Héctor Cuceli, el héroe cuervo de las Malvinas: con el fusil en la mano y la azulgrana en el corazón

Por Víctor Gabriel Pradel y Federico Giannetti.


1982. El año que nos cambió a todos. A la República Argentina, por la Guerra de Malvinas. A San Lorenzo, por jugar en la Primera “B”.

El 7 de febrero, Héctor Cuceli, puntero derecho de la Reserva, vestido con camiseta y medias azulgranas, pantalones blancos y botines, corría por el verde césped de la cancha de Ferro, mientras soñaba debutar en Primera. Era el preliminar del partido con Gimnasia, la fecha inicial del torneo. Una multitud de cuervos acompañaba a San Lorenzo. El estadio explotaba. Y el «Ciclón» iba a ganar el campeonato. Pero solo dos meses después, todo era diferente.

El 8 de abril, Héctor Cuceli, soldado clase 1962, vestido con un uniforme verde militar, casco y borceguíes y un fusil en la mano, desembarcaba en el árido suelo de Puerto Argentino. Un pelotón de unos 50 hombres lo acompañaba. Era la Compañía A Tacuarí del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 de La Tablada. Nada explotaba alrededor todavía. Pero pronto todo sería distinto. Y Argentina iba a perder la guerra. Fueron 74 días en el infierno, viviendo en un pozo, muerto de hambre y de frío.

La noche del 14 de junio Cuceli ya no soñaba jugar en Primera. Lo único que quería era que se acaben esas ráfagas de ametralladora y las balas que silbaban sobre su cabeza y la de sus compañeros. Arriesgó su vida acercándose a la posición de donde provenía el ataque, pero no le importó nada. Arrojó las granadas que tenía, y de repente el fuego enemigo cesó. Sea quien sea el inglés que disparaba la ametralladora, jamás volvió a hacerlo.

La Compañía A del Regimiento 3, un grupo de valientes, la mayoría pibes de 19 años, fue la que más aguantó en combate. Casi cuerpo a cuerpo, a los tiros, a 30 o 40 metros del enemigo, resistieron con coraje y bravura, la lluvia infernal de misiles, morteros y obuses en la batalla de Wireless Ridge. Cinco integrantes del batallón cayeron bajo los disparos de la artillería británica y regaron con su sangre el suelo malvinense. 

Además de Cuceli, había otro jugador de San Lorenzo en el mismo pelotón: Héctor Rebasti, arquero de la Tercera División. El CASLA ostenta así el honor de haber sido el club que más futbolistas aportó al Ejército Argentino en la Guerra de Malvinas. “Y aunque no me crean, a nuestra Compañía la llamaban ‘La Gloriosa’, cuenta orgulloso el Héroe Cuervo.

Claro que te creemos, Héctor. Si el destino de tu vida estaba escrito. Ibas a defender los colores del «Ciclón» e ibas a defender a la Patria. Por algo fuiste. Y por algo volviste.

En una entrevista a fondo, Proyecto Boedo charló con Cuceli, a 40 años de la guerra, con el objetivo de visibilizar su historia y que cada cuervo y cuerva pueda conocerla, para nunca más olvidarla.

¿Cómo se dio tu llegada a San Lorenzo?

La historia es fácil, yo nací cuervo como toda mi familia y a los 9 años ya estaba en las Infantiles. Fui haciendo todas las categorías, sin saltearme ninguna, hasta que llegué a edad de Cuarta y en esa época ya pasabas a Reserva. Estaba de vacaciones en la costa, me llamaron para avisarme que subía a Tercera y a la semana ya debuté. Era un siete que jugaba pegado a la raya, un wing de los de antes.

Jugabas con Walter Perazzo y el hijo del “Nene” Sanfilippo…

Sí, y Rebasti era el arquero. Había varios que podrían haber llegado a Primera, muy buenos jugadores.

Tu papá formaba parte de las Juveniles también…

Sí, mi viejo era dirigente del Fútbol Amateur, estuvo en la Subcomisión, tengo sus carnets… Igual yo empecé primero y después comenzó a trabajar él en el club.

Tu nivel te llevó a ser citado a la Selección Juvenil también, ¿cómo recordás ese momento?

