal. Y eso es lo que me molesta”.

Con locura o sin locura, no extrañó su merecida convocatoria a la Selección Argentina. Debutó con la albiceleste en una derrota 1-0 con Chile, en Santiago, el 15 de agosto de ese año; posteriormente, entre agosto y septiembre, integró el combinado nacional en una pálida gira europea, donde Argentina no le pudo ganar a equipos de clubes: empató con el Málaga 2-2, perdió con el Espanyol 2-1, empató con el Lecce 0-0 y con la Fiorentina 1-1, partido en el que convirtió el único gol argentino.

Mientras tanto en los dos torneos de AFA hizo 12 goles. Entre ellos, uno más a Huracán para derrotar a los quemeros 2-0 en el Ducó y otro a River en una victoria 3-2 en Boedo, ambos en el Metropolitano. En el Nacional (ya bajo la dirección técnica de Tim) el Loco en una tarde inspirada, le hizo tres goles a Ferro, en un 4-0 en Caballito y dos más a Lanús, en otra goleada, 5-2 en el Gasómetro. Pero en medio de esos dos partidos hubo un accidentado viaje a Mendoza, que iba a traer desgraciadas consecuencias.

Tras el encuentro entre San Lorenzo y San Martín de aquella provincia, disputado el 8 de octubre, el plantel azulgrana volvió en un avión de Austral que hizo una escala en Villa Mercedes, San Luis. Guillermo Nimo, árbitro del partido, regresó en el mismo vuelo con los jugadores y acusó a Doval a través de un informe confuso. El polémico juez dijo que el futbolista “colocó su mano derecha en la parte de atrás de una azafata, unos 10 centímetros debajo de la cintura, estimando que también le dio una palmadita”. Doval negó la acusación y la azafata, que nunca hizo ninguna denuncia, sugestivamente le regaló a su presunto ofensor un kilo de masas que el Loco repartió con sus compañeros. Pero el Tribunal de Penas de la Asociación del Fútbol Argentino fue durísimo y aplicó un castigo a tono con el espíritu moralista de la dictadura militar de Onganía, que gobernaba el país. Doval fue sancionado con un año de suspensión para jugar al fútbol.

Respecto a la condena, años después declaró:

– “Yo esperaba la sanción, pero nunca me imaginé que sería de un año. Entonces varios dirigentes me dijeron que tratarían de levantármela y en esas estábamos cuando el señor García Martínez me citó al Tribunal de Penas. Mientras lo escuchaba no lo podía creer: ‘Yo le voy a levantar la sanción, pero primero usted y yo haremos un retiro espiritual en un tercer piso. Viviremos juntos y nos trataremos de tú’. Ni hace falta aclarar que preferí aguantármelas…”.

Popularmente se dice que Narciso haciendo un culto de la nobleza y de la amistad se hizo cargo para salvar a un compañero casado. Pero existen otras versiones: que un alto mando militar enojado pidió su cabeza, que el Tribunal de Penas lo tenía marcado por algunas travesuras realizadas en un viaje en tren en Italia, cuando fue con la Selección Argentina e incluso que fue una venganza del mismo Nimo, a quien el Loco habría tratado de “ladrón”.

Lo cierto es que el duro castigo le robó a Doval la gloria deportiva de ser parte de Los Matadores, el primer campeón invicto de la historia del fútbol argentino, que arrasó con sus rivales en el Metropolitano 1968. La alta valoración que tenía Tim en sus condiciones demuestra que hubiese sido pieza clave de aquel fabuloso team.

Recién pudo reaparecer en el torneo siguiente, el Nacional 1968. El 11 de noviembre. San Lorenzo le ganó 3-2 a Huracán de Ingeniero White y el Loco entró al comenzar el segundo tiempo en lugar del Lobo Fischer. En la fecha siguiente, ingresó otra vez desde el banco reemplazando a Rafael Albrecht, en la derrota 1-2 contra Belgrano en Córdoba, siendo el autor del único gol azulgrana. Pero una semana después iba a tener su gran noche. San Lorenzo derrotó 3-1 a Colón en el Gasómetro y Narciso Horacio Doval volvió a ser titular con la camiseta (esa noche blanca) del Ciclón. Tuvo una actuación extraordinaria, una de las mejores de su carrera, coronada con un golazo de antología. Recibió en la mitad de la cancha, recorrió 50 metros gambeteando a todos los rivales que se cruzaron por su camino y la mandó a guardar. Un gol maradoniano. Después volvió a gritar dos veces más, contra River y contra Estudiantes. El Loco había vuelto con todo. En aquel Nacional ’68 jugó 5 partidos y convirtió 4 goles.

