El Ratón Ayala, el original; en Europa no se consigue

Por Fernando Montaña Berdugo.


Como un Juan Moreira batallando cual bandido rural, entre la milicada de números 4, 2, 6, 3, 5, dispuestos sobre el fondo del campo de juego amarillento.

O como el Zorro dando batalla sin cuartel contra el Capitán Monasterio, el Águila o los villanos dictadores de la California española, pero con casacas coloridas.

O un Patoruzú superhéroe, tal como se llamaba aquel personaje pergeñado por la imaginación de Dante Quinterno, que atravesó a una generación en los tiempos de cómics o historietas.

Eran tiempos de revisionismos históricos, de apego por redentores con sabor criollo.

Moreira, el antihéroe de un filme de Leonardo Favio, casi un western nacional al decir de su propio director, con Rodolfo Bebán en la piel de un marginal que fue un suceso en aquellos años.

Y en sus andanzas, el cacique patagónico quincenalmente solito y solo con aliados como Upa -su hermano- o Isidoro, su Padrino -muy a pesar suyo- desbarataba a cuánto tránsfuga u organización criminal se le pusiera por adelante en la tira llamada “Andanzas de Patoruzú”.

Y don Diego de La Vega, aparentando ser un caballero de modales pulcros, el hijo de un ranchero sin otro propósito que dedicar su tiempo a la lectura y la guitarra se convertía en un paladín de la justicia, ayudado por el sordomudo y sagaz Bernardo.

Así era Rubén Hugo Ayala en el San Lorenzo de Almagro, memorable bicampeón del 72. Un héroe de tintes épicos junto a sagaces compadres.

Con su melena al viento, profuso mostacho y el disfraz azulgrana de superhéroe, el Ratón Ayala se batía a duelo inicialmente desde la izquierda, pero generosamente transitaba por todo el ataque ante los Malbernat, los Pachamé, Panadero Díaz, Dominichi, Roberto Domingo Rogel, Luis Garisto, Coco Basile, los Chivo Pavoni, parte de los villanos invitados a cada batalla azulgrana semanal.

El Toto Lorenzo, su entrenador, confiaba tanto en Ayala que le había pedido encarecidamente a Osvaldo Valiño, presidente del Cuervo, que lo declararan intransferible.

Por eso no sorprendió cuando el mandamás de San Lorenzo le contó al entonces técnico sobre la oferta que les había llegado desde Botafogo por el Lobo Fischer.

Sin dejarlo terminar, el verborrágico entrenador respiró profundo y contestó: “¡Me asustó Osvaldo! Síii, véndanlo al Lobo, pensé que me iba a decir algo sobre Ayala. ¡Al Ratón no me lo toquen!”.

No era casual. El ideólogo del campeonísimo del 72’, resignaba a uno de los mayores goleadores de la historia del club, porque ya tenía en mente un equipo sin una referencia de área reconocible, con jugadores de indudable calidad que estuviesen dispuestos a “laburar” en ataque y defensa y que provocara situaciones de gol con distintas variantes.

“Antes se jugaba para un solo jugador y había un solo camino para llegar al gol. Fischer condicionaba a todo el equipo. La pelota siempre tenía que pasar por él. Después se fue transformando en una verdadera sociedad”, decía Lorenzo cuando se dio la consagración en el Metropolitano.

Aunque sonara frío al referirse a un ídolo como el Lobo, claramente al final de temporada la jugada le salió bien. Despreciar los goles de Fischer era una jugada riesgosa, pero el “colectivo de laburantes” que se desdoblaba defensivamente y ofensivamente y que hizo del San Lorenzo versión 72’, un equipo solidario, compacto y triunfante, fue su legado.

“Vamos Rubén, no me le mermeeee”, “Suba, baje” “Vamos, vamos, vamos trabaje, trabaje”, “Corraló, corraló”.

Para algún distraído esas podrían parecer las expresiones imperativas de un verdugo explotador. Del mandamás que exige más a un laburante que apenas llega a fin de mes. Pero no. Era parte del discurso motivacional que el Toto Juan Carlos Lorenzo, le daba constantemente a su corresponsal en el ataque azulgrana en el dorado 1972.

Y no se estresaba nunca el Rubén Hugo. Ni con los gritos de su entrenador y menos aún en su denodado esfuerzo para romper los diques defensivos de un duro rival.