Un día me tocó ir a la preselección, entrenábamos con el equipo de Maradona, Ramón Díaz, Sergio García, Calderón, todas esas bestias. Jugamos un amistoso y nos metieron ocho en 45 minutos, lo tuvieron que parar porque era un choreo (Risas). Me vieron algo y cuando volví de Malvinas, que San Lorenzo no me hizo contrato y no me quería dar el pase libre, estuve un año a préstamo en Rosario Central, jugando en la liga rosarina y entrenando con la Primera.

Menotti era un técnico que le daba mucha importancia al wing…

Sí, Houseman era la locura de él. El wing jugaba pegado a la raya, desbordaba, tiraba diagonales y centros para el nueve. El “Negro” Ortíz te ponía la pelota en la cabeza, yo le hice hacer muchos goles a Perazzo. Antes de irme a Malvinas era titular indiscutido.

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Tenías una carrera completamente en alza y te llegó el aviso para ir a Malvinas, ¿cómo fue ese día?

Ese día San Lorenzo jugaba en cancha de Huracán con Morón, que salió 1 a 1. Yo estaba a un paso ya para estar en el plantel aunque sea, porque en ese partido faltaban jugadores, pero lo escuché en el cuartel… Me llegó la citación el día anterior. Había empezado la Colimba en marzo de 1981, salí en noviembre de ese año en la primera baja y volví a jugar, pero en ese momento no se sabía casi nada del tema Malvinas. Algo se comentaba pero yo no le di importancia, no tenía instrucción de tiro, nada, qué iba a pensar que me iban a llevar. Esa noche estaba en un boliche en Flores y me empecé a sentir mal, así que me fui para casa. Llegué a las tres de la mañana y a las seis tocaron timbre con la carta de que tenía que presentarme a las ocho. El 8 de abril ya estaba allá…

¿Qué información tenías hasta ese momento?

Que el país iba a estar en guerra, las islas ya habían sido tomadas. Pero pensaba que no iba a pasar nada, es como todo. Desde que llegué el 8 de abril, estuve hasta el 8 de junio más o menos como si nada, nos bombardeaban pero no veíamos al enemigo. La cabeza te labura, tantos días… vos querés que termine y la cabeza te come, allá la noche es más larga que el día. Cuando me llegó la carta fui al regimiento pero nunca pensé que iba a ir a las Malvinas. Me cortaron el pelo apenas llegué, me raparon al toque y me quería morir.

¿Y cómo era un día de esos que no había combate?

Era estar en tu posición, no podías salir de tu lugar. En un momento armamos una pelota y nos pusimos a jugar al fútbol, y cuando no teníamos cigarrillos, armábamos con papel higiénico y yerba para poder fumar. No nos llegaba nada, cuando volví me dieron 32 encomiendas, en las cuales no había ni cigarrillos ni plata, fueron saqueadas.

¿Cartas tampoco?

Poco y nada, mayormente llegaban cartas a soldados desconocidos que mandaban de los colegios, que hacían los chicos. Tengo como cien en una caja. Pero yo tuve la suerte un día de ir al correo en el puerto argentino, en donde había un cartel que decía: “Soldado Héctor Cuceli, comunicarse con tal número”. Estaba pegado en la pared, pregunté y me dijeron que ya era tarde, que tenía que volver al otro día para contactarme. Me tuve que escapar, estaba como a un kilómetro y medio de mi posición, y me dejaron hacer el llamado para hablar con mi casa. La operadora se contactó con el número de mis viejos y primero mi mamá pensó que era una cargada y cortó. Al segundo llamado me puse a hablar con ellos, con mi hermana, con los vecinos que pasaban…

¿Quién había dejado ese cartel?

Nunca lo supe… Hay cosas que no se saben, por ejemplo, si quería salvarme de ir a Malvinas tenía que poner 5 mil dólares, pero dije ni en pedo. Yo solo sabía jugar al fútbol en esa época, no sabía hacer más nada. Con el tiempo algo me interiorice en el tema, aunque no tanto porque lo único que quería era sacármelo de la cabeza y volver a la normalidad, preocuparme por los chicos que volvieron y no estaban bien. Zafás de una guerra pero te queda otra por vencer, que es la de sobrevivir después.