San Lorenzo comenzó 1969 ya sin Tim en la dirección técnica. Lo reemplazó Manuel Giúdice, que hizo su presentación en un hexagonal internacional disputado en Santiago de Chile. En ese certamen el Ciclón enfrentó al poderoso Dínamo de Moscú. El Bambino Veira contó una anécdota imperdible sobre el legendario arquero ruso Lev Yashin, la “Araña Negra”: “No le podíamos hacer un gol, la agarraba así, era una vergüenza, no le queríamos patear más, de vergüenza. Entonces hay una barrera. Tiro libre. Le digo al Loco Doval: ‘Andá a pegarle un cachetazo, dale un bife a este porque si no, no le podemos hacer un gol’; – ‘¡Pero quedate tranquilo Bambi!’. Va y le hace así: ‘¡pafff!” ¡En la cara! Y Yashin sale protestando y la barrera también. Y yo le hago así, ‘tac’ y adentro ¡gol de San Lorenzo! Le dio un cachetazo, pim, el Loco, esstraoordinario, esstraoordinario”. Ya había pasado el tiempo de los Carasucias, pero adentro de la cancha ellos seguían divirtiéndose como niños.

Doval arrancó el ‘69 en un gran nivel. Entre febrero y marzo (y entre las dos primeras fases de la Copa Argentina y las 4 primeras fechas del Metropolitano) jugó 8 partidos y convirtió 7 goles, incluído un hat-trick, en una goleada 5-2 a Lanús. -“Este año voy a andar mejor que nunca porque me siento un fenómeno”, declaró ilusionado en una gran nota que le hizo Osvaldo Ardizzone para la revista “Goles”, titulada “Veinticuatro años en la carcajada de Doval”. Ante la requisitoria periodística, así se autodefinía:

-“Mire…Yo me corregí un poco porque siempre tuve el defecto de ser un gambeteador. Pero un gambeteador que siempre iba al gol, que es lo que más me gusta…Yo gambeteo, pero siempre para adelante, ganando terreno… ¿Y sabe por qué? Porque tengo pique y velocidad y soy fuerte y me las aguanto todas…Usted nunca me habrá visto protestar a mí, ni tampoco pelearme en la cancha…”.

– “A usted como le gusta jugar, Doval?”

-“¿A mí? En el medio. Es donde me siento más cómodo porque estoy en el barullo y encuentro más seguido la pelota ¿me entiende? Y además está más cerca del arco…En la raya, con este 4-3-3 que se hace ahora, sólo se puede jugar si acompañan los volantes. Si no se muere de frío porque los 3 de adelante quedamos a 30 metros de distancia ¿Cómo hace usted? ¿Se los gambetea a todos? Por eso a mi me gusta meterme por adentro, en diagonal, ¿vio? Hay que rotar siempre y para eso hay que tener estado físico. Que es lo mejor que tengo yo. Y cuando me meto por adentro veo bien el arco. Usted vio que siempre hago goles, porque nunca me quedo parado y no me importa picar cien veces… Pero en el fútbol hay que juntarse para llegar, si no le ganan los defensores siempre… Hay que meter el pique, el freno y el desmarque y moverse siempre. Así es como encuentro los claros ¿vio?”

Pero por otro lado seguía dando explicaciones sobre su vida personal:

-“¿Sabe que pasa? A mi me perjudicó siempre la fama. Estoy en San Lorenzo desde chiquilín y para todos soy el mismo chiquilín. No le niego que me gusta la broma, divertirme con los muchachos, pero me inventaron mil cosas que no son ciertas. No fumo, no tomo alcohol, no salgo de noche, salvo que me inviten a una fiesta o a una reunión. ¿Para qué lo voy a engañar? A las diez, a las once a más tardar, ya estoy en la cama. Lo que más me gusta son las chicas y el deporte. ¿Y a quién no le gustan?”