Un plantel conformado por Agustín Irusta, Antonio Rosl, Ricardo Rezza, Ramón Heredia, el querido Sergio Bismarck Villar, Roberto “León” Espósito, Enrique Salvador Chazarreta, Victorio Nicolás Cocco, Luciano “Lele” Figueroa, el “Tano” García Ameijenda, Abel Fontana, Juan José Yrigoyen, Ricardo Maletti, Héctor Pitarch, Pedro Villalba, Ricardo García, José Salinas, Rubén Glaría, el Nene Sanfilippo, Héctor Scotta, Juan Carlos Piris, Néstor Verderi, Oscar Ortiz, Roberto Jorge D’ Alessandro, Raúl Guereño, Oscar Rodríguez, Horacio Salinas, Raúl de la Cruz Chaparro, Rodolfo Fischer (se fue cuando promediaba el Metro 72), Jorge Mario Olguín y… Ayala, claro.

El Ratón, que había debutado en 1968 aprovechando las bajas obligadas de algunos titulares de entonces, sería el héroe fundamental en ese lío que armó el Toto.

«Me decía Pelé y me compraba un sánguche para motivarme», contaba Rubén. Aunque delantero, estaba alejado de los egos; en ese espíritu de equipo se sacaba la mochila de encima: “En este equipo todos somos Pelé”, sostenía empoderando al conjunto, más que a su individualidad.

Aquel atacante con su melena larga, bien a lo Che Guevara, o rockstar de Woodstock, que declaraba: “Alma y Vida es lo mejor que hay, pero me gusta todo lo que sea pop”, en relación a la banda de rock que también hacía historia en 1972 con canciones como  “Hoy te queremos cantar” y “Don Quijote de barba y gabán” o que tarareaba canciones de John Lennon cuando llegaba a los entrenamientos del Ciclón, era el espejo de muchos pibes -entre los que me incluyo- en aquel tiempo.

Un héroe, que haría Patria en el ataque de la Selección en las eliminatorias de 1973 conduciéndola hacia el Mundial de Alemania.

Pero que debió transitar un camino con vaivenes antes de quedar eternizado en la fotografía del San Lorenzo campeón de 1972.

LA PREHISTORIA

Humboldt, provincia de Santa Fe. Ocho de enero de 1950. El día que quedó determinado que cada vez que naciera un Ayala futbolista, sería apodado Ratón. El que dio origen a la saga. El sexto hijo en el orden cronológico de trece hermanos. En su genealogía familiar quedó escrito así. (Como curiosidad, su hermano René Oscar debutaría en la Primera del Ciclón en 1976).

Con siete años, Rubén junto su familia se instaló en Gerli. Un año después ya estaba dando sus primeros toques a la pelota en un club que quedaba enfrente de su casa y se llamaba “Magán”, además de ser aprendiz de zapatero e ir a la escuela primaria.

Meses después, por ese amor por la redonda – la que no dejaba ni para ir a dormir- se prendió a la ilusión llamada “Amor y Lucha”, que también le quedaba cerquita de su casa. Fue en una tarde donde el nene fue a todas con ganas, en el que demostró inteligencia para jugar y olfato de ratón para convertir.

Allí el Toto Bergh, gran detector de talentos para el Ciclón, lo descubrió y se lo primereó a un emisario de Racing, quien también lo había tenido en la mira. Toto y un tal Fernández lo llevaron a San Lorenzo. Era 1963. Aquel día también quedó seleccionado un socio futbolístico del “Amor y Lucha”, Ramón “Cacho” Heredia, con el que compartiría muchos vestuarios en el transcurso del tiempo. Sí, el mismo “Amor y Lucha” del que también surgiría Nahuel “el Perrito” Barrios.

A Ayala lo probaron en la novena y el ojo observador de don Bufano dio el okey. “Te quedás, pibe”.

Sin embargo, algún directivo le quiso bajar el pulgar porque lo vio de físico muy chiquito.

Toto, Fernández y Bufano se pusieron firmes: “Déjese de joder, este pibe es crack”. Y sí, lo ficharon nomás.

No era titular en el comienzo, pero cuando entró, ya no lo sacaron más.

De la novena a la octava, séptima, dos años en quinta, un partido en cuarta, algunos en tercera…

 «Yo tuve mucha suerte en las inferiores, Nunca me lesioné. Salimos campeones en la octava y en la quinta. Y, además, salía casi siempre goleador. Creo que no bajé nunca de los 23 o 24 goles por año. Jugaba de 10 porque Bufano me puso en ese puesto, pero yo había ido a probarme de 5”, contó alguna vez en “El Gráfico”.

Y así un día el pibe golpeaba a las puertas de la Primera, pero no era fácil en aquella “Era de los Matadores”. Es que había mucha jerarquía por delante: Veira, Tojo, Fischer, Veglio.