¿Tenían información del conflicto cuando estaban allá?

Sí, escuchábamos la radio y decían que los estábamos matando. Nosotros lo creíamos, pero cuando decían que habíamos bajado veinte aviones o algo así, nosotros pensábamos “tan grande será esta isla que no vemos nada”… Veíamos las explosiones en el fondo del mar, lejos, pero también vimos cuando pasó un avión, dieron alerta roja y todos empezaron a tirarle con lo que tenían. Cuando cayó, tenía la bandera argentina atrás… el piloto se eyectó, pero mirá la información que teníamos que dieron un alerta roja y tenía la bandera argentina.

Hablabas de los bombardeos, ¿cómo es convivir con eso?

Cuando escuchabas el bombardeo, mayormente era a la misma hora, tipo nueve de la noche. Se escuchaban 60 o 70 explosiones y tardaba más o menos un minuto o dos en llegar la bomba. Vos ahí pensabas dónde llegará, y si veías que explotaba a un kilómetro tuyo te quedabas tranquilo… Zafabas, pero esos minutos se te fruncía todo, solo podías pensar en que no te caiga cerca, era así.

¿Tenían trato con los habitantes de las islas?

Los militares no lo permitían, pero el trato lo tenías igual a escondidas, si hablabas inglés. Yo me acuerdo de haber hablado con una cordobesa que estaba casada con un kelper. Después, el contacto con ellos era cuando no teníamos nada para comer y había que entrar a las casas… Era la que quedaba, estábamos en una guerra y ya no importaba nada, la otra opción era morir de hambre.

Acá, a su vez, se escondía esa realidad y hasta se decía que los soldados iban a volver “más gordos”…

Es más, cuando volvimos nos llevaron a Campo de Mayo, estuvimos dos días adentro y nos dieron de comer a morir, vino, cerveza, gaseosas, todo para inflarnos.

¿Cómo empiezan los momentos de combate?

En uno de los últimos días, que ya estaban entrando por todos lados los ingleses, nos mandaron a un monte. Tuvimos que caminar como tres kilómetros, subir las montañas e ir a buscarlos, en lugar de esperar a que vengan ellos. En el trayecto ellos tiraban bengalas para iluminar todo, porque era de noche, y ahí tenías que clavarte en el piso para que no te vean. Llegamos arriba y dieron la orden de atacar al enemigo. Apenas llegamos ya nos empezaron a tirar, así que para zafar teníamos que ver de dónde salían los disparos. Había una ametralladora enfrente que barría como loco, no paraba. Yo en ese momento tenía seis granadas, entonces me puse atrás de una roca con unos compañeros y las tiré hacia donde estaba la ametralladora… Dejó de andar. Si lo maté yo o un compañero, no lo sé, yo no me hago cargo de nada, no quiero ser héroe, lo importante es que dejó de funcionar. Estuvimos casi seis horas en combate cuerpo a cuerpo, hasta que nos dieron la orden de retirarnos cuando ya estaba casi la rendición. En el trayecto al revés te dabas cuenta de todo lo que había pasado, los heridos, la sangre, los muertos… Yo zafé ese día porque agarré a un chico que se llamaba Benítez, que tenía un tiro en la oreja, me lo cargué al hombro y fui a buscar las ambulancias de la Cruz Roja que estaban abajo. Lo tiré a él arriba y me tiré yo también, que estaba cubierto de sangre, así que me llevaron al hospital. Era un desastre lo que vi ahí…

¿Volviste a ver a ese compañero?

No, nunca más. Sí recuerdo a los caídos, pero no sé qué hicieron con los cuerpos. A algunos los repatriaron, pero después no supe más. La vuelta fue muy fuerte, te preguntaban los familiares y vos no sabías qué responder…

¿Vos tuviste que entregar las armas en la rendición? ¿Cómo fue ese momento?

Te da bronca, te genera muchas cosas, pero se te cruza en la cabeza que se terminó y estás vivo. Así de una lo digo, ellos nos trataron muy bien. Eran mucho más mayores que nosotros, no eran pibes, y nos tuvieron prisioneros en el Canberra, donde a los soldados nos trataban como reyes y a los oficiales como a unos hijos de puta. Los hacían limpiar el barco, barrer, y a nosotros no, teníamos camarotes donde dormíamos de a seis. Escuchábamos Queen, los Beatles, nos daban comida y un cigarrillo en un horario en particular. No podían creer que siendo tan chicos nos hayan llevado a una guerra.