Y en esa nota, sin saberlo, estaba revelando su futuro:

-“¿Sabe que me gustaría a mi? Ir a jugar afuera. Brasil, Europa…Dos años en un lado, dos en otro. Donde no me conozcan, donde yo pueda demostrar lo que valgo y lo que soy. Al entrenamiento no le tengo miedo y a la obligación tampoco. Y como jugador, sé que me la voy a rebuscar muy bien. Aquí no me consideran. Quisiera viajar, vivir de otra manera. Yo me la sé ganar, porque lo aprendí de purrete…y no la voy a pasar mal en ninguna parte…”.

Y vaya si su predicción se cumplió. No solo “no la pasó mal”: en Brasil encontró su lugar en el mundo. Fue el Rey de Río de Janeiro. El Maestro Tim, sabio del fútbol y de la vida, conocía bien a la ciudad y al protagonista. Por eso la vio venir: -“Si vos te vas a Río, nunca más vas a salir de allí”.  Y se lo llevó al Flamengo. Mientras se dirigía a su primer entrenamiento, Narciso Horacio Doval contempló la playa y supo que Tim tenía razón.

Pronto logró lo que deseaba: dejó de ser “El Loco” y pasó a ser conocido como “El Gringo”. Así lo llamaban los torcedores, quienes desde el primer momento que se puso la casaca rojinegra, quedaron cautivados por su juego, que combinaba talento y habilidad con garra y entrega. Y encima hacía goles. Pero a fin de año, Tim se alejó del club y fue reemplazado por un controvertido entrenador, Dorival Knippel, conocido como “Yustrich”. El nuevo técnico era un obsesivo de la disciplina y la hacía cumplir incluso con modales agresivos. –“Nos ponía en fila para tomar agua y nos iba dando un trago a cada uno, amenazaba con sentar de una piña al que se rebelara por cualquier cosa y más de una vez echó a los periodistas a sopapo limpio”, contaba Doval, que lógicamente con semejante dictador no iba a durar mucho. En 1970 Yustrich lo citó en una habitación y le ordenó cortarse el pelo, cambiar el estilo de ropa, dejar de andar en moto y le “recomendó” ser más responsable en sus aventuras en la playa. El Loco no lo aguantó más y explotó contra su DT, en un reportaje en la revista “Placar”:

– … “Yustrich está matando mi fútbol y mi placer en Río de Janeiro… O se va él o me voy yo”…Y la persecución continuó afuera de la cancha: -“Yustrich se entromete en los asuntos de todos. Sé que no le gusta mi cabello, mi ropa colorida y mi auto naranja. Y nadie puede tener citas”. A fines de marzo de 1971, como ya se había negado deliberadamente a obedecer las órdenes del entrenador (quien lo había tildado de «enfermo mental») pidió ser negociado. Lo cedieron a préstamo a Huracán, sin opción de compra, hasta fin de año. Hasta que se vaya el autoritario DT. En el equipo de Parque Patricios se reencontró con Héctor Veira, también de paso por esa entidad. Se anunció su debut justamente enfrentando a San Lorenzo, una tarde en la cancha de Boca. Pero eso no ocurrió. Algunos dicen que fue porque porque no quiso jugar contra el equipo que lo formó. San Lorenzo humilló 5 a 1 a su clásico rival y en la tribuna azulgrana se escuchó: “El Loco es de Boedo, lará lará lará”.

En el verano de 1972 Doval regresó a Río de Janeiro y comenzó a vivir sus años más intensos en el fútbol brasileño. Se consolidó como el gran ídolo de la hinchada del Flamengo y un verdadero personaje de Ipanema. Compró un departamento a una cuadra de la playa. Allí iba después de los entrenamientos. Jugaba al voley en la arena, tomaba cerveza en los bares con sus amigos y se dedicaba a su otra pasión: las mujeres. El argentino más carioca que jamás existió, ahora tenía otro apodo: “El Diablo Rubio”. Siempre bronceado, con sus ojos azules y el pelo largo y suelto otra vez (ya sin tener que aguantar al cargoso de Yustrich), era un rompecorazones. Con su carisma conquistaba a las chicas de la Zona Sur de Ipanema. –“Me gustan mucho dos cosas en este mundo: las mujeres y la playa”, confesó a la Revista Placar. En su juventud, junto con el Bambino Veira causaba sensación en la platea de mujeres del Gasómetro, pero con su pinta de actor de cine, en Río todo eso se potenció. La rompía en la cancha y también en los boliches. Era tapa de revistas de deportes y también de la farándula.

