Rafael Albrecht, una gloria mundial en el cielo de Boedo

Por Víctor Gabriel Pradel.


José Rafael Albretch debutó en San Lorenzo el 28 de abril de 1963. En abril de 1966, la revista Sport, hizo una encuesta sobre el San Lorenzo de todos los tiempos. Personalidades del club, dirigentes, ex jugadores e hinchas famosos armaron el 11 ideal. Y Albretch fue elegido como el mejor en su puesto en la historia, pese a llevar solo tres años jugando en el club. Todavía no había salido campeón, todavía no había sido parte de los Matadores. Cuando se fue en 1970, ya no era el mejor 6 de la historia de San Lorenzo, era el mejor 6 de la historia del fútbol argentino.

Nació el 23 de agosto de 1941 en San Miguel de Tucumán, en el barrio Villa 9 de Julio, a media cuadra de la cancha de Atlético. Se inició en las inferiores del Decano y los 17 años debutó en primera. En 1960 pasó a Estudiantes de La Plata y con solo 19 fue convocado a la Selección Nacional. En 1962 integró el plantel argentino que jugó el Mundial de Chile y en 1963, lo compró San Lorenzo a cambio de 10.000.000 de pesos y los pases de Leeb y Cabrera. En ese momento parecía una cifra sideral. A la larga terminó siendo una de las incorporaciones más productivas de la historia del club.

Comenzó jugando de volante, pero rápidamente se afirmó como segundo marcador central. Fuerte tanto en el juego aéreo como en la marca hombre a hombre. Con notable sentido para el anticipo, siempre llegaba antes, quitaba y se la entregaba limpia a un compañero cuando podía y si no, la despejaba sin pudores. Nunca daba ventajas. Sin cometer errores ni distracciones, tenía una seguridad y un dominio del juego absolutos. Esa capacidad para la intercepción y la salida le permitía iniciar jugadas de ataque avanzando con la pelota dominada y llegando frecuentemente por sorpresa a posiciones de gol. Toscano Rendo dijo sobre él: “Acá antes el fútbol se basaba en el ataque. Rafael Albrecht vivía abajo de los palos, era más ofensivo que nuestros delanteros«.

La pluma de Osvaldo Ardizzone lo describió en una nota en la revista “El Gráfico”, en 1964. Hasta el título es perfecto: Rafael Albrecht, el veterano de 22 años…”: “Su fútbol es potencia, dureza. Va fuerte en la marcación, hace sentir el vigor físico pero no se oculta en el golpe artero y calculado. Es dominador. Espiritual y físicamente. Mete el cuerpo, el hombro, la pierna, pero con lealtad, de frente. No se entrega nunca. Las discute todas. Y todas sus maniobras las ejecuta con un visible mensaje de convicción, de seguridad, de fe. No es fino pero es sereno. No es elegante pero tiene señorío. No se apresura pero resuelve. Y los 90 minutos los apura sin entregarse nunca. Peleándolos todos, aunque calibre la superioridad del rival«.

Mirá también: Y un día llegó el gol de Manusovich (y la cancha se vino abajo)

En ese mismo reportaje, a pesar de su juventud, Albrecht ya evidenciaba la pasmosa seguridad y la confianza ciega que tenía en sus propias condiciones. Primero ante el elogio por su extraordinaria capacidad de anticipo: “En fútbol es importante hacer sentir el carácter, la fuerza y la seguridad en si mismo. Si es posible desde el minuto cero, acostumbrar al contrario, en mi caso al delantero, que uno está siempre listo para ganarle de mano. Estoy convencido de que gran parte de esta importancia que me adjudican se la debo principalmente a esta característica mía. Primero, siempre que se pueda.”

Y después al contar en qué función se sentía más cómodo: “Me gusta jugar de Nº 6, adentro. Antes era volante, pero prefiero jugar en el puesto que ocupo ahora. (…) Es fácil ser Nº 6. Como defensor, porque el hombre adelantado que ataca por la derecha lo hace generalmente por afuera. No hay más que sacarlo y llevarlo a la raya. Como atacante, como iniciador del ataque, porque al Nº 6  nadie lo corre ni lo pelea. Cuando intercepta se puede llevar la pelota sin ningún inconveniente. (…) Por eso algunas veces me voy a buscar el gol”.