Pero llegaba el Nacional de 1968 y con ella una imprevista sucesión de lesiones que le allanó el camino al debut. En aquel certamen se habilitó otra modificación, pero debía producirse antes del comienzo del segundo tiempo. De ese modo, Rubén Hugo Ayala ingresó por Jorge Amado ante Independiente Rivadavia de Mendoza. Fue 1 a 1, en la misma semana que Estudiantes se consagró campeón intercontinental ante el Manchester.

Aunque volvió a la tercera o a la reserva por el resto del año, empezó a ser considerado como un buen relevo para el segundo tiempo.

Formó parte de la delegación del Ciclón que intervino en un hexagonal internacional en Chile («Fui en los dos últimos partidos, pero no jugué») y después a La Rioja, contra el club Américo Tesorieri, por la Copa Argentina 1969, adonde vendrían sus primeros gritos. «En La Rioja entré las dos veces en el segundo tiempo. Cuando nos tocó acá con Atlanta entré desde el principio, hice el gol y ganamos 1-0».

Hubo otro amistoso contra Nacional en Montevideo, con gol suyo.

«Entrar en el segundo tiempo es lo peor que le puede pasar a un jugador. Uno tiene la responsabilidad de cambiar al equipo. Y a mí siempre me tocó entrar en la mala», confesaría Rubén.

Aunque claro, el santafesino iba pavimentando el camino a Primera. Aprovechando las oportunidades que le daban el colorado Giúdice y luego Pedro Dellacha, dos entrenadores que lo tenían muy en cuenta.

Marcó un gol ante Gimnasia en La Plata en el Metro 69’ y nueve en el Nacional, en un equipo al que lo perseguían las lesiones y en que los pibes que asomaban estaban a la altura cuando debían entrar. Ayala le convertía a Racing y a Estudiantes de La Plata. Ese día ante el Pincha, compartió ataque con el Lobo y fue su primera gran Andanza de Patoruzú. Fue 3 a 2: Rendo, Ayala y Fischer, de penal. Un penal que Aguirre Suárez le había hecho al Ratón, que estaba imparable. Madero se había lesionado tratando de impedir que convirtiera el 1 a 0.

Y el impensado elogio de los Pinchas: «Ese Ayala nos ganó el partido, nos enloqueció a todos», diría Osvaldo Zubeldía, director técnico de Estudiantes en el vestuario…

«Ese fue mi mejor partido. Me salían todas las que intentaba», expresaría el Ratón.

HACIÉNDOSE UN NOMBRE

Llega 1971 y la AFA establece que todos los clubes debían reducir sus planteles, que contarían como máximo con veinte jugadores profesionales. Esto fue resistido por Agremiados y motivó una huelga en las primeras fechas.

No obstante, la medida generó un éxodo importante de futbolistas a otros destinos. San Lorenzo que disponía de un plantel numeroso, adhirió a la medida. Redujo el número de la plantilla, aunque también se dio por un natural recambio. Históricos como Buttice y Albrecht dejaban el club. En la nueva sangre renovadora y bajo la conducción técnica de Rogelio Domínguez, el Ratón Ayala era una de los nombres que se afianzaba en Primera junto al eterno Lobo y el arribado Héctor Gringo Scotta, con los que conformó un ataque letal.

Jugando 22 encuentros en el Metro marcó siete tantos, entre ellos dos en el clásico contra Huracán que finalizaría 5 a 1. En ese certamen, el equipo quedaría en la quinta colocación con 44 unidades a seis de Independiente, que resultaría ser el campeón.

En el Torneo Nacional, el equipo de Rogelio Domínguez ganaría una épica semifinal al Rojo de Avellaneda, aunque caería en la final ante Rosario Central.  Era el presagio de un 1972, que sería el año de San Lorenzo y del Ratón Ayala.

LLEGA EL CONSAGRATORIO 72

San Lorenzo ya se ha consagrado en el Torneo Metropolitano y va por más. Es 17 de diciembre de 1972, ya se acerca noche buena, ya se acerca navidad y el equipo de Boedo que va por el Nacional…

Que van 88’ y hay penal para San Lorenzo por falta de Pinino Más a Luciano Figueroa. El Chaqueño Chazarreta, la figura de esa final, tiene en sus pies la chance del triunfo. Habitualmente gran anotador de penales, el volante internacional le entra abajo, tan abajo, que su remate se va por arriba del travesaño del tal José Perico Pérez, arquero de River Plate. A jugar 30’ más para definir al ganador.