El periodista Sérgio Noronha, lo recuerda en un informe de Globoesporte: “Era una persona divertida, yo nunca lo vi de malhumor. Le gustaba mucho la playa, tenía una gran forma física. Bebía poco, no fumaba y nunca tomó droga. Además, era durísimo, muy fuerte. Una vez se rompió la mano jugando al voley en la playa y se hizo atender en un veterinario, entre gatos y perros, porque era más barato. Aunque en realidad hacía esas cosas para divertirse. Era un verdadero hombre de Ipanema. Sólo quería jugar al fútbol, estar en la playa y enamorar a las chicas”.

Amado por los torcedores del Flamengo y respetado por las hinchadas rivales. Admirado por los compañeros y temido por los rivales. Podía jugar de wing derecho o de centro atacante. Era un delantero fantástico: tenía calidad técnica, pero se destacaba también por su garra, coraje y valentía. Jamás arrugaba. Los defensores le pegaban, pero él devolvía el golpe. Muchas veces salía de la cancha con la camiseta llena de sangre. Y gritaba sus goles bien cerca del foso del Maracaná para recibir el cariño de la multitud. En el Flamengo ganó los títulos de 1972 (con un gol suyo en la final contra el clásico rival, Fluminense) y 1974 y fue el goleador de los Torneos de 1972, 1973 y 1974.
En el ‘74 formó un dúo formidable con Zico. Fueron bautizados como “La dupla del pueblo”. Para el crack brasileño, el Gringo fue uno de los mejores socios futbolísticos de su carrera: “Doval era irreverente, se entregaba al máximo en cada partido. Tenía ese espíritu argentino… era un gran jugador, de muy buena técnica. Y decisivo. Podía jugar por el centro o por la derecha. No tenía un juego muy bello, pero sí era un guerrero, algo que le gusta a la torcida. Y hacía goles. En realidad, jugamos sólo un año juntos, pero lo disfruté mucho”. Las malas lenguas dicen que la influencia en su vida trascendió lo futbolístico: Zico conoció a su esposa, porque ésta iba a los entrenamientos del Flamengo para verlo al Loco. Esa misma temporada, el Racing de Estrasburgo, lo tentó para irse a jugar a Francia. Pero al Loco no se le movió un pelo: “Mi vida está en Río. Yo soy carioca. ¿Cómo podría vivir en una ciudad donde hace tanto frío?”.  Al año siguiente fue declarado Ciudadano Ilustre de Río de Janeiro y se nacionalizó brasileño.

En el pico de su popularidad, su figura deslumbraba a propios y extraños. En 1976, Francisco Horta, presidente del mismísimo Fluminense (acérrimo rival del Flamengo) se obsesionó con ficharlo: “Contratar a Doval siempre fue mi sueño. Yo lo veía como un jugador perfecto para Fluminense, aunque ya había sido ídolo del Fla. Era tan famoso como Zico. Una cosa increíble. Era un jugador espectacular, implacable en la definición”. Hicieron un triple trueque: Doval, el arquero Renato y el lateral Rodrigues Neto pasaron al Flu y Toninho, Roberto y Zé Roberto, al Fla. La hinchada de Flamengo nunca perdonó a su presidente, por transferir a su máximo emblema al enemigo y le hicieron perder las siguientes elecciones. El polémico pase quedó inmortalizado en una canción de Jorge Ben: “Troca troca”. En el Fluminense, Doval integró un equipo memorable, “La Máquina Tricolor”. Junto con otro astro, Rivelino, ganaron el campeonato del ’76 y el Loco fue el artillero del torneo, convirtiendo el gol de la victoria en la final contra Vasco Da Gama. Y por supuesto conquistó a la torcida, transformándose así en ídolo de los dos clásicos rivales.