Por sus condiciones técnicas excepcionales, su temperamento y su personalidad pronto se erigió en el ídolo de la hinchada («El Tucumano dirige la batuta, para que bailen esos hijos de puta», era un hit de la época) y el líder futbolístico de sus compañeros, más jóvenes aún que él, los míticos “Carasucias”. También fue estrella consular de un equipo de estrellas, los fabulosos “Matadores”, el primer campeón invicto de la historia del fútbol argentino. El técnico de aquel memorable equipo, el maestro brasileño Tim, afirmó sobre él: “Es un astro. Ese es de los que conocen la hora de ir y la hora de quedarse. No necesita ninguna clase de consejo. Sabe todo. Puede jugar aquí y en cualquier parte. Por calidad, personalidad y temperamento”.

Su versatilidad le permitió jugar en distintos puestos de la cancha. En 1963, en una gira por Europa y África jugó de 9. Y marcó varios goles. En 1968, en un partido decisivo para que los Matadores ganen su zona, contra Estudiantes en La Plata, jugó de 10 y convirtió el tanto con el que San Lorenzo derrotó al equipo platense. Hasta llegó a jugar de arquero. En 1963, contra Atlanta en el Gasómetro fue expulsado el Mono Irusta por agresión a un rival. El juez marcó el correspondiente penal. El Tucumano se calzó el buzo, le patearon y la pelota pegó en el palo. Atajó 40 minutos y no le pudieron hacer un gol. Un fenómeno.

Durante la década del ‘60 fue titular indiscutido e inamovible de la Selección Argentina. Defendió la camiseta albiceleste en 39 partidos y convirtió 3 goles. Además del Mundial de Chile 1962, jugó la Copa del Mundo de Inglaterra 1966. Fue expulsado en el partido contra Alemania. El motor del equipo alemán, el Nº8 Helmut Haller, tuvo la desgracia de toparse con el enorme tucumano: “Creo que le pegué con el botín y hasta con la cadera. Casi lo mato. El referí me decía a los gritos: ‘¡out, out, out…! y yo no le entendía nada, pero me imaginaba lo que quería”, comentó risueñamente. En las páginas de “El Gráfico”, el periodista Juvenal,  describió la jugada: “Creo que Albrecht quiso conocer a un alemán por dentro”. Lamentablemente, se quedó con las ganas de jugar un tercer mundial, siendo parte del equipo que quedó afuera de México ‘70.

Roberto Perfumo, su compañero de zaga durante años en la Selección, no escatimó elogios para definirlo: “Rafael fue un fuera de serie, un jugador diferente a todos. De una personalidad y confianza fuera de lo común. Anticipaba la jugada mejor que nadie, los cagaba a patadas a todos, no se vendaba, no usaba calzoncillos, usaba tapones bajos y nunca se caía. El mejor ejecutor de penales que vi en mi vida y jamás practicaba en los entrenamientos, no tomaba carrera en el remate. Cabeceaba mejor que Passarella tanto en defensa como en ataque. Y además de todo metía goles. Fue un fenómeno”

Su gran categoría trascendió nuestras fronteras. El mismísimo Pelé, sin discusión el mejor jugador del mundo de su tiempo, declaró públicamente que Albrecht fue el futbolista que mejor lo marcó. En 1965 el Tucu contó cómo anuló al legendario crack brasileño y humildemente se quitó mérito: “Lo tomé como un jugador cualquiera o uno más… No pretendo disminuir a Pelé. Todos saben lo que vale. Solamente que tengo ya una experiencia y no lo tomé a la tremenda… Me dediqué a seguirlo, me preocupé por hacer las cosas lo mejor posible y nada más…”.

Jugó en San Lorenzo hasta fines de 1970, cuando fue transferido al León de México, donde también fue ídolo. En el León llegó a cumplir la doble función de jugador y técnico al mismo tiempo. Terminó su carrera en el país azteca, vistiendo los colores del Atlas, en 1978.

Albrecht pasó a la historia también por ser el más extraordinario pateador de penales de todos los tiempos. Con la camiseta de San Lorenzo alcanzó un récord insuperable. Convirtió 35 penales de 37. Un asombroso porcentaje de efectividad del 92%.

Tiene una marca impresionante: marcó 23 consecutivos. Hizo 3 en 1964, 7 en 1965, 4 en 1966, 6 en 1967 y 3 en 1968. Hasta que el 3 de abril de 1969, el arquero de Banfield, Ediberto Righi, adivinó su intención, se estiró cuán largo era y con la punta de los dedos le atajó un penal en el partido que el Ciclón le ganó al Taladro 4-0, en el Gasómetro. Era el tercer penal que el Tucumano le pateaba a Righi; los dos anteriores (en el ‘64 y en el ‘68) se los había convertido.

El penal siguiente también lo erró: fue el 12 de octubre de 1969, en San Juan contra Sportivo Desamparados. En medio de un fuerte viento Zonda, su remate se fue desviado. Pese a eso, San Lorenzo ganó 3 a 2 y Albrecht fue la figura de la cancha. Después volvió a la infabilidad habitual. Hizo uno más en el mismo año contra San Martín de Tucumán y convirtió los 11 que pateó en 1970.