¿Cuántos días estuviste en el Canberra?

Tardamos dos días en llegar, el primero no pudimos salir y se informó que se esperaba un ataque aéreo, pero no se pudo hacer porque había soldados argentinos. Cuando llegué acá, el primer diario que agarré, un Crónica, decía que habían hundido al Canberra…

Estabas a punto de jugar en Primera y después pasó todo esto, ¿pensaste en el fútbol o en San Lorenzo en algún momento de tu estadía allá?

Siempre. No teníamos posibilidades de escuchar los partidos, pero de alguna forma te enterabas después. Yo en esa época tenía muy buena relación con todos los jugadores de Primera, mi hermano tenía un taller y llevaban a arreglar sus autos ahí. Ellos también me recordaban siempre… Y la primera bandera que salió sobre las Malvinas fue en la hinchada de San Lorenzo.

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Después de Campo de Mayo, ¿cómo siguió tu regreso?

Cuando nos largaron de ahí, fuimos de vuelta al regimiento, ya casi en el final de todo esto. Venía el Día del Padre, nosotros no veíamos la hora de salir pero lo pasamos adentro. No hay palabras para definir el reencuentro después, en mi calle cortaron las dos esquinas, hicieron una parrillada como para 500 personas y llevé conmigo a varios combatientes. Veníamos en micro, llegando al cuartel, y no me olvido más: mi vieja estaba parada arriba de un carrito, fue lo primero que vi… Es un recuerdo que a uno no se le borra.

Pasaron varios días hasta volver al club, donde te habían prometido que te iban a hacer contrato…

Sí, era tener la oportunidad de jugar en el club que yo quiero. Me prometieron el contrato pero dieron tantas vueltas que al final no se dio. Me hicieron una cena con toda la familia, me dijeron que me quede tranquilo que iba a firmar, pero todavía estoy esperando…

Y en tu vuelta a Tercera tuviste un encontronazo con el DT “Tato” Medina, ¿cómo fue?

La Tercera ganaba 5 a 0 y el técnico hizo todos los cambios. Ganando 5 a 0 sacó a un delantero y puso a un defensor, pero a mí no me puso… No me olvido más, cuando volvimos en la semana después del partido le pregunté por qué y me dijo que no estaba en sus planes. Tuvimos un intercambio de palabras, un par de golpes y no fui más. Tuve posibilidades de ir a Huracán, me vino a buscar Morresi y quedaba, pero dije ni en pedo. En esa época se valoraban más los colores, la camiseta, que la plata. No quise saber más nada con el fútbol, largué todo. Cuando volví de allá no tenía los 19 años con los que me fui, vine con 35 en la cabeza. Incluso tuve posibilidades de ir al exterior, a Colombia, pero tuve miedo, yo tenía familia…

Más que miedo, es el valor de estar con tus seres queridos después de todo lo que habías vivido…

Y qué te parece… Cuando volví estuve 40 días antes de ir a entrenar de nuevo para recuperarme mentalmente. Al principio no quería ver a nadie, solo quería dormir. Y dormía abajo de la cama porque tenía miedo que los aviones vengan y ataquen… Estuve como 30 días durmiendo así. Si escucho la sirena de los bomberos me pongo de la cabeza, es tan fuerte como la que escuchábamos allá cuando venían los aviones ingleses. Eso es fulero…

¿Creés que hubieras tenido una carrera en Primera si no hubiese pasado todo lo de Malvinas?

Sí, olvídate. El propio Walter Perazzo lo dijo, tenía pegada en tiros libres, una velocidad terrible, tiraba centros con las dos piernas… Si no hubiese ido, hubiera llegado. El “Bambino” me autorizó para entrenarme en San Lorenzo con la Reserva en el 83, pero no era jugador del club y después del cruce con Medina no me iban a contratar de nuevo.

¿Cómo fue el momento en el que te resignaste definitivamente y decidiste dedicarte a otra cosa?