El equipo del Toto ha estado concentrado; River que ha tenido actuaciones superlativas como ante Independiente y Boca en ese certamen, no puede zafar de la marca escalonada y sin concesiones del colectivo azulgrana. Solo falta el gol para coronar una inmensa tarde allí en Vélez, escenario de la final.

Están en tiempo suplementario. Van casi diez del extra; Cocco le roba la pelota al uruguayo Vázquez y se la da a Ayala. El Ratón rodeado de casacas riverplatenses, guapea ante Dominichi, Daulte, Giustozzi. Es una redada contra Moreira, contra Patoruzú, el Zorro…

Gana el Súper Ratón y apenas encuentra un hueco la toca, casi cayéndose para el arribo de Lele Figueroa que viene por el centro.

El rubio delantero, recibe, domina y estampa el derechazo que supera a Perico Pérez. Es gol y es campeonato. La obra perfecta de un equipo solidario, compacto, de enormes futbolistas. Con un superlativo Rubén Hugo Ayala. El que en esa temporada sería fundamental por su potencia para aguantar la pelota, imponerse en el mano a mano; jugar y hacer jugar, convertir y cederla a otros para que también conviertan, como en ese gol del triunfo ante River. Un delantero completo, que muchas veces era el ataque exclusivo. El ídolo de sensaciones a flor de piel. 

“¿Cómo lo definís al Ratón Ayala? Confieso que no me atrevo porque para mí no existen las páginas de ningún libro técnico, para mí no tiene ni capítulo ni acápite ni casillero. Para mi pertenece a uno de esos fenómenos exclusivamente referidos al instinto”, escribía el poeta y periodista Osvaldo Ardizzone en “El Gráfico”, en su edición 2789.

Allí en su pieza literaria Osvaldo describía la forma de juego de Ayala: “Y allá adelante el Ratón. El Ratón solo. Contra la marca, contra el líbero. El cuevero, los marcadores de punta y algún volante de auxilio. Y esto no es metáfora ni fantasía elaborada. El Ratón por la izquierda. Por la derecha. Por el medio. Por la media cancha. Marcando la salida. Corriendo al que se la lleva. Tirándose a los pies. Buscando el gol. Pasándose la pelota a sí mismo. Y ganándola. Pero eso importa. Jugar la quimera del pase a sí mismo, pero llegando al destino para que la entrega deje de ser quimera. Entonces ¿cómo se lo define a ese tipo? no hay nutrición intelectual que lo logre”.

Por todo eso fue al seleccionado y sería fundamental para la clasificación al Mundial de Alemania, convirtiendo ante Bolivia y los dos tantos ante Paraguay, en la Bombonera, para lograr el pasaporte a la Copa del Mundo de 1974. El jugador intransferible para el Toto, que dejaría de serlo en ese 1973, ya cuando la dirigencia decidió su venta junto a Ramón Heredia al Atlético Madrid luego que el sueño de Copa Libertadores de América para San Lorenzo en ese 1973 quedó trunco.

Con la camiseta más linda del mundo el Ratón Ayala jugó 140 partidos, convirtió 58 goles y nunca jamás fue expulsado. De esos 58 gritos, 6 fueron en la Copa Libertadores y 14 en clásicos: 5 a Huracán, 5 a Independiente, 2 a Racing y 2 a River.

Y vendría el verano europeo. Rubén Hugo Ayala, brillaría en el Aleti (adonde iría también Juan Carlos Lorenzo) y sería parte del seleccionado en Alemania junto a otros hombres ex compañeros suyos como Glaría, Telch y Chazarreta y su compinche Cacho Heredia.

Con el Colchonero, adónde es ídolo, ganaría todo. Incluida una intercontinental, ante el Rojo de Avellaneda. Como un hecho bizarro, quedaría para la eternidad la publicidad de unos botines, filmada por Eliseo Subiela (1), en el que su voz aflautada diría que ese calzado “en Europa no se consigue”.

Su carrera seguiría luego en México. Aunque en más de una ocasión se habló de repatriarlo -qué Cuervo no soñó verlo nuevamente con la 9 o la 11 gloriosamente Azul y Grana- aquel revisionismo histórico no pudo ser.

En San Juan y Boedo, en Avenida La Plata, en Mendoza, Jujuy, Santa Fe, La Rioja, Salta; en cada pueblo donde hay un cuervo, está guardado en la memoria colectiva algún grito de gol del Ratón Ayala, el héroe épico de una historieta que nos hizo tan felices.

(1) Escritor y director de cine argentino, “Hombre mirando al sudeste” y “El Lado oscuro del corazón” entre otras.

Edición: Víctor Gabriel Pradel.


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