Mirá también: Victorio Casa, el brazo de Dios

Pero la leyenda de los penales de Albrecht continuó agigantándose también en México. En el país azteca convirtió 30 penales y falló uno solo. En total hizo 40 goles (36 en León y 4 en Atlas).

A su tremenda efectividad desde los 12 pasos hay que sumarle los 3 penales ejecutados y convertidos para la Selección Argentina. Por lo tanto, en toda su carrera, José Rafael Albrecht pateó 70 penales y metió la friolera de 67 goles. 95% de efectividad. Números impactantes, escalofriantes, para cualquier futbolista terrenal.

Pero para el grandioso Tucumano patear un penal era demasiado fácil: “Nunca tomé carrera. Al principio daba un paso y le pegaba fuerte al palo opuesto. Después me fueron estudiando y hacía dos pasos y también entraban. Jamás miré a los arqueros. Los observaba de reojo”, dijo confesando el secreto de su éxito.

También ostenta otra marca histórica: siendo defensor hizo 4 goles en un partido. El 28 de octubre de 1970 convirtió cuatro tantos en la victoria 6-3 de San Lorenzo sobre Gimnasia y Esgrima de La Plata, en el Gasómetro. Desde entonces ningún otro defensor del fútbol argentino pudo igualar esa hazaña. Pero en México sí, y quién iba a ser si no que el mismísimo Albrecht, que el 7 de noviembre de 1971 jugando para el León le metió 4 goles al Atlético Español en el estadio Azteca.

Los hinchas de San Lorenzo debemos saber, conocer y tomar conciencia que Rafael Albrecht inscribió su nombre con letras de oro en la historia del fútbol mundial. El 28 de enero de 2010, la Federación Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol (IFFHS) lo destacó como el séptimo máximo goleador defensor de la historia en el mundo, con 95 goles en 506 partidos disputados entre 1960 y 1977.  En realidad le robaron un gol, porque hizo 96 (56 en San Lorenzo y 40 en México). No le cuentan uno que le marcó a Unión en la Copa Argentina de 1969. Con ese tanto se hubiera ubicado sexto en esa tabla, que aún hoy lidera el holandés Ronald Koeman (como dato de color, el cuarto es el Patón Bauza).

En el libro “100 ídolos tucumanos”, el autor Víctor Lupo pone la imagen de Albrecht en la tapa y afirma que “es el ídolo más grande que tuvo Tucumán en todos los deportes”. En esa misma obra, Rafael le pide al autor: “Poné que soy el único que choqué con un tren y zafé. La fuerza mía es la mente. Mis deseos de vivir”, haciendo referencia al accidente que sufrió en 1989, cuando fue embestido por un tren y tras caer en coma 4, sobrevivió milagrosamente.

Parecía invencible, pero el 3 de mayo de 2021 pasó a la inmortalidad. Días después, San Lorenzo jugó en el Bidegain por la Copa Sudamericana, contra 12 de Octubre de Paraguay. Eran épocas de pandemia, se jugaba sin público. Pero el club no lo recordó. No hizo ni un minuto de silencio, ni siquiera un brazalete de luto. En cambio, Atlético Tucumán le rindió tributo. Sus jugadores entraron a la cancha luciendo una camiseta con su imagen. Ante el repudio en las redes, finalmente San Lorenzo improvisó un escueto homenaje. En el siguiente partido, contra Racing en Avellaneda, los jugadores mostraron una camiseta en cuya espalda, debajo de los números, se leía “Albrecht”.

En diciembre de 2019, en la despedida del año del programa radial de Adolfo Res, “San Lorenzo ayer, hoy y siempre” (donde cada año se lo homenajea como corresponde) conocí al Tucumano. Estaba también el Sapo Villar, pero Albrecht se robó la noche. No paró de hablar, durante horas se la pasó contando anécdotas. Habló de sus hazañas dentro de la cancha y enalteció la imagen de sus amigos que ya no están, la Oveja Telch y el Loco Doval, siempre humilde, quitándose mérito y dándoselo a sus compañeros.

Al finalizar el encuentro, no quedó nadie, pero el Tucumano no se quería ir. Junto a otro compañero, tuve el honor de acompañarlo a su casa. Lo llevaba del brazo porque tenía dificultades para caminar. Pero no quiso entrar hasta no terminar de decirme cuál era el 11 ideal de todos los tiempos para él. Un crack del fútbol y de la vida.


Mirá también: El Tucumano, el ídolo de mi papá…

9 comentarios

Deja un comentario