Me dediqué a estar en el taller con mi hermano y mi tío laburando, ya desde los 12 años estaba con la mecánica, iba a trabajar y después a entrenar. Uno se cansa ya, yo sabía que jugaba mejor que otros y no tenía las posibilidades, te prometen algo y no te cumplen, es peor todavía… Si hubiera tenido contrato se me hubiesen abierto un montón de puertas, pero al no tenerlo, no pudo ser.

A pesar de todo, nunca mostraste un resentimiento hacia el club…

No, nunca, el amor lo voy a tener hasta el día que me muera, eso olvidate. Yo nací cuervo, salí con la sangre azulgrana, sé diferenciar el club de los dirigentes. Por ese motivo le dije que no a Huracán, preferí no jugar al fútbol. Ahora los futbolistas van a jugar a cualquier lado, pero a mí esa camiseta me daba urticaria (Risas). Mi vieja era una de las capas de la tribuna de mujeres del Gasómetro, imagínate… Cuerva mal.

Hablando del Gasómetro y con todas las vinculaciones lógicas que tiene la pérdida del estadio con tu historia, ¿qué te genera la Vuelta a Boedo?

Sería lo máximo que me puede llegar a pasar. Recuerdo haber estado, haber jugado en un partido en Cuarta contra River. Volver a ver todo eso… La veo difícil, pero tiene que aparecer un banco chino, algo así para que ponga lo necesario para volver a tener el estadio en Avenida La Plata. Sería lo mejor que me puede pasar.

Antes contaste que te tocó enfrentar a Maradona… ¿Cómo viviste todo lo del 86?

Fue lo máximo disfrutar de ese partido. Primero por el fútbol, que me encanta, después por el gol que hace Diego y, además, porque se acordó de las madres y de los chicos que estuvieron en Malvinas. Esas palabras no me las olvido más.

Alguna vez dijiste que si tuvieras que ir de nuevo a defender las Malvinas, lo harías con mucho honor. De hecho, tu hija se llama Malvina… ¿Pudiste volver alguna vez?

Malvina Soledad, tiene el nombre de las dos islas mi hija. Nunca pude volver, es mi sueño pero siempre valía una fortuna. Ella también quiere ir a conocer el lugar donde estuve yo… Pero para ir tienen que estar bien los ingleses para que no te impidan recorrer los lugares de combate. Yo quiero ir donde estuve, que lo tengo grabadísimo en la mente, a 200 metros de un radar, sé dónde estaba mi posición, mi pozo. Eso me quedó grabado para toda la vida…

¿Con soldados ingleses tuviste algún contacto a lo largo de estos años?

No, nunca. No sé hablar inglés y nunca quise aprenderlo, me querían enseñar pero nunca quise saber nada. Si me decís de ir a Perú o a Miami, te digo vamos a Perú. Siento rechazo.

¿En algún momento sentiste a nivel país que se reconoció, por parte de los Gobiernos de turno, lo hecho por ustedes?

Recién en 1989, con Carlos Menem, que nos dejó exentos de todos los impuestos. Esa fue la primera pensión que cobramos. Del 83 al 89, con Raúl Alfonsín, fuimos negados totalmente. Después, de los Gobiernos posteriores, solo el de Néstor Kirchner. Nunca nos dejó en banda, nos mejoró las pensiones, pero con algunas leyes nos sacaron la mayoría de los beneficios que teníamos.

¿Te hubiese gustado que San Lorenzo como institución te brindara un mayor reconocimiento, aunque sea en los últimos años?

¿Hace falta que responda? En 40 años, dos veces me dieron una plaqueta, y una con el apellido mal escrito… A los dirigentes no les importa nada, solo figurar y ser ellos, por una cuestión de soberbia. En otros clubes a los veteranos de Malvinas los tienen allá arriba, hasta en el ascenso. El último 2 de abril en San Lorenzo llevaron a una persona que es hincha y socio de River, que encima está muy mal visto por todos los ex combatientes, para reconocerlo en el medio de la cancha… Sí siempre se mueven por nosotros la gente de la Subcomisión y de la hinchada.

El sueño que te queda pendiente, entonces, es volver…

A Boedo, esa es mi ilusión. Y a Malvinas, claro.


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