En esa misma temporada, se reencontró con su antiguo compañero de andanzas. El Bambino Veira había llegado a Brasil para jugar en el Corinthians. No brilló en la cancha como en Boedo, pero fuera de ella volvió a divertirse junto a su querido amigo: “Mi fútbol es para Río de Janeiro, no para San Pablo. En Río entrenaban a partir de las 6 de la tarde. En San Pablo no me preparaba mucho, pero cada dos semanas iba a Río a ver a Doval y me quedaba un par de días. Íbamos a la playa, jugábamos voleibol, salíamos a comer, a bailar, jaja, el Loco era un ídolo ahí”.

Pero era más que eso. Era el “Pelé Blanco”. Su imagen se había agigantado tanto que en las transmisiones, cuando llevaba la pelota el Rey Pelé (de quien no hacía falta mencionar su nombre para identificarlo) los relatores lo llamaban «ÉL»; y cuando la agarraba Doval lo llamaban simplemente «EL OTRO». Fue para Río lo que Pelé fue para Brasil. El escritor Juan Sasturain hizo una descripción genial, en el diario Página/12: «Que Narciso Doval, haya sido después durante largos años ídolo en el Flamengo de Río habla de una condición excepcional: para un criollo –o para cualquiera– jugar de wing en Brasil es como llegar a ser profesor de Metafísica en una universidad alemana»,

El Loco fue el mejor jugador extranjero que pisó las canchas brasileñas; el ídolo indiscutido del club con la hinchada más grande del mundo y aun hoy, sigue siendo el siendo el máximo goleador foráneo de la historia del Flamengo. Allí fue la simbiosis perfecta entre jugador, camiseta e hinchada. Un carioca nacido en Buenos Aires.

En 1979 volvió a Boedo, soñando reeditar sus páginas de gloria. Pero su querido club ya no era lo que había sido. Se encontró con otro San Lorenzo. Destruido por pésimas administraciones, atravesaba su hora más oscura a nivel institucional, a punto tal que ese fue el último año de existencia del Gasómetro de Avenida La Plata. A nivel futbolístico, salvo honrosas excepciones, el plantel distaba de aquellas constelaciones de estrellas que integró en los ’60. Encima el técnico era Carlos Bilardo. Sus manías tácticas chocaron con el espíritu libre del Loco, quien a los 35 años no tenía ganas de aguantar las obsesiones del entrenador. En esta segunda etapa, solo jugó 11 partidos en el Metro, con 3 goles (todos a Chacarita) y 7 en el Nacional, torneo en el cual marcó su último gol, a Central en el Gasómetro. El 21 de octubre de 1979 jugó su último partido con la azulgrana, contra Chaco For Ever, de visitante, derrota 0-1. Fue reemplazado a los 34 minutos del primer tiempo. Después Bilardo no volvió a tenerlo en cuenta. A fin de año se fue con el pase en su poder. En total jugó 115 partidos en San Lorenzo y marcó 44 goles.

En 1980 viajó a los Estados Unidos en búsqueda de su última aventura, en la American League Soccer. Primero jugó en los Cobras de Cleveland y después en el New York United, donde colgó los botines. Tras su retiro siguió despuntando el vicio. Mostró su magia defendiendo los colores de su San Lorenzo querido, en torneos de veteranos. Pero la muerte lo vino a buscar prematuramente. Y sabía donde encontrarlo. Lo sorprendió la madrugada del 12 de octubre de 1991, a los 47 años, a la salida del boliche New York City, donde había ido a divertirse. Como lo hizo toda su vida. En su velatorio, una frase descomunal de Toscano Rendo sintetizó el sentimiento de sus amigos: «Si había una lista de 100 personas que debían morir, el era el 101». Días después, San Lorenzo recibió a Racing en la cancha de Ferro. Antes del partido se hizo un minuto de silencio en su honor. Desde la tribuna bajó el emotivo reconocimiento: “Se siente, se siente, el Loco está presente”, incluso entonado por una generación de hinchas que jamás lo vio jugar, pero supo de sus locuras…  


Mirá también: Federico Monti, un prócer de la historia de San Lorenzo

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